jueves, 31 de julio de 2014

A CIFRAS Y A VOCES: LA POESÍA ADMIRABLE DE JOSÉ MARÍA MILLARES SALL

Completamente inadvertida para los suplementos literarios y revistas culturales de los principales periódicos nacionales, y con escasas menciones críticas en otros medios que no fueran de las Islas Canarias. Así ha sido recibida, con más pena que gloria, una de las obras poéticas más sobresalientes, importantes y personales de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. Nos referimos a la escritura de José María Millares Sall (Las Palmas de Gran Canaria, 1921-2009), que sólo en sus últimos años, y a raíz de su muerte, alcanzó a ver reconocida su alta labor. Es la suya una realidad poética distinta, con un lenguaje propio, con una potencialidad expresiva envidiable ante la sumisión y el convencionalismo de buena parte de la escritura poética de sus contemporáneos. Y así lo ha dejado claro Jorge Rodríguez Padrón, cuando viene a decir que “en el ritmo, en el léxico, en la imagen -esas tres carencias todavía sangrantes en la poesía española- pone énfasis nuestro poeta, para dejarlos en entredicho y conseguir que la lógica del discurso quede sustantivamente alterada; de tal manera que el poema acabe por ser una entidad orgánica cuya respiración y cuyo movimiento lo son todo”.
        
Sólo en sus últimos años de vida y de escritura, alcanzó el reconocimiento de los premios y los homenajes, justamente en el corto tiempo que media entre la reedición de uno de sus más sobresalientes e importantes libros, Liverpool (Calambur. Madrid, 2008), aparecido por primera vez a finales de los años cuarenta, y la edición póstuma de Cuadernos (2000-2009) (Calambur. Madrid. 2009) otro de sus más importantes e iluminadores trabajos de escritura, y por el que recibió póstumamente el Premio Nacional de Poesía en 2010. A estos dos libros ya imprescindibles, hay que sumar también, en las mismas fechas, dos aproximaciones antológicas: Esa luz que nos quema (Barataria. Barcelona, 2009) que con selección y prólogo de Selena Millares, reúne una muestra de su poesía inédita entre 2002 y 2009, y escogida de entre las más de 5000 piezas escritas en sus últimos años; y Case cen poemas: antoloxía esencial (PEN Club de Galicia. Santiago de Compostela. 2009), cuya selección corre a cargo de Jorge Rodríguez Padrón y traducidos al gallego por Manuel Fernández Rodríguez. El mismo año de su muerte le fue concedido el Premio Canarias de Literatura, recibido por el poeta en la esperanza de que gracias a ese reconocimiento largamente esperado, pudiera al fin ver publicados esa gran cantidad de trabajos e incontables obras que aún permanecen inéditas.

Cuando se publicó por primera vez en 1949, Liverpool ni fue entendido ni fue asimilado por una casta poética todavía sumida en los requerimientos del verso. Y sin embargo es un libro fundamental que soporta como pocos el paso del tiempo, y que hoy todavía sigue siendo estrictamente contemporáneo, libre y arriesgado, atrevido en su forma, en su ritmo y en su sentido poético. Lo que aquí se plasma es el ambiente, la vida y los sueños de un puerto que puede ser cualquier puerto imaginado. Son seis poemas y dos ciudades, Liverpool y Hong Kong, y cuatro espacios numerados, cuatro puntos de las horas. Es como si el vacío se extendiera a través del espacio y del tiempo, buscando precisamente eso, ese espacio y ese tiempo, sus cruces y sus voces. La escritura entonces como un ignorado legislador del universo mundo, si tenemos en cuanta la cita de Shelley, que junto con otra de Heine, abren este ejemplo de modernidad poética. Porque este es un libro expuesto, de cruel gravedad a veces, invadido del ansia y del anhelo inherentes a todo viaje, y del extrañamiento que flota también en sus impulsos: “un poeta es un corazón más sobre la niebla del mundo”. Un mundo de dolor y de miedos, que aparecen y se descomponen en la escritura. Pero también la esperanza solidaria y universal, lejana y libre: “Palmo a palmo, amigos míos, / lágrima contra lágrima como parto sobre parto, / se entregan los hombres a la lucha por la tierra”. Una imaginería tan sutil como feroz, tan tierna como el olvido, y de una potencia envidiable. Lean este final de uno de sus poemas: “Naturalmente, yo en mis ojos, / sobre la caliente oreja de un reloj moribundo, / sobre mi propio cuerpo de piano enfermo que se pudre, / y a través de los hilos de un teléfono a doscientos pasos de mi amada que se pudre, / naturalmente, / y yo en mis ojos, y en mi alma, / y a lo largo de una calle sin esquinas, / a esa hora exacta después de las dos / y media de la tarde, naturalmente”. Nada tienen aquí que hacer aquellos que posean “dormidas lenguas” o “dormidos corazones”, los proclives a la ignorancia, los mecidos por la debilidad, los “pobres aeronautas de la rutina”. Su realidad es otra, desmembrada y deshecha, asida por sueños y frustraciones, así, “como si tal cosa pudiera ocurrir en la vida”.

Lo que Liverpool propone es un cambio de lenguaje, una realidad y una verdad que escapan a cualquier tipo de control. Un libro casi ajeno a su época, lleno de cosmopolitismo, de una música interna que, sin embargo, es capaz del canto, como “cuando a los gallos se les revientan las crestas para cantar, / señores, para cantar”. La producción poética de Millares Sall fue evolucionando, y con el tiempo llegó a una concentración que despoja al poema de toda anécdota. Su escritura, cada vez más sucinta, acaso había llegado a un punto de rigor expresivo inmune a todo lo que no sea ya sobrio ahondamiento, íntima sensualidad, blanco, puro y transparente instante, allí donde las cosas son, donde el espíritu no puede sino romper con toda gramática, con toda circunstancia. En Cuadernos no hay ningún tipo de afectación, todo es certero y vigoroso, sólo está el sabor pleno de las cosas y de los objetos. Su ritmo es el de la lengua y nunca el del compás del verso. Su exigencia es casi orgánica, buscando el vínculo esencial entre memoria y vida, entre experiencia y lenguaje: “poesía libre a pasos a surcos abiertos / los labios a campanas / que rompen cantos a pájaros y a uvas los peces / y a parras sus redes / el hombre que marina oscuros vocabularios / y amaestra poesía palabras / a cifras y a voces el hombre que arrulla / nanas fiel a su paso / al oro de la tinta verbo / del conocimiento”. Crítico y sarcástico también, irónico y solidario, pero siempre del lado del máximo rigor estilístico, buscando la palabra exacta, esa capaz de dar cuenta de un universo personal lleno de sentidos y de evocaciones, pero siempre preciso. Como el mismo poeta viene a decir, en un texto excepcional titulado “Del taller del poeta” con el que se abre esta edición de su poesía última, la suya es “una escritura que se va haciendo y va tomando cuerpo, a medida que su luz se expande: signos que se derraman sobre la mesa de la escritura”.

Una escritura magmática, respirable y admirada. Así los textos de Cuadernos, que son sólo una parte pequeña de entre los más de 5000 poemas escritos en sus últimos años. Como afirma Selena Millares en el prólogo a Esa luz que nos quema, lo más destacable del trabajo poético de Millares Sall es “su ritmo poderoso y vibrante, sanguíneo, que da curso a la rabia y a la idea, y que afirma con uñas y dientes un futuro luminoso”. Cada poema es una ventana, un hueco de luz y de sombras, de sonidos y de vuelos, una respiración que busca el “misterio de una memoria / hacia otra orilla que toca tierra / con otra lengua diferente a la del espejo / de esta playa vacía/ que de ojos / se llena”. Quizás su impulso sea un exceso de ser donde el texto se desborda hasta desangrarse. Y a la vez el poema edificado casi con el rigor de una construcción geométrica. Parte de la singular belleza de la poesía de José María Millares Sall, tiene íntima relación con esa presión expresiva con la que se marca la piel del poema, ajeno a impurezas anecdóticas y contingentes. Es el poema el que toma unas palabras que no sirven sólo de puro recipiente: “Fardo / de luz hombre / el poeta que saco extrae de pozo / ilumina de escombros / y llena de hoyos y piedras sórdidas aladas / canciones”. De este afán de creación voluntaria de la materia poética, de la extrema lucidez buscada en su confección, proviene como ya se ha dicho, la singular belleza de su obra. Hay que entender que su escritura poética muestra, ante todo, el irreductible e inquietante extrañamiento que caracteriza el roce del hombre con las cosas y con su propia interioridad. Esta fisura, esta falta, lo que pide no es un arrebatamiento expresivo, sino sólo la emoción, una emoción reflexiva.

       Esta obra provoca en el lector un fuerte impacto, que es consecuencia del certero contrapunto que establece entre la inquietud que logra sembrar en cuanto enuncia, y la aparente asepsia emotiva de sus formulaciones. Disociando a la poesía de esas funciones expresivas adheridas a la hiperinflación sentimental, desalojando del poema la sugerencia equidistante de la metáfora, a favor de cierto entramado simbólico e incluso onírico, determinando el acento en una modulación verbal y lingüística que se fundamenta en la severidad y cierto ascetismo, siendo riguroso sin dejar de ser compresible y directo, así consigue que sus poemas alcancen una singular luz. El ritmo no es musical, sino sintáctico, un ritmo visual, un ritmo intelectual: “Debajo / de la piedra hay un reloj / y agujas que caminan y el rodar del agua bajo tierra / y encima de esa nube el tiempo / y tras del pájaro que vuela / otra piedra lanzada tras el reloj que escapa / y tras de todos esa sombra / que huye y el silencio y más allá de su luz / ese animal sin ojos / que aún / nos llama”. Celdas es el título que José María Millares Sall había establecido para los cientos de cuadernos que escribió sucesivamente en los últimos diez años, y de los que este libro es muestra abarcadora. Cuadernos, ejemplo excepcional de esta escritura última es suma de diversas y sucesivas series de poemas que forman un único discurso poético. José María Millares Sall es ya una presencia insoslayable en la poesía española del último siglo, de esa que atesora una declarada sabiduría poética, enriquecida por un largo compromiso con la vida, y capaz de dejar “que a volar / vayan campanas y horizontes / de humo y le doy alas / y espacio hasta que al vacío escuchemos / respirar su silencio / y en palabras / no / se pierdan”. En los meses finales de su vida pudo ordenar y corregir algunos de sus textos, que fueron recogidos en Krak (Calambur. Madrid, 2011), un único poema en 23 fragmentos en verso libre y sin signos de puntuación, un ajuste de cuentas vital y poético frente al esperpento de la muerte y ante la comprometida memoria colectiva y personal, gracias a ese personaje que da título al libro y que oficia a modo de doble, de extraño ser que entra y sale de los poemas como hechizado, como la otra cara, oscura, de la identidad: "un agujero por donde a chorros escapó la noche". Acaso una de las mejores obras de los últimos años. Voz de una escritura que, como sabía el propio Millares Sall, es “para quienes leen pensando que lo que leen es, sencillamente, poesía, no versos”.


Libros de Millares Sall en la base de datos del ISBN:

RIESGO Y DESAFÍO: LA POESÍA ÚLTIMA DE BLAS DE OTERO

Bien es verdad que la imagen de Blas de Otero ha estado durante mucho tiempo sometida a ciertos lugares comunes, que no por ciertos dejan de ser el sustento de reiteradas etiquetas asentadas en el vacío, unas veces académico y otras veces cultural, pero vacío al fin y al cabo. Cuando muchos de sus primeros poemas, cantados y coreados en escenarios y reuniones populares y estudiantiles, dejaron de ser eficaces para ciertas reivindicaciones; cuando los gustos literarios cambiaron y surgieron otras opciones poéticas y estéticas; cuando el escenario político alcanzó la “normalidad” democrática; y cuando llegó el tiempo en que el poeta emprendiera largos viajes que le alejaron de su territorio poético y existencial, fue entonces cuando pasó a ser el estandarte y el ejemplo fijado de eso que los libros y manuales de literatura han dado en llamar la “poesía social”, y de ahí, y en pocos años más, a ser simplemente un clásico, casi siempre mal leído, y con frecuencia recurrente casi olvidado, siempre perdido en programas y planes de estudio, en las páginas escasas y siempre iguales de blandos manuales de historia literaria. Pero también es verdad que la mayor parte de todas esas etiquetas escolares y de todas las compartimentaciones literarias, dejan de tener sentido y se desmoronan cuando su obra poética es leída sin prejuicios y sin limitaciones, con la misma libertad que Blas de Otero siempre quiso y buscó denodadamente hasta su muerte. Son esos “silencios de Blas de Otero” de los que Mario Hernández habla en su prólogo a Mediobiografía, antología que selecciona buena parte de los poemas biográficos del poeta vasco.

         Siempre el mismo, sin embargo hay muchos y distintos espacios y tramos en su obra, aunque siempre aparezca una única lectura asimilada: “Han pasado los años: sigo vivo, / y cansado y tenaz hasta las heces; / cien veces que naciese, tantas veces / viviera y escribiera como escribo”. Muy pocos han sido los que han tenido en cuenta los diferentes registros y la evolución de su escritura. Y la mayor parte de sus estudiosos no han tenido en cuenta, o no han querido resaltar la fuerza y el cambio que se hacen patentes en sus últimos poemas, en el conjunto de su obra final. Más de treinta años después de su muerte, aparece al fin, después también de mucho aguardar y de mucho especular, la publicación de su tan esperado último libro, Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977) (Galaxia Gutenber/Círculo de Lectores. Barcelona, 2010), con prólogo de Mario Hernández y en edición de Sabina de la Cruz, su compañera de los años finales y experta conocedora de su escritura y de su vida. Muchos de los 306 poemas que lo integra, ya habían sido publicados los últimos 20 o 30 años en diversas revistas, antologías, estudios y recopilaciones, pero el resto, un total de 161 poemas, “han permanecido rigurosamente inéditos hasta hoy”, como se señala en la nota editorial. A pesar de todo, este es un libro inédito: un libro porque su composición, su estructura conjunta y global, y su calidad poética, así lo determinan, y porque finalmente aparecen todos los poemas, los conocidos y los desconocidos, reunidos en orden cronológico, como imagen y figura de un tiempo vital e histórico determinante y decisivo, tanto en lo personal como en lo colectivo.

         Un libro al fin, que da cuenta de parte de la mejor escritura oteriana, pues es fruto de una evolución y de una madurez poética dominada a partes iguales por la serenidad y la perturbación. Un libro de una libertad expresiva envidiable, y de una fuerza existencial igualmente clarificadora. La muerte se presiente y se vive ya más que cercana, y sobre ello escribe con decisión y mesura, y con tenacidad. Un libro que es compendio de formas y de recursos, ejemplo de modernidad, suma de tradición y de vanguardia, lleno de intertextualidades, referencias y miradas. Una escrita que hace suya una pureza simbólica nunca vista en su obra. El texto poético se muestra en su propia autonomía, capaz de dar cuenta de sus muchos tonos y de sus muchos modos de expresión, desde lo formal y estilístico, a lo temático e imaginario, y hasta en la misma estructura del libro. Otero parece desandar su camino en la ruptura de sus propios recursos, en la búsqueda de una retórica diferente, de declarada y extrema desnudez, a través del verso libre y del versículo, en la perfección de sonetos que desbaratan su estructura y esquemas tradicionales, en un habla de tono bajo, en una poesía en los mismos timbres de la voz del hombre. Parece que por fin encuentran su sitio en el poema y en la escritura, pues ya estaban en la obra anterior, una serie de elementos y caracteres que aquí alcanzan definición plena: discontinuidad y fragmentarismo, uso del collage, disolución de un lenguaje poético clásico, rupturas de la sintaxis, oscuridades semánticas, una subjetividad y una intimidad crecientes, lo real junto con lo más personal e imaginario, desarrollos surrealista. Y todo ello sin perder sus referentes, ni crear desconciertos ni desarreglos en el lenguaje del poema. Léase entonces desde aquí el poema titulado “Aproximándose al borde”, cuyos primeros versos dicen así: “El sol de enero dice los poetas no hacen más que repetirse, / el mismo ritmo, igual sintaxis, idénticos vocablos, / semejantes imágenes me tienen ya jodido, / por qué no dicen algo nuevo de una manera distinta / pero auténtica...”, para acabar el poema acaso de manera más clara y rotunda, a la vez que enigmática, pues “se puede escribir / sin alcanzar del todo la originalidad pero aproximándose al borde / de la nada donde todo está ya dicho”.

         La muerte es una constante del libro, emotiva y honda, pero también lo son la del amor y la del tiempo, la memoria y la presencia inevitable de los otros. Quizás el modo sea ahora de mayor intensidad y de más clara pureza, pues libre de anclajes históricos, el verso alcanza una apertura esencialista mucho más declarada. Véase sino el juego de imágenes surrealista del poema “Lo fatal”, donde los temas antes citados se conjugan y mezclan, dando al texto esa anchura de compás antes también citada. Ahora no hay ya dramatismos, sino que la actitud poética esta determinada por una conciencia clara de acabamiento, de asunción serena de lo por venir. En el mismo día que Blas de Otero fue operado de un tumor canceroso, está el origen de este sencillo y hermoso poema, titulado “Serenen”: “Dejo unas líneas y un papel en blanco. / Líneas que quiero quiebren la desesperanza. / Líneas que quiero despejen la serenidad. / Líneas que balanceen el reposo. / Líneas sobrias / como el pan. / Transparentes como el agua. / Cuando me lean dentro de treinta años, / de setenta años, / que estas líneas no arañen los ojos, / que colmen las manos de amor, / que serenen el mañana”. Es una actitud nueva, y frente a ella el poeta se interroga y se responde, en ese certero y alto poema que es “Cantar de amigo”, donde a la misma pregunta inicial de cada verso, “¿Dónde está Blas de Otero?”, se suceden siempre distintas pero siempre las mismas respuestas: “Está muerto, con los ojos abiertos”. Es la fuerza de una vida y de una mirada, frente a las cuales, todo lo demás es accesorio, innecesario. Lo que importa son esas “claras / realidades, / el resto es literatura, / inútil / literatura para apagar los ojos como esta vela roja que se alza en la palmatoria de cobre”.

         Casi un diario poético, existencial y vital, colmado de paisajes y de recuerdos, y de futuros. Una escritura plena de intertextualidades, de referencias y de citas implícitas, de juegos textuales. Un mundo dominado por la imaginación más real: “La casa está parada. En la terraza / un hombre abraza a una mujer hermosa. / Pasa un obrero, un niño, una muchacha... / La realidad desborda”. Frente al poeta social, al escritor desarraigado, al creador asentado en las técnicas más tradicionales, en los recursos más poéticos, aparece ahora una voz libre, que hace de las rupturas su modo y su manera. Una escritura autónoma y ambigua, simbólica y oscura, inmersa en espacios y escenarios interiores. Aunque ciertamente compensados por el uso del humor y la ironía, por la aparición de lo erótico y de las intertextualidades, los poemas de La galerna, que dan cuenta de los estados depresivos del poeta, son ejemplo de esa oscuridad interior, de una dificultad vital ante la que no queda sino resistir, vivir el canto: “esto es escribir llorar a cal y canto / con el canto en mitad de la frente”. Blas de Otero demuestra con este libro mayor que es posible asumir la modernidad más absoluta, que tras la larga batalla es posible alcanzar la expresión poéticas de esas otras cosas que componen la vida. Una voz que hace poético lo común, un lenguaje común que se desborda de significados, aunque sólo sea “A veces”: “Escribiendo borroso / viviendo claro / contando / cosas / sucedidos / del alma / los hombres / países / las palabras un espejo de niebla / reflejando palabras / concretas / subconsciente vidriera / de la palabra directa / inverosímil / adherida a sus adyacentes / silencio / a veces / sólo / silencio”.

            Un libro que es casi una parábola, un lenguaje trazado en la percepción, una mirada larga y clara, renovada en sus “ojos abiertos”. Un libro grande de un grande de la poesía. Blas de Otero supo, casi como ninguno, enfrentarse al ser existencial y al ser poético, supo buscar esa verdad tan honda y profundamente sentida que hace del acto creador, y de la vida, una cuestión de riesgo y desafío: “ahora es de noche y tus dientes trituran un junco verde recién arrancado de la orilla, / tu juventud que recoge la llave perdida en medio de la calle, / y  vuelve a abrir los ojos / y las manos y la puerta gastada e invulnerable de mi vida”. Un clásico, más vivo que nunca.

miércoles, 30 de julio de 2014

SOBRE LA RAZÓN FANTÁSTICA

Alfred Kubin nació en 1877 en Leitmeritz, Bohemia, en el seno de una familia de militares, y murió en Zwickledt, Austria, en 1959, ciudad donde poseía un pequeño castillo en el que residía desde finales de 1906. Siguiendo la tradición familiar ingresó en la carrera militar, pero su estancia en el ejército fue breve debido a una serie de frecuentes crisis nerviosas, resultado quizás de una dura infancia marcada por la muerte de su madre cuando aún era un niño, hecho que nunca fue capaz de superar, y que le llevo en varias ocasiones a intentar el suicidio. Su formación artística se inicia en 1898, cuando instalado en Munich ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Schmidt-Reutte, y más tarde en la Academia de Bellas Artes, donde encaminó sus intereses creativos hacia el grabado, una técnica que siempre había considerado necesaria, fruto de su admiración por las litografías de Odilon Redon, artista al que conoció y visitó en París en 1905. Kubin fue un reconocido pintor, dibujante e ilustrador, con constantes colaboraciones gráficas a lo largo de más de 60 años, autor de una amplia, insólita y original producción, además de ser cofundador, junto con Kandisnsky y Gabrielle Münter, de la Nueva Asociación de Artistas, posteriormente pasando a ser uno de los miembros más destacados de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). A pesar de que su obra se desarrolló fundamentalmente como grabador e ilustrador, parte de su celebridad proviene de su actividad literaria, y esencialmente porque, junto a múltiples artículos, narraciones y un amplio epistolario, en 1909 escribió una imponente y premonitoria novela expresionista, Die Andere Seite, traducida al español como La otra parte o Al otro lado, y que influyó notablemente en la literatura posterior, sobre todo en los surrealistas, convirtiéndose desde entonces en un clásico de la literatura fantástica universal.

     El resultado de su formación y de su trayectoria, indudablemente marcadas por sus vivencias de infancia, tanto en su trabajo plástico como en su faceta literaria, es el desarrollo de un lenguaje personalísimo caracterizado por algunos rasgos esenciales, entre ellos el pesimismo, el desasosiego y la ironía, elementos con los que creó un mundo fantástico y fantasmagórico, onírico y grotesco, pleno de inquietantes escenas que encuentran fundamento en sus dos obsesiones y reflexiones principales: la muerte y el mundo femenino. Gracias a sus obras, y dentro de ellas, disponemos también de sus propios testimonios a cerca de su trabajo creador, pues muchos de sus textos están dedicados a relatar su vida, como esa fascinante autobiografía titulada Demonios y fantasmas de la noche, mientras que otros están consagrados a exponer su práctica del dibujo y de la ilustración. Como bien afirma José Miguel G. Cortés en su artículo “Alfred Kubin: sueños de un vidente”, incluido en el catálogo del mismo título de la extraordinaria exposición organizada por el IVAM Centre Julio González en 1998, “su obra es un intento de expresar y exorcizar el dolor de su niñez; una dura batalla por dilucidar una identidad personal, al tiempo que un catalizador de las frustraciones más íntimas”. De ahí la radicalidad y la destacada complejidad de sus obras artísticas y literarias, capaces de poner a prueba cualquier teoría previa, aportando tanto reflexiones como materiales insobornables con los que un lector atento podrá dar razón del singular universo de este enigmático creador vocacional. Por encima de su posible carácter figurativo y hasta cierto punto tradicional, la obra de Kubin no es ni mucho menos realista. Su objetivo no es plasmar en dibujos o en narraciones una percepción pormenorizada del mundo exterior, ni detallar las escenas o paisajes que se presentan ante los ojos, pues su interés no es hacer copias afortunadas de los trazos objetivos de su entorno, sino relatar, expresar y exponer aquello que le atormenta y le obsesiona, delimitar el universo escurridizo y fantástico de sus sueños y de sus visiones. Su talante no es cartesianamente racional, sino determinado por una impasible voluntad de establecerse y permanecer en los límites de lo incierto, lo confuso e indistinto, en la oscuridad y la penumbra en la que viven lo indefinido e inconsútil, el inconsciente y lo ambiguo, escenarios peligrosos y fascinantes de un territorio continuamente atravesado por lo onírico y lo terrorífico, lo siniestro y lo fantástico, por todo aquello que proviene de la instantánea fugacidad del ser.

      Cuando no hay divisiones claras entre el más allá y el más acá, cuando se agudiza la confusión entre lo vivo y lo muerto, es entonces cuando aparece esa inquietante extrañeza que caracteriza toda la obra creativa de Kubin. Así se desvanecen los límites entre la fantasía y la realidad, cuando lo conocido conduce a lo desconocido, sin fronteras ni límites, de tal manera que lo ignoto o ignorado no operan como mundos aparte respecto de lo familiar, sino que acaban constituyendo su perfecto reverso. Así lo entendió Kubin, y así lo dice al concluir las notas de su autobiografía diciendo: “Y en eso consiste, pues, el sentido de ser artista: en cubrir el absurdo de la existencia con el velo de nuestra creación, un fino velo que cubre el abismo de las fuerzas caóticas, que poco significan para nosotros en comparación con el mundo aparente en el que transcurre nuestra verdad, aunque esa verdad sea únicamente una ilusión tan etérea como el transcurso del tiempo”. Su universo está construido con una larga lista de figuras y visiones, de alucinaciones, de destrucciones y de muerte, una muerte que adquiere diversas caras: una veces coexiste con la vida, se antropomorfiza, otras veces es gentil, y otras se muestra cómica, como en ese dibujo de 1938 titulado Muerte sobre patines, donde arropada con todos los aditamentos adecuados, se dedica a patinar en una pista de hielo como un individuo más. Son muchos los dibujos de Kubin donde se muestra la cara más dura y salvaje de la muerte, una muerte que se vuelve sucia y negativa. De la bella muerte se pasa a la muerte sucia. Parece como si esas imágenes o esas ensoñaciones le surgieran de pronto, buscando en ellas su autenticidad, y más allá, el sentido de una vida, esa profundidad que también nos constituye y a la que no desciende la conciencia. Gran parte de las anotaciones de su autobiografía, y de muchos de sus artículos, hacen referencia a la realidad que perfila el marco externo de su obra creativa, una realidad que podría definirse como afortunada, pues muy pronto, a sus 24 o 25 años, tuvo la gracia de gozar del reconocimiento de la crítica y del público, lo que le permitió exponer sus obras con frecuencia, vender sus trabajos y recibir encargos y contratos a lo largo de toda su vida, sin tener que pasar las penalidades, las miserias y fracasos que siempre han envuelto esa falsa imagen romántica del creador y del artista elegido, solitario y genial. Kubin relata estos pormenores con toda sencillez en su autobiografía, una vida envuelta en anécdotas simpáticas, desde sus dificultades para encontrar una casa en alquiler, hasta los beneficios alcanzados gracias a generosos mecenas o a los elogios de la crítica en los periódicos. Con la misma naturalidad da cuenta de las relaciones personales que le unen a todo un formidable grupo de artistas geniales y señeros, con quienes comparte experiencias, planteamientos y trabajos, un elenco excepcional que reúne nombres tan destacados como El Bosco y Rembrandt, Max Klinger y Van Gogh, Edvard Munch o Paul Klee.

      Repetidamente hace referencia a su infancia, al ámbito familiar y cultural en el que vivió, de donde surgieron los espacios y los elementos que contribuyeron a la construcción de su identidad personal. En el caso de Kubin, algunas de esas circunstancias fueron tan extremas, sobre todo una niñez y una adolescencia difíciles y tormentosas, que le llevaron al borde de un suicidio no consumado por pura casualidad, y a fuertes crisis nerviosas y psicológicas en las que llegó a acariciar la locura y la enfermedad mental. Muchos de sus encuentros con esa dama vieja e implacable que es la muerte, no serán sino una reiteración de un conocimiento atroz y prematuro, presenciado en la agonía de su madre, contemplado en el rostro cadavérico de su ser más querido. Esas huellas nunca abandonaron la memoria de Kubin, siendo sus versiones de las danzas de la muerte una exigencia que le venía, en cierto modo, del mismo seno familiar, de lo más íntimo de su biografía. Paralelo al mundo de la muerte, surge otra de sus obsesiones, el mundo femenino. El mundo de sus relaciones con las mujeres determina de manera clara tanto su obra plástica como la literaria. Las mujeres son seres temibles y tentadores, seres demoníacos y amenazantes, son lascivas y crueles, castradoras y extenuantes, llegando a representarlas como brujas, vampiros o alacranes. Sujetos determinantes de esa porción trágica de su existencia. Junto a los datos aportados por su extraordinaria autobiografía, por el relato puntual y anecdótico de su vida, el hallazgo fundamental de Kubin en su constante escudriñar en los rincones laberínticos del alma, quizás radique en su demostrada capacidad para reseñar las dualidades que atraviesan la identidad de nuestra existencia consciente. Su producción está sin duda determinada por esos sueños y visiones, pues el universo onírico es, como bien lo ha definido José Miguel G. Cortés, “más que una simple metáfora, la dimensión más importante de su existencia. El sueño se convierte en sujeto, alegoría, símbolo; se personifica en sus inquietantes figuras y remite al espectador a un estado de melancolía”.

     En los relatos de El gabinete de curiosidades, el mundo de Kubin se sitúa entre la vigilia y el sueño, entre el día y la noche, entre el consciente y el inconsciente, entre la voluntad y el instinto. Un mundo de absorbente y perturbadora plasticidad, nacido de nuestra biografía más secreta, de los deseos y pulsiones que también nos constituyen, de los sucesos más secretos y olvidados de nuestra vida. De ahí la soberanía visionaria de su arte y de su escritura, de su representación de esa “otra parte” angustiante de nuestra realidad. Sus dibujos y sus relatos son una genial antología de la neurosis y la obsesión, un bestiario íntimo, un homenaje de la razón a la locura, un escenario poblado de seres siniestros, mutilados y deformes, personajes fantásticos y terribles, amenazadores, ejemplos certeros de un universo estrictamente interior construido a partir de elementos reconocibles extraídos de la realidad consciente. Tanto en sus relatos como en sus dibujos, y tomado como ejemplo un cuento y un dibujo ambos titulados El intruso, y ambos también construidos con escasos elementos y personajes, Kubin es capaz de crear situaciones y argumentos dramáticos excepcionales, pequeñas obras maestras. Todos, en el fondo, somos o hemos sido intrusos en algún momento. Por eso su obra alcanza un universalismo que incumbe por entero al ser humano, un universalismo alejado de ensimismamientos y de cualquier tipo de piedad liberadora, fruto de una ebriedad que permitirá al lector y al espectador de esta obra prominente del arte y de la literatura fantástica, franquear sin miedo el umbral de lo oscuro. Un umbral donde se funden los elementos plásticos con los literarios, una puerta influyente para unos y punto de referencia inexcusable para otras obras mayores como las de Kafka o Ernst Jünger. Sus libros, gracias a la interrelación entre texto e imágenes, nos ofrecen una de las más logradas experiencias estéticas del expresionismo, además de ser punto de inicio de una revolución contra las formas y gustos convencionales, contra el dominio de la conciencia como árbitro de los procesos creadores y contra todo intento de objetividad. Ahí está, para confirmarlo, esa severa afirmación con la que el propio Kubin ratifica sus esfuerzos: “El hombre no es sino una nada autoconsciente”.


- La otra parte; traducción de Juan José del Solar, Siruela, 1989

El gabinete de curiosidades. Autobiografía;  dibujos originales de Alfred Kubin, traducción de Jorge Segovia y Violetta Beck, Maldoror Ediciones, 2004

- El trabajo del dibujante; traducción de Jorge Segovia, Maldoror Ediciones, 2004

- Historias burlescas y grotescatraducción de Jorge Segovia y Violetta Beck, Maldoror Ediciones, 2006

- Alfred Kubin. Sueños de un vidente. Catálogo de la exposición organizada por el IVAM, Centre Julio González, 28 de abril-21 de junio 1988; Generalitat Valenciana, Consellería de Cultura, Educació i Ciència, Valencia, 1988

miércoles, 23 de julio de 2014

EN LA LUZ DEL MIEDO

     La voz de Al Berto (Coimbra, 1948-Lisboa, 1997), seudónimo de Alberto Raposo Pidwell Tavares, es una de las más personales de la poesía portuguesa desde 1975. Sus inicios le valieron la denominación de marginal y ejemplo de una especie de “beat generation” portuguesa, pero el lector modificará esa imagen al descubrir la carga lírica de este trágico moderno: junto al poeta de imágenes crudas y provocadoras que no huyen del realismo sórdido, convive un cultivador de la continuidad rítmica y la fluidez melódica. De una escritura en el límite de la autobiografía, de un imaginario de ciudades subterráneas, de ambientes nocturnos y embriaguez, nacen textos con una insatisfacción esencial que aleja al sujeto de su búsqueda. De ahí la omnipresencia del cuerpo en su obra, materia y lugar de un deseo bajo el signo de la imposibilidad. Su centro es un “yo” vacío, solitario e insomne que se busca a sí mismo, como si sólo pudiera ser visto desde el exterior, en la “atracción de los espejos”. Signo de ese desdoblamiento es la articulación de su seudónimo: el nombre verdadero partido en dos entidades que marcan esa escisión: “y de tu nombre/ no queda más que una mitad del mío”.

     El sentimiento dominante es un miedo angustioso que la escritura enmascara: “El miedo, el gran miedo/ que se confunde con la serenidad, te devora”. El sujeto empírico y el poético, desdoblado y múltiple, se miden en el poema llegando a conjugarse en segunda persona, una voz que es la muestra o el ejemplo del doble alucinado del poeta: “Lejos, muy lejos de aquí/ se ve flotar al luminoso ahogado”. Frente a la figura errante de sus inicios, progresivamente crece un sujeto inmóvil y reflexivo, repleto de mundo y de imágenes que toman el lugar del ser ausente: “Es más allá de tus ojos cerrados/ donde el mundo se despierta./ Mundo que todavía no sabes describir”. Su música es solemne en la elevación tonal y la amplitud rítmicas del versículo, en un balanceo majestuoso y ceremonial nacido de la escenificación dramática del poema. Un furor heroico que se expresa en su tono de ritual mortuorio. Como parte de esa metáfora marítima que recorre su obra, su voz se hace líquida, a la vez familiar y violenta, melodiosa y desatada.

     El mar tiene su opuesto en el cadáver blanquecino del ahogado en la arena: “Huesos. Sal./ Escorbuto del deseo postergado”. Su función es introducir la muerte en la vida, la languidez rítmica de un entorpecimiento angustiante pero bienaventurado que mece y calma: “Estás muerto, luminoso ahogado./ Y yo tiemblo y tengo miedo,/ un miedo mayor que tu muerte./ (...) Pensé en llorar, pero en vez de eso/ fui a buscar palabras/ que me entorpecieron y consolaron”. Sus poemas muestran un espacio que no tiene fondo ni superficie, ni ahora ni nunca, ni aquí ni otro sitio, un lugar intermedio entre vida y muerte, un ámbito de sombras extrañamente luminoso: “ese inmenso limbo semi-oscuro/ donde fluctuarán rostros y gestos,/ cuerpos y palabras –y nada tendrá sentido”. Vida y muerte son permeables, las dos caras de una realidad que imagina la una en la otra: “¿Y si la muerte te olvidase?/ Permanecerías ahí echado,/ la mirada fija en otras miradas./ Silencioso, o contando historias de barcos,/ de océanos y de mares,/ de peces y de turbulentos ríos/ -hasta que la luz/ polvorienta del mundo se extinguiese,/ para siempre”. Su esperanza es irracional, estética, como si el lenguaje pudiera sustituir las creencias mezclando sutilmente una melancolía enfermiza y una alegría paradójica en una seguridad dislocada: “Quién sabe lo que nos espera/ al final de este viaje...”.

     Es el aliento amplio y redentor de unos versos que muestran así un corte íntimo que busca la imagen propia en su encuentro con el otro. Al Berto es un poeta lírico y moderno, contemporáneo y barroco, y en su poesía la más marcada modernidad asume el placer de la musicalidad y de la búsqueda de la belleza. No en vano el objeto del poema es dibujar el lugar de toda una existencia, “Aunque sepamos que en ese lugar/ no existió nunca ningún tiempo”.


Doce señales; traducción de Adolfo Montejo Navas, Cuadernos de poesía portuguesa, 1989

Una existencia de papel; traducción de Ángel Campos Pámpano, Pre-Textos, 1992

- La secreta vida de las imágenes; traducción de José Luis Puerto, Amarú Ediciones, 1997

- Canto del amigo muertoprólogo, traducción y versión poética de Jesús Losada, Celya, 2004

- O último coração do sonho; edición y traducción de Jesús Losada, Celya, 2008

El miedo : poemas escogidos, 1976-1977; selección, traducción y prólogo de Cidália Alves dos Santos y Javier García Rodríguez, Pre-Textos, 2007

- Jesús Losada, Al Berto, itinerario lírico del miedo : obra poética, 1974-1997; Celya, 2013 

jueves, 10 de julio de 2014

LO PROFUNDO CERCANO

Recuento de poemas. 1950-1993
Jaime Sabines
Edición de J. G. S.
Madrid. Visor Libros, 2014
579 páginas. 18 euros


De cierto, lo primero que llama la atención, sorprende, y acaso emociona de la poesía de Jaime Sabines (Tuxtla Gutiérrez, 1926-México, D.F., 1999), es su ejercicio de ascesis hacia la claridad, su capacidad para reconvertir el caos y el fragor de lo cotidiano en una manifestación viva de simplicidad, quizás como la única medida cierta de un existir probable. Entra así de lleno e indudablemente en la lista de poetas que han contribuido a deshacer el mito, proclamado por algunos, del poeta como “ser aparte” y “alejado de la vida”. Como se explica en la contracubierta, en esta edición revisada y contrastada con los documentos originales del poeta, se reúne su obra completa, recuperando poemas que habían sido excluidos en algunas ediciones anteriores. Así pues, aquí está la visión íntegra y certera de un poeta que escribe con declarada y patente claridad, y también con lucidez, de asuntos cotidianos y sociales esencialmente humanos. Una escritura que, con una inteligencia y constancia necesarias, sabe escapar del localismo provinciano y del exceso de lo personal, revelando y dando cuenta de verdades generales imprescindibles. Un realismo que, a pesar de su manifiesta contingencia o simplificación aparente, contribuye conscientemente al enriquecimiento de la conciencia personal y colectiva, pues su acercamiento a la realidad más palmaria no lleva implícito reducciones de significado. Por el contrario, se mantiene en la tensión que nace de la posibilidad cierta de un más allá de lo aparente, y en la que el sentido del verso y del poema no se agotan en lo estrictamente representado, en los límites de la realidad descrita.

El empleo consciente de la lengua coloquial y de lo anecdótico es un rasgo determinante de la poesía de Sabines, tan patente como su capacidad para profundizar, desde el lenguaje ordinario y desde la precisión de la gramática lógica, en las paradojas y ambigüedades de la realidad y de sus hechos, en lo profundo cercano. El lector es llevado entonces a preguntarse por otras señales, las que no van del poema hacia fuera, sino del poema hacia dentro, ese camino que, alejado de la lógica monótona del lenguaje común y conversacional, nos lleva hacia ese otro estrato en el que se muestran los requerimientos y limitaciones de una vida mecánica e impersonal. Es la fuerza alegórica del canto como elemento esencial de una poética que ya es puesta de manifiesto desde los poemas de “La señal” (1951): “No digamos la palabra del canto, / cantemos. Alrededor de los huesos, / en los panteones, cantemos”. Una poética que hace suyas las variaciones de perspectivas y de puntos de vista, los cambios a veces violentos, a veces cuidados, de la sintaxis, como un modo de descabalar y de variar el tono y la naturaleza de lo descrito, de descubrir las paradojas, las posibilidades y las caras de la experiencia, como se hace patente en un temprano poema titulado “Los amorosos”, incluido en “Horal” (1950), su primer libro. El lector es, de nuevo, requerido para que reconozca el ritmo semántico en el que se sustenta unos poemas donde el hacer y el ser aparecen tan unidos como el fondo y la forma.
      
      El desafío de Sabines no proviene de los riesgos o naufragios del lenguaje, de sus saltos y caídas, que sin embargo existen, sino de su capacidad para mostrar la presencia de una figura de lo humano tras la promesa de los versos, incluso en sus momentos más pedestres, eso que el poeta llama “el oro de la vida”: como en ese gran poema de poemas que es “Sigue la muerte”, alcanzamos a saber que en lo “final” sabremos hallar lo “inicial”. En esta obra completa encontraremos los temas universales: la soledad, el amor, la muerte, el paso del tiempo, el dolor, la enfermedad, en definitiva, el proceso de la vida, la “sencillez”, si eso fuera fácil, de la emoción humana, pues no en vano se sabe a sí mismo “un hombre que anda por la tierra”. Es en la capacidad de ajuste comunicativo de la lengua donde surgen los mejores poemas de Sabines, allí donde desde el lugar común o el sentimiento más corriente, nace el valor preciso de una experiencia entendida como asunto fundamental de la escritura: “Salen los poemas del útero del alma / a su debido tiempo”. Una de las mejores y más escuetas aproximaciones a Jaime Sabines, es la que Octavio Paz le dedica en la lejana antología de poetas mexicanos “Poesía en movimiento” de 1966, y que así termina: “Para Sabines todos los días son el primer y último día del mundo”. Quizás esta sea la mejor definición para alguien que, desde el poder más frágil y sencillo de la lengua, confiesa: “No soy un poeta; soy un peatón”. Sea pues esta nueva edición de “Recuento de poemas”, gracias al buen hacer de Chus Visor, una vuelta al testimonio de la vida, pues como dejó dicho José Emilio Pacheco, en la poesía de Sabines lo que destaca es esa capacidad para “transformar la literatura en realidad”.

EL CANDIL DIFUSO DEL AMOR

Los trinos que se extinguen
María Polydouri
Edición bilingüe de Juan Manuel Macías
Madrid. Vaso Roto, 2013
153 páginas. 14 euros

                                                              
    La llamada “generación perdida” es un grupo de escritores y poetas griegos marcados por destinos trágicos y muertes prematuras, y señalada por el desencanto que vive Grecia tras la Gran Guerra y la Catástrofe de Asia Menor (fruto de la guerra greco-turca de principios del siglo XX que desplazó a un millón y medio de griegos), uno de los acontecimientos históricos considerado por muchos como el más triste de la moderna historia del país. Kostas Karyotakis, su figura más representativa -poeta urbano y pesimista, cínico y burlón, y uno de los precursores de la modernidad poética griega- se suicidó en 1928. María Polydouri (Kalamata, 1902-Atenas, 1930) aparece ligada a Karyotakis, con quien mantuvo una corta pero intensa relación, tanto por lazos sentimentales, como por circunstancias parecidas de vida trágica y atormentada: rota la relación que les unía, intenta una nueva vida en París, pero enferma de tuberculosis, vuelve a Atenas el mismo año de la muerte de su amor imposible. A causa de su enfermedad, y quizás ayudada por la morfina, muere a los 28 años, dando comienzo así a su leyenda: “Moriré una mañanita triste como mi vida”. Publicó dos libros fruto de su estancia en el  sanatorio de Sotiría: "Los trinos que se extinguen" (1928), por primera vez traducido al castellano, en ejemplar edición de Juan Manuel Macías; y "El eco en el caos" (1929). Hay quien considera su trabajo una versión menor de la poesía de Karyotakis, y quien la cree autora de los más hermosos poemas de amor de la poesía griega. El amor, la belleza, la muerte y la naturaleza son parte esencial de su escritura, pero más allá de la emoción apasionada, sus poemas muestran una identidad en crisis: las dudas y preguntas sin respuesta, la fugacidad y la fatalidad, esa difícil adecuación de conocimiento y felicidad que es fuente de desesperación: “Y soy la vida, y soy el caos, y nada espero de la suerte bufa”. Su gran sed vital no puede sino enfrentarse a la ansiedad de que la vida no sea más que una ilusión: “Sólo porque me quisiste yo he nacido, / por eso sólo se me concedió la vida”. La muerte es entonces, como definitiva forma de ausencia y pérdida, el principio de autoridad de su escritura: “Mi último aliento vendrá a decírtelo, y entonces / todo el amor que te queda será como un candil difuso, / pobre memoria en el olvido de mi tumba”. Por encima del brillo o la contundencia de su estilo, lo que impresiona en estos poemas es, como “el graznido de un pájaro salvaje”, la expresión trágica de la herida profunda del ser humano. Un gran libro en una envidiable edición, por la que recientemente Juan Manuel Macías ha recibido, de la Sociedad Griega de Traductores, el premio a la mejor traducción en español.

miércoles, 9 de julio de 2014

EL PESO DE LA VIDA

Mirada adentro
Li-Young Lee
Traducción de Enrique Servín
Vaso Roto. Madrid, 2012
177 páginas. 22 euros



Por primera vez traducido al español, Li-Young Lee (Yakarta, 1957) une a su sensibilidad, que le ha hecho ser uno de los poetas más populares de Norteamérica, una fascinante historia personal: su abuelo materno fue, antes de la revolución cultural, el primer presidente de la República China; su padre, médico personal de Mao Zedong, se exilió en Indonesia, donde Lee nació, y bajo la dictadura de Sukarno fue encarcelado por razones políticas. Cuando fue liberado la familia comenzó un nuevo exilio que les llevaría a pasar por Macao, Japón o Hong Kong, hasta que en 1964 se instalan en los Estados Unidos, donde el padre, predicador evangélico, se hizo ministro de una pequeña iglesia en Pensilvania. En el poema titulado “Autoayuda para refugiados” se rememoran estos hechos, y a la vez que se reflexiona sobre el sufrimiento de las víctimas de abusos políticos, se ofrecen algunas instrucciones para hacer frente al reto de ser inmigrante y “soportar el peso de su propia nostalgia o esperanza”. Lee habita en eso que Walter D. Mignolo llama un “territorio de frontera”, un no-lugar entre el dentro y el afuera, entre la presencia y la ausencia, entre la tierra de los vivos y el reino de los muertos. Su lenguaje se abre así a lo que no puede ser dicho, y sus poemas fluyen entre el mundo físico y el espacio de la memoria, entre el sueño y la imaginación, mostrando el ritmo inquieto de nuestras mentes en un mundo en el que “Las sombras de las aves sobre la página / casi nos cuentan una historia”. El lenguaje directo y mágico de sus narraciones simples (excelente la versión de Enrique Servín) enuncian potentes ideas sobre la experiencia, el pasado, la memoria, la infancia, la pérdida, la incertidumbre, la duda, el sueño, el amor y la muerte: “Entonces recordarás tu vida / como un libro hecho de velas, / cada página leída a la luz de su propio consumirse”. Mecido por un mar de fondo, el lector se mueve entre la oscuridad y la luz, el pasado y el presente, el silencio y el diálogo, y “confundido con el alma y la carne”, viviendo “entre el o y el acaso, entre el ambos y el ninguno”, accederá a un mundo líquido que brilla en la unión de los opuestos: “lo que te mantuvo vivo / por todos estos años te ha impedido vivir”. La vida es frágil y todo tiene un final, pero Lee nos recuerda que siempre hay un nuevo comienzo (“¿Me quieres?, pregunta / Te quiero, // contesta, y el mundo sigue recomenzando”), que simplemente hay que ser y hay que vivir, y que la poesía puede ser una forma de encontrar sentido a nuestra existencia.

UNA VIDA CERCANA

Antología de poesía checa contemporánea
Edición de Radim Kopáč
Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús
Prólogo de Monika Zgustová
Pre-Textos. Valencia, 2013
379 páginas. 25 euros


La poesía checa no ha logrado en nuestro país (salvo excepciones como las de Jaroslav Seifert, Vladimír Holan, Jirí Orten, Jaroslav Durych o Miroslav Holub, entre otros) el mismo reconocimiento que su narrativa (Milan Kundera, Ivan Klíma, Arnošt Lustig o Bohumil Hrabal, por poner sólo algunos ejemplos), siendo prácticamente desconocida para el lector español. Esta es la primera vez que aparece una antología de poesía checa contemporánea en castellano, con una selección en la que se incluye la obra de diez poetas, ocho hombres y dos mujeres, con diez poemas cada uno: Karel Šiktanc (1928); Zbyněk Hejda (1930); Jiří Gold (1936); Petr Král (1941); Ivan Wernisch (1942); Ivan M. Jirous (1944-2011); Jiří H. Krchovský (1960); Petr Borkovec (1970); Kateřina Rudčenková (1976) y Marie Štastná (1981). Si el arco temporal de estos autores ocupa desde la segunda mitad del siglo XX hasta los inicios del nuevo siglo XXI, llama un tanto la atención el calificativo de contemporánea: aquí conviven momentos y tramos generacionales diversos, desde los poetas exiliados y prohibidos por el régimen totalitario anterior a la Revolución de Terciopelo (1989), hasta la generación más joven, en una amalgama de espacios y tiempos diferentes. Esto alcanza explicación en la propia historia: junto con el crecimiento de una nueva y posmoderna literatura en los años noventa, que dio lugar a nuevos textos poéticos, hubo una apertura democrática que permitió la publicación de todos esos libros y obras prohibidas hasta entonces, o sólo editadas clandestinamente, por lo que muchos poetas, casi inéditos e invisibles, publicaron y fueron descubiertos por primera vez por los lectores en esos mismos años en los que iniciaban su escritura los poetas más jóvenes. Este es el caso, por ejemplo, de Zbyněk Hejda (1930), que con la publicación de sus poesías completas en 1996 alcanzó la aclamación popular, convirtiéndose en unos de los poetas más leídos, gracias a su intensamente personal y confesional mezcla de acontecimientos vividos, imaginados y soñados, muestra de un territorio efímero, en el límite entre lo exterior y lo interior, “en (el) que nos agostamos como el follaje del alma”. Si los textos seleccionados, además, pertenecen a trabajos, con excepciones, escritos y editados en el siglo XXI, demuestran esa convivencia que hace adecuada la denominación de contemporánea.

Karel Šiktanc (1928), el mayor poeta vivo de la República Checa, canta los misterios de la vida cotidiana, gracias a una poesía tranquila, secreta y meditativa, atractiva visual y musicalmente, “una cenefa de niebla en el bosque como una procaz entrepierna”. Jiří Gold (1936), existencial y alegórico, busca la transcendencia de la metáfora con un lenguaje lacónico y conciso, trazando eso que llama “un canto vidente”. Petr Král (1941) es un transeúnte de los súbitos vértigos de lo cotidiano, de los gestos menudos del mundo, pedazos fugitivos cuyos reflejos ensanchan una existencia que “vive (en) / el tenue temblor del instante”. En Ivan Wernisch (1942) destaca su variedad formal, el sentido unas veces burlesco y otras concentrado de sus versos, como “cuando la liebre atraviesa a la carrera un campo labrado”. Ivan M. Jirous (1944-2011) fue un provocador, líder de la banda de rock The Plastic People of the Univers. Su poesía, de sintaxis alterada y concisa, da vida a una estética de lo vulgar mezclada con cierto sentimentalismo, como queriendo “olvidar todo” para así “no olvidar nada”. Jiří H. Krchovský (1960) es un audaz músico y poeta underground, entre la desesperanza y la ironía, la imaginación y la melancolía, el humor negro y el absurdo, en unos textos resonantes e intertextuales, y uno de los más originales poetas checos. Petr Borkovec (1970) es un poeta prolífico y original, con un particular timbre emocional. Traducido a varios idiomas, se ha convertido en el poeta checo más conocido en el extranjero: sutil y refinado en lo formal, maduro y exigente en sus contenidos, con una plasticidad patente en su lenguaje, en sus modos de percepción y en la precisión de sus descripciones. Sus poemas habitan interiores cerrados o describen en detalle y con movimiento lento los cambios de la naturaleza: “Contemplaba, nombrando todo del mismo modo, / escuchaba. El zorzal cantaba, / creía en todo. Parecía. Eso aparentaba”. Kateřina Rudčenková (1976), intensamente pasional, es una de las más aclamadas poetas jóvenes checas, capaz de hablar con manifiesta carnalidad y un tono muy beckettiano, de las pasiones y los deseos, de las frustraciones y decepciones inherentes a todas las relaciones humanas, en especial entre hombres y mujeres. La suya es la mirada oblicua de una mujer ansiosa y temerosa ante la vejez y la degradación de un cuerpo lejano ya del placer: “me reconocerás / por mis pasos y por la forma de mi sombra”. Marie Štastná (1981) tiene una mirada caleidoscópica, fugaz y frágil, que le permite ver lo que no habíamos visto antes, pues sus versículos capturan el espacio interior y el espacio exterior de lugares determinados y señalados, a quienes habitan en esa “tierra de nadie / entre umbral y umbral”, con ese verso que tanto recuerda a Paul Celan.

Un lector avisado echará de menos ciertos nombres (Viola Fischerová, Václav Hrabě, Pavel Kolmačka o Petr Halmay), pero esta antología es una muy buena muestra de la poesía checa actual. Una breve reseña no hace justicia a las diversas voces aquí reunidas, ni al esfuerzo, independencia y originalidad de su traductora, pero valdrá la pena descubrir a unos poetas merecedores de una publicación y traducción más amplia, ejemplo de una vida cercana y de una poesía rica y viva que, declaradamente, vienen a compensarnos de los años de aislamiento.