domingo, 28 de diciembre de 2014

EL FERVOR DE LA MEMORIA

Más allá, Tanger
Álvaro Valverde
Tusquets. Barcelona, 2014
112 páginas. 12 euros



      Para Domingo Badía, conocido como Alí Bey, Tánger sólo es comparable al efecto de un sueño; para Tahar Ben Jelloun, una mujer que no se atreve a mirarse al espejo, acaso porque en sus calles sólo persiste la memoria. Álvaro Valverde busca ese espejo para recobrar el sueño de la memoria, el espacio vivo de la pérdida en una ciudad, “la vieja conocida que no es”, a la que alguien regresa y a la que alguien llega por primera vez. Para ambos, ese viaje es “el único trayecto que conduce / a las fuentes sagradas del origen”, a un territorio que, “entre la oscuridad / que enturbia tu pasado / y la luz que ilumina / este presente”, alcanza la salvación del olvido. Sus cincuenta poemas -desnudos y luminosos, concisamente narrativos- son “las piezas sueltas de un puzle”, ecos de una memoria que este largo e indisputable poema reúne “para hacer verosímil / lo que sólo es ficticio”. Una voz doble, la del narrador y la de su mujer, que son el contrapunto y la razón de una historia compartida. Un poema que encuentra su espejo y en él su identidad, pues “en esta encrucijada, lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso”. Una suma de “aguafuertes” y “vislumbres” que confieren una intensidad especial a un relato tan íntimo que sólo es posible en el poema, como avispas “volando / alrededor del vaso de té”, y “cada avispa un recuerdo / de los años vividos”. Es el excepcional mosaico de una vida, “una suma de símbolos / de lo que fue y no ha sido, / de la vida pasada / y del mundo futuro”. Una impugnada realidad, sin límites ni nostalgias, “acaso porque es / (el) reflejo de un fervor”.

"Más allá, Tánger" de Álvaro Valverde, reseña publicada en Babelia - El País, el sábado 27 de diciembre.

viernes, 19 de diciembre de 2014

CUADERNO ÁTICO. TEXTOS.

       A principios de este mes de diciembre ha salido el nº 5 de la revista "Cuaderno Ático". Son 131 páginas con colaboraciones y textos inéditos de Aurora Luque, Antonio Ortega, Carles Mercader, Antonia Huerta Sánchez, José Luis Gómez Toré, Vicente Fernández González, Antonio Cabrera, Hilario Barrero, Rafael Fombellida, María López Villalba, Abel Murcia, Teresa Domingo Catalá, Sandro Luna, Teresa Garbí, Olivia Martínez Giménez de León, Antonio Moreno, Aitor Francos, Mar Benegas, Carlos Iglesias, Ibon Zubiaur. En la sección "La biblioteca" publicamos una reseña firmada por José De María Romero Barea y poemas de Javier Sánchez Menéndez y de Trinidad Gan, pertenecientes a sus últimos poemarios publicados. Podéis leerla en el siguiente enlace: http://cuadernoatico.es/index

      Gracias a la generosidad de Juan Manuel Macías, que con tanto cuidado, profesionalidad y dedicación edita y dirige esta espléndida revista que es "Cuaderno Ático", en este nuevo número aparecen estos textos míos:



Es el temor sujetando el asombro, el vapor del aliento que, en la tenue bruma, desaparece a través de largos tubos de hierro, la luz que cae del cielo en las voces nocturnas.

Es el tiempo que se acumula como si fuera de agua, como un gran estrépito de metales sobre el lomo metódico de una bestia distante en las copas de un bosque, fragmentos desprendidos al azar, el zumbido de un corazón recluido al borde del invierno.

Lavada por el viento la tierra existe al margen de nosotros, cuando se esconde limpia en su espejo solar.


***


Tras la calcinación viene la larga agitación del miedo, una vigilia que intercala meses. Tras las manos cortadas un guerrero sin armas nos azuza como la sangre que nunca se seca.

Tras ríos desviados, montañas y bosques sobre las mesas, océanos allí, bajo los dientes. Tras los cofres abiertos de un perdido enemigo, el aliento extraviado en los pulmones.

Tras el álbum del mundo, las heridas buscando unos labios que nunca están allí. Tras de un sucio cordel, una ceniza ligera en la arena persiguiendo una estación que no existe.

César dijo que no se añade noche a lo que os hace sombra.

Cruel e inútil juego cuando la muerte abriga con placeres fantasmas.


***


El humo es silencioso, el estruendo llega después, es como un pájaro desorientado entrando en una habitación, volando entre las estrellas doradas de las cúpulas azules del Kremlin.

Por encima de la línea del cielo un mar repleto de caballos, la blancura insensata de las sombras.

Como de fría cal en el aire más débil, la aparición de un rostro bajo la luz del día, la placidez del agua antes de congelarse.

Los perfiles de un muerto son como un suelo seco que no teme las huellas, como una mariposa envejecida.


***


Son una plaga del azar las sombras cuando, en el alba, nos enseñan un paraje imposible, la belleza de la cera imperfecta: luz para no perderse, para no estar en silencio atónitos como infelices locos.

Es el tiempo sin voz de una estación asombrada después del abolido paso de los trenes, la hora crecida sólo en la ceniza del invencible olvido, pábilos de aceite entre las plantas dejando adivinar en sus corolas el rumor de criaturas oblicuas.

Somos sólo fantasmas expropiados, piedras desbordadas del lecho de la sed, húmedas acuarelas: juegos de agua y de azar.


***


Siempre goteando en alguna parte, el agua nos deslumbra, fría como un corazón que sólo escuchara los azules sonidos del comercio, el silencio y el canto de un cuchillo en las quejas de madres llorando aún por sus olvidados hijos.

No somos sino una copia resuelta, la belleza es solamente armadura, copos secos los rostros, somos casi el fermento de sábanas grasientas, imágenes duras y obtusos cráneos desbordados en cálculos, somos la pintura que se desprende de un cuadro santo en un rincón oscuro.

Apartados del mundo, igual que una pepita seca dentro de un hueso frío, somos sólo moscas en un trozo de sombra.


***


Buscan la prisa líquida de una luz brillando en el blanco vello sobre las uvas negras, sólo así sus cuerpos salen del limo. Sólo cuando revienta la uva hinchada al sol se quema el vino, y agrietado en la luz, nuestro cuerpo se aquieta y se mecen sus sombras.


***


El recuerdo del agua aún perdura después del largo tiempo de la muerte. Los días se alargan, como la luz menguante de un rescoldo que, ya frío entre la lumbre de un incendio, ha empezado a extenderse.

Es entonces cuando el aliento forma hielo sobre los cuerpos, la lengua se retiene hasta que el cabello se vuelve blanco y, en la caída cierta de los acantilados, nos descubre su cara. En la fuerza de un glaciar la dulzura de la llama que se alarga buscando el aire más allá de todo alcance.

Es entonces cuando creemos ver la exactitud perdida, oculta entre las salas de un hospicio, entre grandes bandadas de libélulas.


***


Trozos de metal extraviados en una tormenta que dura siglos y nunca toca el suelo, un barco entre las olas que se cruzan, un puerto construido con espinas de arenque en la cara vacía de un planeta.

Una mirada capaz de romper los arcos secos de todos los puentes desvelándonos el tiempo que nos devora, para que así seamos gatos lamiendo, en su tazón de estaño, la reluciente esencia de todo lo que es inasequible, de todo lo que esconden las abreviaturas simples del mundo.


***

Una tumba cercada de laureles nos señala una falta, la incertidumbre de un pasado oscuro entre la ropa cierta que nos envuelve el cuerpo.

El ser caprichoso de los ríos, el mar huidizo en el que su alma inmensa toma el color del lecho de un desierto.

Sólo dejamos que el telar repose cuando suenan las vértebras y, en el punto de fuga de los muelles, el calcinado pecio de los barcos nos revela que, tras la bruma sorda, los extremos del mundo se despliegan como una cabellera sobre el agua.

Que tengamos los huesos tan pesados es simple sedimento del azar.

(siste viator)


***


Los pájaros no hablan, tienen los huesos huecos, acumulan el aire debajo de unas alas que la presión levanta en prueba de su vuelo, y al aire de su canto.

Hacen su casa en las últimas cosas y a la hora justa en que el sueño fija la tentación del alma.

Un vaho la caída, la claridad un punto sobre el aire, nuestro cuerpo de pronto por encima de todas las cabezas en las alas de los ventiladores.


***


Cuando soñamos con olores acres, en la boca entreabierta crece el rumor del llanto de cientos de perros extraviados, cuando oímos el silbido de un tren entre las copas oscuras de un bosque lleno de hayas cobrizas, surge la enfermedad como una tela escasa, sin pliegues que la oculten, y el sabor del terror hace de la lengua una piedra densa.

Sólo entonces, de noche, sentimos la reserva de los gatos pegados al silencio en los muros de sus casas oscuras.

El dinero, la muerte y el pan de los mastines firmes en su poder, alzados frente al mundo como la lluvia helada sobre el polvo.

(Philippe Sollers)

(Fray Iñigo de Mendoza, Coplas de Mingo Revulgo)


sábado, 8 de noviembre de 2014

VIVIR EN EL ENVÉS

Pornografía para insectos o más bien El desvividor
José María Parreño
Valencia. Pre-Textos, 2014
87 páginas. 15 euros


     El poema que abre este libro habla de esas orquídeas que, mimetizando la forma de las hembras de abeja, consiguen ser polinizadas cuando los machos tratan de aparearse con ellas: “Estas flores son / pornografía para insectos”. José María Parreño despliega un proceso similar (señalado por Vicente Luis Mora en sus trabajos sobre la identidad narrativa) al de esas arañas que construyen en sus redes un doble de sí mismas para, en una maniobra replicadora, dirigir a sus depredadores hacia un objetivo falso idéntico al original. Sus poemas nacen así, a escondidas de su autor, pues “es la autobiografía de un yo al que antes no había tenido acceso”. Una réplica, un “yo” alternativo, una identidad que se “desvive” y sabe que “Todo se puede decir / a través de otra cosa, / que no es / y que en cambio revela / una oculta verdad”. Como Ulises ante los feacios, el autor y el lector van a escuchar su historia contada por otro, desde otro lado, acaso la única manera en que puede ser contada: “Vivo en su envés, / miro / por la rendija negra / de su parpadeo”. Una voz que se vuelve sobre sí misma, que dice eso que sin el otro no podría revelarse. Como un entomólogo o un cartógrafo que saben que “no hay / adónde ir / y que la vida trata de otra cosa”, únicamente cabe mostrar un “aquí” que “sólo es / la rúbrica de grietas / que deja / lo arrancado”. Un libro repleto de pliegues que se expanden y se recogen en un “yo” desdoblado y replicante, capaz de proyectarse en el/lo otro: “Esto es: caminamos, / pero no para llegar, / sino para hallar / algo en nosotros”. La fuerza de este libro des(en)carnado, nace justo ahí, en su voluntad de mostrar lo perdido y escondido, la dureza de “los huesos que abrazaron / cada día / su contradicción”.


"Pornografía para insectos" de José María Parreño, reseña publicada en Babelia - El País, el sábado 8 de noviembre.

jueves, 6 de noviembre de 2014

LAS CANCIONES DORMIDAS DEL DESPIERTO

Disolución del nocturno
Ildefonso Rodríguez                                                                  Amargord. Madrid, 2013
116 páginas



      El espacio del sueño y el espacio de la música (el jazz y la improvisación libre) son, entre otros, dos de los ejes vertebrales decisivos de la escritura de Ildefonso Rodríguez (León, 1952). El sueño, que ha sido elemento esencial y recurrente de su obra, pues muchos son los lugares, las voces y los personajes que pueblan sus fronteras, alcanza en Son del sueño (Ave del Paraíso, 1998) y ahora en Disolución del nocturno, un lugar preciso de necesidad, de comprensión de una realidad sin simulacro que acude al rescate de la vida gracias a esa figura que el pensamiento romántico llamó un “poeta escondido”. Es evidente la inmersión en la tradición literaria del sueño que, desde los románticos alemanes, pasando por Robert Louis Stevenson, Arthur Rimbaud, Gérard de Nerval o el surrealismo, llega a nosotros a través de Franz Kafka, Henri Michaux, Bruno Schulz o J. V. Foix, sólo por citar algunas de las muchas presencias de un libro que es un mosaico, un “retablo” sobre los sueños, a partir de los sueños, entorno y alrededor de los sueños. Su audacia es mostrar esa otra parte que tanto buscó Alfred Kubin, quizás la parte más grande de una realidad que, transformada en un gran juego personal, se extiende sobre todas las certezas del mundo.

Son los juegos sin fin del “yo” y del “otro”, del doble, de las voces que en este libro se acumulan y se hacen presentes: la del “durmiente” y la del “despierto”, la de un “tercero inexistente” y reflexivo, la del “lector” y el “vigilante”, la de los amigos y la memoria, la del amor y la del deseo. Ese tercero inexistente, acaso oculto, esa “voz intermedia”, esa “voz tercera” que dice, está en relación sin duda, con ese nuevo lenguaje que Basarab Nicolescu abre a la escritura al introducir la lógica del tercero secretamente incluido en la lógica clásica aristotélica, y que obedece al principio de identidad de no contradicción y del tercero excluido. Una revolución absoluta, como dice Clara Janés, pues este principio del tercero secretamente incluido hace el papel de símbolo viviente que une las contradicciones, que las abraza y las funde. Hegel ya definió el yo infinito y el yo finito; la filosofía moderna e idealista la división tradicional entre contemplado y contemplante; el yo y el no-yo de Fichte. Una infinitud que encuentra su reflejo en el sueño, entendido como posibilidad de ser, una nueva versión de la vida interior e inconsciente, una realidad mayor, en tanto en cuanto permite el acceso a instancias o fuerzas que superan las limitaciones de la razón, del individuo, de la percepción sensorial o de la misma realidad externa: el sujeto no parece querer ni temer nada, pues al que sueña le “ocurren” sus deseos y sus temores. Una realidad interior distinta y superior a una realidad inserta en la causalidad y en la cotidianeidad, y donde la identidad sabe de la posibilidad de la desintegración o del desdoblamiento.

Ildefonso Rodríguez asume el sueño, en su uso literario, como un modelo poético, pues como llegó a decir Jean Paul, “la poesía está hermanada con el soñar y el soñar es una especie de poesía involuntaria”. Así pues, en vez de padecer el sueño, lo que este libro hace es elaborarlo como elemento de re-construcción literaria y poética, o siguiendo a Gérard de Nerval, dirigir los sueños en vez de someterse a ellos, dar significado al orden de las asociaciones, crear formas de pura musicalidad. Para distinguir el sueño de otros elementos imaginativos o mágicos, nace esa alteridad referencial y narrativa, porque “la identidad también es una forma del sueño”. Esa proliferación de dualidades proyecta el yo infinito de la lectura del que hablaba Hegel a partir de la materialidad de la escritura. Como ha expresado con certeza el psicoanalista James Hillman: “cada vez que traemos un sueño a la vida estamos dando más fuerza a su dominio; cada vez que relacionamos un sueño con sucesos cotidianos de nuestra realidad de carne y hueso, eso es materialismo”.

Quizás sea este su libro más autobiográfico, el que busca un lector que admita no sólo la búsqueda, sino la complicidad, pues sentimos que el sueño se convierte en un operador de realidad, un lugar que “se distingue por un matiz, un disturbio en las proporciones, un aire que se adensa o enrarece a medida que el lector o quien escucha absorto la historia, pues el lugar suele estar hecho siempre de palabras, se adentra, se posa en él”. Un lugar material de reconstrucción, o como dice Aldo Sanz, una especie de relato o de superficie acuosa (“esa agua (que) pone en relación las palabras y las cosas”), una “líquida lírica” que permite el paso por los vasos comunicantes de la vigilia y el sueño, por el reverso del sueño vigilado: “Pero no hay respuesta, cuando dormido y despierto, soñado y soñador se han confundido tanto que ya tienen un solo nombre. Ese nombre es Nadie”, y que recuerda tanto a Michaux hablando de la nada en sí que es casi todo. El sueño entonces se despliega por este libro -a la vez narrativo y poético, al tiempo reflexión y creación- superabundante y libre, errante y transformador, con un punto de tensión que lo envuelve sobre sí mismo, y donde se junta con el puro presente del instante de la escritura: “Qué límites y marcos podrían ponerse a esas luces, esos brillos que abren la negrura del que busca su visión con los ojos cerrados?”.

       El lector encontrará aquí fragmentos y recuerdos de sueños acompañados de asociaciones, digresiones, confesiones y postulados, propuestas y antagonismos, consideraciones y reflexiones, películas contadas (ya dijo Buñuel que “los sueños son el primer cine que inventó el hombre, e incluso con más recursos que el cine mismo”), todo ello conectado en  un “híbrido”,  en una “madeja” casi teatral, en un “libro de injertos”, en un espacio “polimórfico” lleno de personajes y escenarios, figuras y sucesos que, compuestos y reunidos al compás de tantos años y tantos sueños, vienen a mostrarnos, con un lenguaje arriesgado pero preciso, la vida del soñador despierto. Una suerte de Odisea de sí mismo en la que presenta un modo posible de atravesar, con las palabras, los movimientos y realidades del sueño. En este universo, todo pasa del lado de las palabras, que crean un mundo-otro gracias al campo de fuerzas del sueño vigilado. Los sueños nocturnos tienden la imagen transformada de los sueños del día: “Todos los sueños narrados son sueños inventados”. Al fin y al cabo, como dejara dicho Xavier Villaurrutia, el sueño abandona lo nocturno y se vuelve el contorno que dibuja el mundo, un mundo que empieza a ser el dibujo del sueño. Lo nocturno es entonces una luz que se proyecta sobre la pantalla de la oscuridad. Lo nocturno es el oleaje de la noche, su interior. Algo predestinado no a la vigilia sino al sueño. Son los elementos del sueño, aquellos que se vierten en la vigilia para soportar el espacio diurno de la existencia, los que Ildefonso Rodríguez toma para definir el mundo. El sueño, que es búsqueda, noche petrificada de lo mismo y lo otro, alcanza a ser en Disolución del nocturno, noche disuelta, encuentro, luz, salida, pues sólo “así sería aguantar el vértigo asomado al barranco”, la recomposición de la “vida fragmentada, esa vida que genera la excitación y la angustia del narrador despierto”. Un narrador lírico que se busca en “una cadena infinita de dormidos y despiertos, soñados y soñadores. Allí ninguno de los dos es más real que el otro, el mismo nombre los iguala”. Son, acaso, las canciones dormidas de quien va “despierto y por la calle”.



Publicado en la revista "Nayagua", nº 20, junio 2014, p. 226-230.

http://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php/nayagua/item/nayagua-20

jueves, 30 de octubre de 2014

LAS COSTURAS DEL ALMA

El resto del viaje y otros poemas
Bernard Noël
Edición bilingüe de Miguel Casado y Olvido García Valdés
Madrid. Abada, 2014
355 páginas. 21 euros


          El viaje es para Bernard Noël revelación del cuerpo y la lengua, una enumeración de restos, como los que cubren el monasterio del monte Athos, pues “el inventario aísla separa distingue / emite una pulcritud contagiosa / en él la palabra purifica al objeto de sí mismo”. El resto del viaje se compone de tres secciones: El paso en el Athos, contemplación fascinada de un lugar donde coinciden interior y exterior, donde “la imagen y la palabra están ligadas o una / va siempre tras la otra para que el ver / o el decir prevalezca cada uno a su vez”; El resto del viaje, un itinerario, libro de abordo, registro de ciudades y espacios enmarcados por la mirada, un tiempo que “se siente (…) en la piel de los ojos” ; y El resto de un poema, 33 estrofas cortas, apotegmas que indagan en las “hilachas” del recuerdo, “una arena de sílabas y nombres propios / donde el alfabeto incuba una oscura carencia”. El volumen se completa con cuatro extensos poemas: Génesis del árbol; La luz del negro; Retrato de una mirada; y La fábula y el viento. Hay aquí un modo de territorialización, de restitución del espectáculo de las cosas, los objetos dando nombre a la profusión de la vida o, al contrario, a su destrucción: ese “algo carnal que permanece sin figura”. Una dialéctica de lo inacabado, de las limitaciones de una percepción atenta “al gran movimiento siempre hurtado” de la existencia, a “esa floración de aire que llamamos ser”. La de Noël es una de las obras más singulares e intensas de la literatura francesa contemporánea, una voz que bate la escritura como “una soledad en que la lengua se lame”. La traducción es ejemplarmente cuidada y musical, con un ritmo de lectura fluido y fascinante. Poemas como pliegues de una lengua hecha de “harapos de alma” y “costuras” deshechas, brotes de aire en el vacío de los signos y los “jirones” del ser.


"El resto del viaje y otros poemas" de Bernard Noël reseña, sin cortes, publicada en Babelia - El País, el sábado 25 de octubre.


domingo, 28 de septiembre de 2014

Otro cuadro más y otro poema.






I.

Una lejana línea
blanca que entre los pinos
se refleja en el agua
de un incesante y brusco
mar de papel de arroz.

II.

Hileras de paraguas
reteniendo la lluvia
como en un cuadro de Hokusai.

III.

Como escribe Mantegna
seguro y resignado
junto a una mecha ardiente
al pie de la que acaso
fuera su última tela:
“Sólo Dios es eterno,
y lo demás es humo”.

IV.

Es como ver un leve
destello de óxido
del río Hudson
entre la tundra
de piedras de Venecia.

(“Nil Nisi Divinum Stabile Est, Caetera Fumus”, San Sebastiano, Andrea Mantegna, 1505-06, Venecia, Cá d’Oro)

martes, 9 de septiembre de 2014

Animado por algunos amigos lectores, ahí va otra écfrasis, como dicen los críticos académicos.








En la minuciosidad imprevista
de un abismo de luz
el espectro de los acantilados
hace lentos a los gigantes fríos.
El instante nos cambia
igual que los huesos de un esqueleto
reconstruyen su carne.

El tiempo certero de las mujeres
se inscribe en la cámara en abanico
de todas las conchas de los moluscos,
mientras la inmortalidad de la infancia
nos mira con fijeza distraída,
con la extrañeza a hombros
de leves y torpes geografías.

La ansiedad del tiempo así calculada
en los días que quedan
de vida laborable,
en las hojas que quedan por llenar
en un viejo diario ya repleto.

La marea baja de un mundo en vilo
y la luz milagrosa
de la órbita elíptica de un cometa,
el tiempo escaso de un guijarro oscuro
sobre la blanca historia de una playa.

(La bahía de Pegwell, Kent: recuerdo del 5 de octubre de 1858de William Dyce. Tate Gallery de Londres)

jueves, 28 de agosto de 2014

Quienes me conoce saben de mi tozudez a "mostrarme" en la escritura. Será que el verano ha disuelto, espero que por poco tiempo, la dura realidad de la "razón poética". Ahí va pues, un texto propio.





La simetría instaura su tensión:
es una escena ausente y desdoblada
donde una multitud allí, sin sombra,
compacta en sus retratos
no deja espacio ni punto de fuga,
no abre quiebra alguna entre las miradas
que parecen buscar un horizonte
sobre un alto paisaje.

La imaginación se hace libre entonces
frente a la diversidad de los rostros,
cuando en la variedad de sus posturas
surgen voraces todos los detalles
que, potentes y dispersos, nos piden
convocar la inquietud de lo real
apaciguando así cualquier misterio
en el modo sutil de los colores,
en la vida capaz de las figuras.

Quiénes acaso son, y quiénes somos
en este enjambre de ínfimos retazos
donde vemos perplejos
la historia que se escapa
y a los muertos en ojos de los vivos,
su alma intensa allí, escrupulosamente
tan ausente y tan presa, atormentada,
sabedora de sí y de su conciencia.

Invisible a los sueños
el duelo del pasado y el futuro
deseo de estos tan estrictos rostros
y estos ardientes ojos.

(Políptico de São Vicente de Fora, de Nuno Gonçalves. Lisboa)
(Leon Battista Alberti)
(Miguel Casado)

jueves, 31 de julio de 2014

A CIFRAS Y A VOCES: LA POESÍA ADMIRABLE DE JOSÉ MARÍA MILLARES SALL

Completamente inadvertida para los suplementos literarios y revistas culturales de los principales periódicos nacionales, y con escasas menciones críticas en otros medios que no fueran de las Islas Canarias. Así ha sido recibida, con más pena que gloria, una de las obras poéticas más sobresalientes, importantes y personales de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX. Nos referimos a la escritura de José María Millares Sall (Las Palmas de Gran Canaria, 1921-2009), que sólo en sus últimos años, y a raíz de su muerte, alcanzó a ver reconocida su alta labor. Es la suya una realidad poética distinta, con un lenguaje propio, con una potencialidad expresiva envidiable ante la sumisión y el convencionalismo de buena parte de la escritura poética de sus contemporáneos. Y así lo ha dejado claro Jorge Rodríguez Padrón, cuando viene a decir que “en el ritmo, en el léxico, en la imagen -esas tres carencias todavía sangrantes en la poesía española- pone énfasis nuestro poeta, para dejarlos en entredicho y conseguir que la lógica del discurso quede sustantivamente alterada; de tal manera que el poema acabe por ser una entidad orgánica cuya respiración y cuyo movimiento lo son todo”.
        
Sólo en sus últimos años de vida y de escritura, alcanzó el reconocimiento de los premios y los homenajes, justamente en el corto tiempo que media entre la reedición de uno de sus más sobresalientes e importantes libros, Liverpool (Calambur. Madrid, 2008), aparecido por primera vez a finales de los años cuarenta, y la edición póstuma de Cuadernos (2000-2009) (Calambur. Madrid. 2009) otro de sus más importantes e iluminadores trabajos de escritura, y por el que recibió póstumamente el Premio Nacional de Poesía en 2010. A estos dos libros ya imprescindibles, hay que sumar también, en las mismas fechas, dos aproximaciones antológicas: Esa luz que nos quema (Barataria. Barcelona, 2009) que con selección y prólogo de Selena Millares, reúne una muestra de su poesía inédita entre 2002 y 2009, y escogida de entre las más de 5000 piezas escritas en sus últimos años; y Case cen poemas: antoloxía esencial (PEN Club de Galicia. Santiago de Compostela. 2009), cuya selección corre a cargo de Jorge Rodríguez Padrón y traducidos al gallego por Manuel Fernández Rodríguez. El mismo año de su muerte le fue concedido el Premio Canarias de Literatura, recibido por el poeta en la esperanza de que gracias a ese reconocimiento largamente esperado, pudiera al fin ver publicados esa gran cantidad de trabajos e incontables obras que aún permanecen inéditas.

Cuando se publicó por primera vez en 1949, Liverpool ni fue entendido ni fue asimilado por una casta poética todavía sumida en los requerimientos del verso. Y sin embargo es un libro fundamental que soporta como pocos el paso del tiempo, y que hoy todavía sigue siendo estrictamente contemporáneo, libre y arriesgado, atrevido en su forma, en su ritmo y en su sentido poético. Lo que aquí se plasma es el ambiente, la vida y los sueños de un puerto que puede ser cualquier puerto imaginado. Son seis poemas y dos ciudades, Liverpool y Hong Kong, y cuatro espacios numerados, cuatro puntos de las horas. Es como si el vacío se extendiera a través del espacio y del tiempo, buscando precisamente eso, ese espacio y ese tiempo, sus cruces y sus voces. La escritura entonces como un ignorado legislador del universo mundo, si tenemos en cuanta la cita de Shelley, que junto con otra de Heine, abren este ejemplo de modernidad poética. Porque este es un libro expuesto, de cruel gravedad a veces, invadido del ansia y del anhelo inherentes a todo viaje, y del extrañamiento que flota también en sus impulsos: “un poeta es un corazón más sobre la niebla del mundo”. Un mundo de dolor y de miedos, que aparecen y se descomponen en la escritura. Pero también la esperanza solidaria y universal, lejana y libre: “Palmo a palmo, amigos míos, / lágrima contra lágrima como parto sobre parto, / se entregan los hombres a la lucha por la tierra”. Una imaginería tan sutil como feroz, tan tierna como el olvido, y de una potencia envidiable. Lean este final de uno de sus poemas: “Naturalmente, yo en mis ojos, / sobre la caliente oreja de un reloj moribundo, / sobre mi propio cuerpo de piano enfermo que se pudre, / y a través de los hilos de un teléfono a doscientos pasos de mi amada que se pudre, / naturalmente, / y yo en mis ojos, y en mi alma, / y a lo largo de una calle sin esquinas, / a esa hora exacta después de las dos / y media de la tarde, naturalmente”. Nada tienen aquí que hacer aquellos que posean “dormidas lenguas” o “dormidos corazones”, los proclives a la ignorancia, los mecidos por la debilidad, los “pobres aeronautas de la rutina”. Su realidad es otra, desmembrada y deshecha, asida por sueños y frustraciones, así, “como si tal cosa pudiera ocurrir en la vida”.

Lo que Liverpool propone es un cambio de lenguaje, una realidad y una verdad que escapan a cualquier tipo de control. Un libro casi ajeno a su época, lleno de cosmopolitismo, de una música interna que, sin embargo, es capaz del canto, como “cuando a los gallos se les revientan las crestas para cantar, / señores, para cantar”. La producción poética de Millares Sall fue evolucionando, y con el tiempo llegó a una concentración que despoja al poema de toda anécdota. Su escritura, cada vez más sucinta, acaso había llegado a un punto de rigor expresivo inmune a todo lo que no sea ya sobrio ahondamiento, íntima sensualidad, blanco, puro y transparente instante, allí donde las cosas son, donde el espíritu no puede sino romper con toda gramática, con toda circunstancia. En Cuadernos no hay ningún tipo de afectación, todo es certero y vigoroso, sólo está el sabor pleno de las cosas y de los objetos. Su ritmo es el de la lengua y nunca el del compás del verso. Su exigencia es casi orgánica, buscando el vínculo esencial entre memoria y vida, entre experiencia y lenguaje: “poesía libre a pasos a surcos abiertos / los labios a campanas / que rompen cantos a pájaros y a uvas los peces / y a parras sus redes / el hombre que marina oscuros vocabularios / y amaestra poesía palabras / a cifras y a voces el hombre que arrulla / nanas fiel a su paso / al oro de la tinta verbo / del conocimiento”. Crítico y sarcástico también, irónico y solidario, pero siempre del lado del máximo rigor estilístico, buscando la palabra exacta, esa capaz de dar cuenta de un universo personal lleno de sentidos y de evocaciones, pero siempre preciso. Como el mismo poeta viene a decir, en un texto excepcional titulado “Del taller del poeta” con el que se abre esta edición de su poesía última, la suya es “una escritura que se va haciendo y va tomando cuerpo, a medida que su luz se expande: signos que se derraman sobre la mesa de la escritura”.

Una escritura magmática, respirable y admirada. Así los textos de Cuadernos, que son sólo una parte pequeña de entre los más de 5000 poemas escritos en sus últimos años. Como afirma Selena Millares en el prólogo a Esa luz que nos quema, lo más destacable del trabajo poético de Millares Sall es “su ritmo poderoso y vibrante, sanguíneo, que da curso a la rabia y a la idea, y que afirma con uñas y dientes un futuro luminoso”. Cada poema es una ventana, un hueco de luz y de sombras, de sonidos y de vuelos, una respiración que busca el “misterio de una memoria / hacia otra orilla que toca tierra / con otra lengua diferente a la del espejo / de esta playa vacía/ que de ojos / se llena”. Quizás su impulso sea un exceso de ser donde el texto se desborda hasta desangrarse. Y a la vez el poema edificado casi con el rigor de una construcción geométrica. Parte de la singular belleza de la poesía de José María Millares Sall, tiene íntima relación con esa presión expresiva con la que se marca la piel del poema, ajeno a impurezas anecdóticas y contingentes. Es el poema el que toma unas palabras que no sirven sólo de puro recipiente: “Fardo / de luz hombre / el poeta que saco extrae de pozo / ilumina de escombros / y llena de hoyos y piedras sórdidas aladas / canciones”. De este afán de creación voluntaria de la materia poética, de la extrema lucidez buscada en su confección, proviene como ya se ha dicho, la singular belleza de su obra. Hay que entender que su escritura poética muestra, ante todo, el irreductible e inquietante extrañamiento que caracteriza el roce del hombre con las cosas y con su propia interioridad. Esta fisura, esta falta, lo que pide no es un arrebatamiento expresivo, sino sólo la emoción, una emoción reflexiva.

       Esta obra provoca en el lector un fuerte impacto, que es consecuencia del certero contrapunto que establece entre la inquietud que logra sembrar en cuanto enuncia, y la aparente asepsia emotiva de sus formulaciones. Disociando a la poesía de esas funciones expresivas adheridas a la hiperinflación sentimental, desalojando del poema la sugerencia equidistante de la metáfora, a favor de cierto entramado simbólico e incluso onírico, determinando el acento en una modulación verbal y lingüística que se fundamenta en la severidad y cierto ascetismo, siendo riguroso sin dejar de ser compresible y directo, así consigue que sus poemas alcancen una singular luz. El ritmo no es musical, sino sintáctico, un ritmo visual, un ritmo intelectual: “Debajo / de la piedra hay un reloj / y agujas que caminan y el rodar del agua bajo tierra / y encima de esa nube el tiempo / y tras del pájaro que vuela / otra piedra lanzada tras el reloj que escapa / y tras de todos esa sombra / que huye y el silencio y más allá de su luz / ese animal sin ojos / que aún / nos llama”. Celdas es el título que José María Millares Sall había establecido para los cientos de cuadernos que escribió sucesivamente en los últimos diez años, y de los que este libro es muestra abarcadora. Cuadernos, ejemplo excepcional de esta escritura última es suma de diversas y sucesivas series de poemas que forman un único discurso poético. José María Millares Sall es ya una presencia insoslayable en la poesía española del último siglo, de esa que atesora una declarada sabiduría poética, enriquecida por un largo compromiso con la vida, y capaz de dejar “que a volar / vayan campanas y horizontes / de humo y le doy alas / y espacio hasta que al vacío escuchemos / respirar su silencio / y en palabras / no / se pierdan”. En los meses finales de su vida pudo ordenar y corregir algunos de sus textos, que fueron recogidos en Krak (Calambur. Madrid, 2011), un único poema en 23 fragmentos en verso libre y sin signos de puntuación, un ajuste de cuentas vital y poético frente al esperpento de la muerte y ante la comprometida memoria colectiva y personal, gracias a ese personaje que da título al libro y que oficia a modo de doble, de extraño ser que entra y sale de los poemas como hechizado, como la otra cara, oscura, de la identidad: "un agujero por donde a chorros escapó la noche". Acaso una de las mejores obras de los últimos años. Voz de una escritura que, como sabía el propio Millares Sall, es “para quienes leen pensando que lo que leen es, sencillamente, poesía, no versos”.


Libros de Millares Sall en la base de datos del ISBN:

RIESGO Y DESAFÍO: LA POESÍA ÚLTIMA DE BLAS DE OTERO

Bien es verdad que la imagen de Blas de Otero ha estado durante mucho tiempo sometida a ciertos lugares comunes, que no por ciertos dejan de ser el sustento de reiteradas etiquetas asentadas en el vacío, unas veces académico y otras veces cultural, pero vacío al fin y al cabo. Cuando muchos de sus primeros poemas, cantados y coreados en escenarios y reuniones populares y estudiantiles, dejaron de ser eficaces para ciertas reivindicaciones; cuando los gustos literarios cambiaron y surgieron otras opciones poéticas y estéticas; cuando el escenario político alcanzó la “normalidad” democrática; y cuando llegó el tiempo en que el poeta emprendiera largos viajes que le alejaron de su territorio poético y existencial, fue entonces cuando pasó a ser el estandarte y el ejemplo fijado de eso que los libros y manuales de literatura han dado en llamar la “poesía social”, y de ahí, y en pocos años más, a ser simplemente un clásico, casi siempre mal leído, y con frecuencia recurrente casi olvidado, siempre perdido en programas y planes de estudio, en las páginas escasas y siempre iguales de blandos manuales de historia literaria. Pero también es verdad que la mayor parte de todas esas etiquetas escolares y de todas las compartimentaciones literarias, dejan de tener sentido y se desmoronan cuando su obra poética es leída sin prejuicios y sin limitaciones, con la misma libertad que Blas de Otero siempre quiso y buscó denodadamente hasta su muerte. Son esos “silencios de Blas de Otero” de los que Mario Hernández habla en su prólogo a Mediobiografía, antología que selecciona buena parte de los poemas biográficos del poeta vasco.

         Siempre el mismo, sin embargo hay muchos y distintos espacios y tramos en su obra, aunque siempre aparezca una única lectura asimilada: “Han pasado los años: sigo vivo, / y cansado y tenaz hasta las heces; / cien veces que naciese, tantas veces / viviera y escribiera como escribo”. Muy pocos han sido los que han tenido en cuenta los diferentes registros y la evolución de su escritura. Y la mayor parte de sus estudiosos no han tenido en cuenta, o no han querido resaltar la fuerza y el cambio que se hacen patentes en sus últimos poemas, en el conjunto de su obra final. Más de treinta años después de su muerte, aparece al fin, después también de mucho aguardar y de mucho especular, la publicación de su tan esperado último libro, Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977) (Galaxia Gutenber/Círculo de Lectores. Barcelona, 2010), con prólogo de Mario Hernández y en edición de Sabina de la Cruz, su compañera de los años finales y experta conocedora de su escritura y de su vida. Muchos de los 306 poemas que lo integra, ya habían sido publicados los últimos 20 o 30 años en diversas revistas, antologías, estudios y recopilaciones, pero el resto, un total de 161 poemas, “han permanecido rigurosamente inéditos hasta hoy”, como se señala en la nota editorial. A pesar de todo, este es un libro inédito: un libro porque su composición, su estructura conjunta y global, y su calidad poética, así lo determinan, y porque finalmente aparecen todos los poemas, los conocidos y los desconocidos, reunidos en orden cronológico, como imagen y figura de un tiempo vital e histórico determinante y decisivo, tanto en lo personal como en lo colectivo.

         Un libro al fin, que da cuenta de parte de la mejor escritura oteriana, pues es fruto de una evolución y de una madurez poética dominada a partes iguales por la serenidad y la perturbación. Un libro de una libertad expresiva envidiable, y de una fuerza existencial igualmente clarificadora. La muerte se presiente y se vive ya más que cercana, y sobre ello escribe con decisión y mesura, y con tenacidad. Un libro que es compendio de formas y de recursos, ejemplo de modernidad, suma de tradición y de vanguardia, lleno de intertextualidades, referencias y miradas. Una escrita que hace suya una pureza simbólica nunca vista en su obra. El texto poético se muestra en su propia autonomía, capaz de dar cuenta de sus muchos tonos y de sus muchos modos de expresión, desde lo formal y estilístico, a lo temático e imaginario, y hasta en la misma estructura del libro. Otero parece desandar su camino en la ruptura de sus propios recursos, en la búsqueda de una retórica diferente, de declarada y extrema desnudez, a través del verso libre y del versículo, en la perfección de sonetos que desbaratan su estructura y esquemas tradicionales, en un habla de tono bajo, en una poesía en los mismos timbres de la voz del hombre. Parece que por fin encuentran su sitio en el poema y en la escritura, pues ya estaban en la obra anterior, una serie de elementos y caracteres que aquí alcanzan definición plena: discontinuidad y fragmentarismo, uso del collage, disolución de un lenguaje poético clásico, rupturas de la sintaxis, oscuridades semánticas, una subjetividad y una intimidad crecientes, lo real junto con lo más personal e imaginario, desarrollos surrealista. Y todo ello sin perder sus referentes, ni crear desconciertos ni desarreglos en el lenguaje del poema. Léase entonces desde aquí el poema titulado “Aproximándose al borde”, cuyos primeros versos dicen así: “El sol de enero dice los poetas no hacen más que repetirse, / el mismo ritmo, igual sintaxis, idénticos vocablos, / semejantes imágenes me tienen ya jodido, / por qué no dicen algo nuevo de una manera distinta / pero auténtica...”, para acabar el poema acaso de manera más clara y rotunda, a la vez que enigmática, pues “se puede escribir / sin alcanzar del todo la originalidad pero aproximándose al borde / de la nada donde todo está ya dicho”.

         La muerte es una constante del libro, emotiva y honda, pero también lo son la del amor y la del tiempo, la memoria y la presencia inevitable de los otros. Quizás el modo sea ahora de mayor intensidad y de más clara pureza, pues libre de anclajes históricos, el verso alcanza una apertura esencialista mucho más declarada. Véase sino el juego de imágenes surrealista del poema “Lo fatal”, donde los temas antes citados se conjugan y mezclan, dando al texto esa anchura de compás antes también citada. Ahora no hay ya dramatismos, sino que la actitud poética esta determinada por una conciencia clara de acabamiento, de asunción serena de lo por venir. En el mismo día que Blas de Otero fue operado de un tumor canceroso, está el origen de este sencillo y hermoso poema, titulado “Serenen”: “Dejo unas líneas y un papel en blanco. / Líneas que quiero quiebren la desesperanza. / Líneas que quiero despejen la serenidad. / Líneas que balanceen el reposo. / Líneas sobrias / como el pan. / Transparentes como el agua. / Cuando me lean dentro de treinta años, / de setenta años, / que estas líneas no arañen los ojos, / que colmen las manos de amor, / que serenen el mañana”. Es una actitud nueva, y frente a ella el poeta se interroga y se responde, en ese certero y alto poema que es “Cantar de amigo”, donde a la misma pregunta inicial de cada verso, “¿Dónde está Blas de Otero?”, se suceden siempre distintas pero siempre las mismas respuestas: “Está muerto, con los ojos abiertos”. Es la fuerza de una vida y de una mirada, frente a las cuales, todo lo demás es accesorio, innecesario. Lo que importa son esas “claras / realidades, / el resto es literatura, / inútil / literatura para apagar los ojos como esta vela roja que se alza en la palmatoria de cobre”.

         Casi un diario poético, existencial y vital, colmado de paisajes y de recuerdos, y de futuros. Una escritura plena de intertextualidades, de referencias y de citas implícitas, de juegos textuales. Un mundo dominado por la imaginación más real: “La casa está parada. En la terraza / un hombre abraza a una mujer hermosa. / Pasa un obrero, un niño, una muchacha... / La realidad desborda”. Frente al poeta social, al escritor desarraigado, al creador asentado en las técnicas más tradicionales, en los recursos más poéticos, aparece ahora una voz libre, que hace de las rupturas su modo y su manera. Una escritura autónoma y ambigua, simbólica y oscura, inmersa en espacios y escenarios interiores. Aunque ciertamente compensados por el uso del humor y la ironía, por la aparición de lo erótico y de las intertextualidades, los poemas de La galerna, que dan cuenta de los estados depresivos del poeta, son ejemplo de esa oscuridad interior, de una dificultad vital ante la que no queda sino resistir, vivir el canto: “esto es escribir llorar a cal y canto / con el canto en mitad de la frente”. Blas de Otero demuestra con este libro mayor que es posible asumir la modernidad más absoluta, que tras la larga batalla es posible alcanzar la expresión poéticas de esas otras cosas que componen la vida. Una voz que hace poético lo común, un lenguaje común que se desborda de significados, aunque sólo sea “A veces”: “Escribiendo borroso / viviendo claro / contando / cosas / sucedidos / del alma / los hombres / países / las palabras un espejo de niebla / reflejando palabras / concretas / subconsciente vidriera / de la palabra directa / inverosímil / adherida a sus adyacentes / silencio / a veces / sólo / silencio”.

            Un libro que es casi una parábola, un lenguaje trazado en la percepción, una mirada larga y clara, renovada en sus “ojos abiertos”. Un libro grande de un grande de la poesía. Blas de Otero supo, casi como ninguno, enfrentarse al ser existencial y al ser poético, supo buscar esa verdad tan honda y profundamente sentida que hace del acto creador, y de la vida, una cuestión de riesgo y desafío: “ahora es de noche y tus dientes trituran un junco verde recién arrancado de la orilla, / tu juventud que recoge la llave perdida en medio de la calle, / y  vuelve a abrir los ojos / y las manos y la puerta gastada e invulnerable de mi vida”. Un clásico, más vivo que nunca.

miércoles, 30 de julio de 2014

SOBRE LA RAZÓN FANTÁSTICA

Alfred Kubin nació en 1877 en Leitmeritz, Bohemia, en el seno de una familia de militares, y murió en Zwickledt, Austria, en 1959, ciudad donde poseía un pequeño castillo en el que residía desde finales de 1906. Siguiendo la tradición familiar ingresó en la carrera militar, pero su estancia en el ejército fue breve debido a una serie de frecuentes crisis nerviosas, resultado quizás de una dura infancia marcada por la muerte de su madre cuando aún era un niño, hecho que nunca fue capaz de superar, y que le llevo en varias ocasiones a intentar el suicidio. Su formación artística se inicia en 1898, cuando instalado en Munich ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Schmidt-Reutte, y más tarde en la Academia de Bellas Artes, donde encaminó sus intereses creativos hacia el grabado, una técnica que siempre había considerado necesaria, fruto de su admiración por las litografías de Odilon Redon, artista al que conoció y visitó en París en 1905. Kubin fue un reconocido pintor, dibujante e ilustrador, con constantes colaboraciones gráficas a lo largo de más de 60 años, autor de una amplia, insólita y original producción, además de ser cofundador, junto con Kandisnsky y Gabrielle Münter, de la Nueva Asociación de Artistas, posteriormente pasando a ser uno de los miembros más destacados de Der Blaue Reiter (El Jinete Azul). A pesar de que su obra se desarrolló fundamentalmente como grabador e ilustrador, parte de su celebridad proviene de su actividad literaria, y esencialmente porque, junto a múltiples artículos, narraciones y un amplio epistolario, en 1909 escribió una imponente y premonitoria novela expresionista, Die Andere Seite, traducida al español como La otra parte o Al otro lado, y que influyó notablemente en la literatura posterior, sobre todo en los surrealistas, convirtiéndose desde entonces en un clásico de la literatura fantástica universal.

     El resultado de su formación y de su trayectoria, indudablemente marcadas por sus vivencias de infancia, tanto en su trabajo plástico como en su faceta literaria, es el desarrollo de un lenguaje personalísimo caracterizado por algunos rasgos esenciales, entre ellos el pesimismo, el desasosiego y la ironía, elementos con los que creó un mundo fantástico y fantasmagórico, onírico y grotesco, pleno de inquietantes escenas que encuentran fundamento en sus dos obsesiones y reflexiones principales: la muerte y el mundo femenino. Gracias a sus obras, y dentro de ellas, disponemos también de sus propios testimonios a cerca de su trabajo creador, pues muchos de sus textos están dedicados a relatar su vida, como esa fascinante autobiografía titulada Demonios y fantasmas de la noche, mientras que otros están consagrados a exponer su práctica del dibujo y de la ilustración. Como bien afirma José Miguel G. Cortés en su artículo “Alfred Kubin: sueños de un vidente”, incluido en el catálogo del mismo título de la extraordinaria exposición organizada por el IVAM Centre Julio González en 1998, “su obra es un intento de expresar y exorcizar el dolor de su niñez; una dura batalla por dilucidar una identidad personal, al tiempo que un catalizador de las frustraciones más íntimas”. De ahí la radicalidad y la destacada complejidad de sus obras artísticas y literarias, capaces de poner a prueba cualquier teoría previa, aportando tanto reflexiones como materiales insobornables con los que un lector atento podrá dar razón del singular universo de este enigmático creador vocacional. Por encima de su posible carácter figurativo y hasta cierto punto tradicional, la obra de Kubin no es ni mucho menos realista. Su objetivo no es plasmar en dibujos o en narraciones una percepción pormenorizada del mundo exterior, ni detallar las escenas o paisajes que se presentan ante los ojos, pues su interés no es hacer copias afortunadas de los trazos objetivos de su entorno, sino relatar, expresar y exponer aquello que le atormenta y le obsesiona, delimitar el universo escurridizo y fantástico de sus sueños y de sus visiones. Su talante no es cartesianamente racional, sino determinado por una impasible voluntad de establecerse y permanecer en los límites de lo incierto, lo confuso e indistinto, en la oscuridad y la penumbra en la que viven lo indefinido e inconsútil, el inconsciente y lo ambiguo, escenarios peligrosos y fascinantes de un territorio continuamente atravesado por lo onírico y lo terrorífico, lo siniestro y lo fantástico, por todo aquello que proviene de la instantánea fugacidad del ser.

      Cuando no hay divisiones claras entre el más allá y el más acá, cuando se agudiza la confusión entre lo vivo y lo muerto, es entonces cuando aparece esa inquietante extrañeza que caracteriza toda la obra creativa de Kubin. Así se desvanecen los límites entre la fantasía y la realidad, cuando lo conocido conduce a lo desconocido, sin fronteras ni límites, de tal manera que lo ignoto o ignorado no operan como mundos aparte respecto de lo familiar, sino que acaban constituyendo su perfecto reverso. Así lo entendió Kubin, y así lo dice al concluir las notas de su autobiografía diciendo: “Y en eso consiste, pues, el sentido de ser artista: en cubrir el absurdo de la existencia con el velo de nuestra creación, un fino velo que cubre el abismo de las fuerzas caóticas, que poco significan para nosotros en comparación con el mundo aparente en el que transcurre nuestra verdad, aunque esa verdad sea únicamente una ilusión tan etérea como el transcurso del tiempo”. Su universo está construido con una larga lista de figuras y visiones, de alucinaciones, de destrucciones y de muerte, una muerte que adquiere diversas caras: una veces coexiste con la vida, se antropomorfiza, otras veces es gentil, y otras se muestra cómica, como en ese dibujo de 1938 titulado Muerte sobre patines, donde arropada con todos los aditamentos adecuados, se dedica a patinar en una pista de hielo como un individuo más. Son muchos los dibujos de Kubin donde se muestra la cara más dura y salvaje de la muerte, una muerte que se vuelve sucia y negativa. De la bella muerte se pasa a la muerte sucia. Parece como si esas imágenes o esas ensoñaciones le surgieran de pronto, buscando en ellas su autenticidad, y más allá, el sentido de una vida, esa profundidad que también nos constituye y a la que no desciende la conciencia. Gran parte de las anotaciones de su autobiografía, y de muchos de sus artículos, hacen referencia a la realidad que perfila el marco externo de su obra creativa, una realidad que podría definirse como afortunada, pues muy pronto, a sus 24 o 25 años, tuvo la gracia de gozar del reconocimiento de la crítica y del público, lo que le permitió exponer sus obras con frecuencia, vender sus trabajos y recibir encargos y contratos a lo largo de toda su vida, sin tener que pasar las penalidades, las miserias y fracasos que siempre han envuelto esa falsa imagen romántica del creador y del artista elegido, solitario y genial. Kubin relata estos pormenores con toda sencillez en su autobiografía, una vida envuelta en anécdotas simpáticas, desde sus dificultades para encontrar una casa en alquiler, hasta los beneficios alcanzados gracias a generosos mecenas o a los elogios de la crítica en los periódicos. Con la misma naturalidad da cuenta de las relaciones personales que le unen a todo un formidable grupo de artistas geniales y señeros, con quienes comparte experiencias, planteamientos y trabajos, un elenco excepcional que reúne nombres tan destacados como El Bosco y Rembrandt, Max Klinger y Van Gogh, Edvard Munch o Paul Klee.

      Repetidamente hace referencia a su infancia, al ámbito familiar y cultural en el que vivió, de donde surgieron los espacios y los elementos que contribuyeron a la construcción de su identidad personal. En el caso de Kubin, algunas de esas circunstancias fueron tan extremas, sobre todo una niñez y una adolescencia difíciles y tormentosas, que le llevaron al borde de un suicidio no consumado por pura casualidad, y a fuertes crisis nerviosas y psicológicas en las que llegó a acariciar la locura y la enfermedad mental. Muchos de sus encuentros con esa dama vieja e implacable que es la muerte, no serán sino una reiteración de un conocimiento atroz y prematuro, presenciado en la agonía de su madre, contemplado en el rostro cadavérico de su ser más querido. Esas huellas nunca abandonaron la memoria de Kubin, siendo sus versiones de las danzas de la muerte una exigencia que le venía, en cierto modo, del mismo seno familiar, de lo más íntimo de su biografía. Paralelo al mundo de la muerte, surge otra de sus obsesiones, el mundo femenino. El mundo de sus relaciones con las mujeres determina de manera clara tanto su obra plástica como la literaria. Las mujeres son seres temibles y tentadores, seres demoníacos y amenazantes, son lascivas y crueles, castradoras y extenuantes, llegando a representarlas como brujas, vampiros o alacranes. Sujetos determinantes de esa porción trágica de su existencia. Junto a los datos aportados por su extraordinaria autobiografía, por el relato puntual y anecdótico de su vida, el hallazgo fundamental de Kubin en su constante escudriñar en los rincones laberínticos del alma, quizás radique en su demostrada capacidad para reseñar las dualidades que atraviesan la identidad de nuestra existencia consciente. Su producción está sin duda determinada por esos sueños y visiones, pues el universo onírico es, como bien lo ha definido José Miguel G. Cortés, “más que una simple metáfora, la dimensión más importante de su existencia. El sueño se convierte en sujeto, alegoría, símbolo; se personifica en sus inquietantes figuras y remite al espectador a un estado de melancolía”.

     En los relatos de El gabinete de curiosidades, el mundo de Kubin se sitúa entre la vigilia y el sueño, entre el día y la noche, entre el consciente y el inconsciente, entre la voluntad y el instinto. Un mundo de absorbente y perturbadora plasticidad, nacido de nuestra biografía más secreta, de los deseos y pulsiones que también nos constituyen, de los sucesos más secretos y olvidados de nuestra vida. De ahí la soberanía visionaria de su arte y de su escritura, de su representación de esa “otra parte” angustiante de nuestra realidad. Sus dibujos y sus relatos son una genial antología de la neurosis y la obsesión, un bestiario íntimo, un homenaje de la razón a la locura, un escenario poblado de seres siniestros, mutilados y deformes, personajes fantásticos y terribles, amenazadores, ejemplos certeros de un universo estrictamente interior construido a partir de elementos reconocibles extraídos de la realidad consciente. Tanto en sus relatos como en sus dibujos, y tomado como ejemplo un cuento y un dibujo ambos titulados El intruso, y ambos también construidos con escasos elementos y personajes, Kubin es capaz de crear situaciones y argumentos dramáticos excepcionales, pequeñas obras maestras. Todos, en el fondo, somos o hemos sido intrusos en algún momento. Por eso su obra alcanza un universalismo que incumbe por entero al ser humano, un universalismo alejado de ensimismamientos y de cualquier tipo de piedad liberadora, fruto de una ebriedad que permitirá al lector y al espectador de esta obra prominente del arte y de la literatura fantástica, franquear sin miedo el umbral de lo oscuro. Un umbral donde se funden los elementos plásticos con los literarios, una puerta influyente para unos y punto de referencia inexcusable para otras obras mayores como las de Kafka o Ernst Jünger. Sus libros, gracias a la interrelación entre texto e imágenes, nos ofrecen una de las más logradas experiencias estéticas del expresionismo, además de ser punto de inicio de una revolución contra las formas y gustos convencionales, contra el dominio de la conciencia como árbitro de los procesos creadores y contra todo intento de objetividad. Ahí está, para confirmarlo, esa severa afirmación con la que el propio Kubin ratifica sus esfuerzos: “El hombre no es sino una nada autoconsciente”.


- La otra parte; traducción de Juan José del Solar, Siruela, 1989

El gabinete de curiosidades. Autobiografía;  dibujos originales de Alfred Kubin, traducción de Jorge Segovia y Violetta Beck, Maldoror Ediciones, 2004

- El trabajo del dibujante; traducción de Jorge Segovia, Maldoror Ediciones, 2004

- Historias burlescas y grotescatraducción de Jorge Segovia y Violetta Beck, Maldoror Ediciones, 2006

- Alfred Kubin. Sueños de un vidente. Catálogo de la exposición organizada por el IVAM, Centre Julio González, 28 de abril-21 de junio 1988; Generalitat Valenciana, Consellería de Cultura, Educació i Ciència, Valencia, 1988