Sólo en sus últimos años de vida y de escritura, alcanzó el reconocimiento de los premios y los homenajes, justamente en el corto tiempo que media entre la reedición de uno de sus más
sobresalientes e importantes libros, Liverpool (Calambur. Madrid, 2008),
aparecido por primera vez a finales de los años cuarenta, y la edición póstuma
de Cuadernos (2000-2009) (Calambur. Madrid. 2009) otro de sus más
importantes e iluminadores trabajos de escritura, y por el que recibió póstumamente el Premio Nacional de Poesía en 2010. A estos dos libros ya
imprescindibles, hay que sumar también, en las mismas fechas, dos aproximaciones antológicas: Esa
luz que nos quema (Barataria. Barcelona, 2009) que con selección y prólogo
de Selena Millares, reúne una muestra de su poesía inédita entre 2002 y 2009, y
escogida de entre las más de 5000 piezas escritas en sus últimos años; y Case
cen poemas: antoloxía esencial (PEN Club de Galicia. Santiago de
Compostela. 2009), cuya selección corre a cargo de Jorge Rodríguez Padrón y
traducidos al gallego por Manuel Fernández Rodríguez. El mismo año de su muerte
le fue concedido el Premio Canarias de Literatura, recibido por el poeta en la
esperanza de que gracias a ese reconocimiento largamente esperado, pudiera al
fin ver publicados esa gran cantidad de trabajos e incontables obras que aún
permanecen inéditas.
Cuando se publicó por
primera vez en 1949, Liverpool ni fue entendido ni fue asimilado por una
casta poética todavía sumida en los requerimientos del verso. Y sin embargo es
un libro fundamental que soporta como pocos el paso del tiempo, y que hoy
todavía sigue siendo estrictamente contemporáneo, libre y arriesgado, atrevido
en su forma, en su ritmo y en su sentido poético. Lo que aquí se plasma es el
ambiente, la vida y los sueños de un puerto que puede ser cualquier puerto imaginado. Son
seis poemas y dos ciudades, Liverpool y Hong Kong, y cuatro espacios numerados,
cuatro puntos de las horas. Es como si el vacío se extendiera a través del
espacio y del tiempo, buscando precisamente eso, ese espacio y ese tiempo, sus
cruces y sus voces. La escritura entonces como un ignorado legislador del universo
mundo, si tenemos en cuanta la cita de Shelley, que junto con otra de Heine,
abren este ejemplo de modernidad poética. Porque este es un libro expuesto, de
cruel gravedad a veces, invadido del ansia y del anhelo inherentes a todo
viaje, y del extrañamiento que flota también en sus impulsos: “un poeta es un
corazón más sobre la niebla del mundo”. Un mundo de dolor y de miedos, que
aparecen y se descomponen en la escritura. Pero también la esperanza solidaria
y universal, lejana y libre: “Palmo a palmo, amigos míos, / lágrima contra
lágrima como parto sobre parto, / se entregan los hombres a la lucha por la
tierra”. Una imaginería tan sutil como feroz, tan tierna como el olvido, y de
una potencia envidiable. Lean este final de uno de sus poemas: “Naturalmente,
yo en mis ojos, / sobre la caliente oreja de un reloj moribundo, / sobre mi
propio cuerpo de piano enfermo que se pudre, / y a través de los hilos de un
teléfono a doscientos pasos de mi amada que se pudre, / naturalmente, / y yo en
mis ojos, y en mi alma, / y a lo largo de una calle sin esquinas, / a esa hora
exacta después de las dos / y media de la tarde, naturalmente”. Nada tienen
aquí que hacer aquellos que posean “dormidas lenguas” o “dormidos corazones”,
los proclives a la ignorancia, los mecidos por la debilidad, los “pobres
aeronautas de la rutina”. Su realidad es otra, desmembrada y deshecha, asida
por sueños y frustraciones, así, “como si tal cosa pudiera ocurrir en la vida”.
Lo que Liverpool
propone es un cambio de lenguaje, una realidad y una verdad que escapan a
cualquier tipo de control. Un libro casi ajeno a su época, lleno de
cosmopolitismo, de una música interna que, sin embargo, es capaz del canto,
como “cuando a los gallos se les revientan las crestas para cantar, / señores,
para cantar”. La producción poética de Millares Sall fue evolucionando, y
con el tiempo llegó a una concentración que despoja al poema de toda
anécdota. Su escritura, cada vez más sucinta, acaso había llegado a un punto de
rigor expresivo inmune a todo lo que no sea ya sobrio ahondamiento, íntima
sensualidad, blanco, puro y transparente instante, allí donde las cosas son,
donde el espíritu no puede sino romper con toda gramática, con toda
circunstancia. En Cuadernos no hay ningún tipo de afectación, todo es
certero y vigoroso, sólo está el sabor pleno de las cosas y de los objetos. Su
ritmo es el de la lengua y nunca el del compás del verso. Su exigencia es casi
orgánica, buscando el vínculo esencial entre memoria y vida, entre experiencia
y lenguaje: “poesía libre a pasos a surcos abiertos / los labios a campanas /
que rompen cantos a pájaros y a uvas los peces / y a parras sus redes / el
hombre que marina oscuros vocabularios / y amaestra poesía palabras / a cifras
y a voces el hombre que arrulla / nanas fiel a su paso / al oro de la tinta
verbo / del conocimiento”. Crítico y sarcástico también, irónico y solidario,
pero siempre del lado del máximo rigor estilístico, buscando la palabra exacta,
esa capaz de dar cuenta de un universo personal lleno de sentidos y de
evocaciones, pero siempre preciso. Como el mismo poeta viene a decir, en un
texto excepcional titulado “Del taller del poeta” con el que se abre esta
edición de su poesía última, la suya es “una escritura que se va haciendo y va
tomando cuerpo, a medida que su luz se expande: signos que se derraman sobre la
mesa de la escritura”.
Una escritura magmática,
respirable y admirada. Así los textos de Cuadernos, que son sólo una parte
pequeña de entre los más de 5000 poemas escritos en sus últimos años. Como
afirma Selena Millares en el prólogo a Esa luz que nos quema, lo más
destacable del trabajo poético de Millares Sall es “su ritmo poderoso y
vibrante, sanguíneo, que da curso a la rabia y a la idea, y que afirma con uñas
y dientes un futuro luminoso”. Cada poema es una ventana, un hueco de luz y de
sombras, de sonidos y de vuelos, una respiración que busca el “misterio de una
memoria / hacia otra orilla que toca tierra / con otra lengua diferente a la
del espejo / de esta playa vacía/ que de ojos / se llena”. Quizás su impulso
sea un exceso de ser donde el texto se desborda hasta desangrarse. Y a la vez
el poema edificado casi con el rigor de una construcción geométrica. Parte de
la singular belleza de la poesía de José María Millares Sall, tiene íntima
relación con esa presión expresiva con la que se marca la piel del poema, ajeno
a impurezas anecdóticas y contingentes. Es el poema el que toma unas palabras
que no sirven sólo de puro recipiente: “Fardo / de luz hombre / el poeta que
saco extrae de pozo / ilumina de escombros / y llena de hoyos y piedras
sórdidas aladas / canciones”. De este afán de creación voluntaria de la materia
poética, de la extrema lucidez buscada en su confección, proviene como ya se ha
dicho, la singular belleza de su obra. Hay que entender que su escritura
poética muestra, ante todo, el irreductible e inquietante extrañamiento que
caracteriza el roce del hombre con las cosas y con su propia interioridad. Esta
fisura, esta falta, lo que pide no es un arrebatamiento expresivo, sino sólo la
emoción, una emoción reflexiva.
Esta obra provoca en el lector un fuerte impacto,
que es consecuencia del certero contrapunto que establece entre la inquietud
que logra sembrar en cuanto enuncia, y la aparente asepsia emotiva de sus
formulaciones. Disociando a la poesía de esas funciones expresivas adheridas a
la hiperinflación sentimental, desalojando del poema la sugerencia equidistante
de la metáfora, a favor de cierto entramado simbólico e incluso onírico,
determinando el acento en una modulación verbal y lingüística que se fundamenta
en la severidad y cierto ascetismo, siendo riguroso sin dejar de ser
compresible y directo, así consigue que sus poemas alcancen una singular luz.
El ritmo no es musical, sino sintáctico, un ritmo visual, un ritmo intelectual:
“Debajo /
de la piedra hay un reloj / y agujas que caminan y el rodar del agua bajo
tierra / y encima de esa nube el tiempo / y tras del pájaro que vuela / otra
piedra lanzada tras el reloj que escapa / y tras de todos esa sombra / que huye
y el silencio y más allá de su luz / ese animal sin ojos / que aún / nos
llama”. Celdas es el título que José María Millares Sall había
establecido para los cientos de cuadernos que escribió sucesivamente en los últimos
diez años, y de los que este libro es muestra abarcadora. Cuadernos, ejemplo excepcional de esta
escritura última es suma de diversas y sucesivas series de poemas que forman un
único discurso poético. José María Millares Sall es ya una presencia
insoslayable en la poesía española del último siglo, de esa que atesora una
declarada sabiduría poética, enriquecida por un largo compromiso con la vida, y capaz de dejar “que a volar / vayan campanas y horizontes / de humo y le
doy alas / y espacio hasta que al vacío escuchemos / respirar su silencio / y
en palabras / no / se pierdan”. En los meses finales de su vida pudo ordenar y corregir algunos de sus textos, que fueron recogidos en Krak (Calambur. Madrid, 2011), un único poema en 23 fragmentos en verso libre y sin signos de puntuación, un ajuste de cuentas vital y poético frente al esperpento de la muerte y ante la comprometida memoria colectiva y personal, gracias a ese personaje que da título al libro y que oficia a modo de doble, de extraño ser que entra y sale de los poemas como hechizado, como la otra cara, oscura, de la identidad: "un agujero por donde a chorros escapó la noche". Acaso una de las
mejores obras de los últimos años. Voz de una escritura que, como sabía el
propio Millares Sall, es “para quienes leen pensando que lo que leen es,
sencillamente, poesía, no versos”.
Libros de Millares Sall en la base de datos del ISBN: