miércoles, 21 de diciembre de 2016

TRENZAS DE VOCES

Fugitivos. Antología de la poesía española contemporánea
Selección y prólogo de Jesús Aguado
Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2016
322 páginas. 20 euros

La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-2015)
Vicente Luis Mora (ed.)
Vaso Roto. Madrid, 2016
560 páginas. 22 euros

Limados. La ruptura textual en la última poesía española
Prólogo y edición de Óscar de la Torre
Epílogo de César Nicolás y Marco Antonio Núñez
Amargord. Madrid, 2016
475 páginas. 20 euros


       I. De acuerdo con los estudios llevados a cabo por José Francisco Ruiz Casanova sobre la poesía en lengua española del siglo XX, aplicables sin demasiados esfuerzos ni desviaciones a la del siglo XXI, en España no hay apenas estudios críticos ni comparativos, y sólo algunos acercamientos a un verdadero relato histórico de lo que sería el género poético, y en consecuencia, no se estudian apenas las antologías, ni las traducciones poéticas, ni se analizan sus variantes formales, textuales o conceptuales, ni por supuesto, aunque sólo sea de pasada, sus implicaciones o relaciones sociológicas. Esa falta viene marcada, además, por la impresión creciente y la sensación perceptible de que la poesía, desde hace tiempo, es un modo de expresión cada vez más en los márgenes, muy a pesar de su pródiga abundancia, diversidad y multiplicidad, de una variedad ante la que el lector y el crítico se ven a sí mismos casi como zahoríes en busca del fruto preciso entre tanta frutería, incapaz de dar abasto, desde un punto de vista mínimamente crítico y no digamos ya histórico, cuando se pretende mostrar y dar cuenta de todas las manifestaciones y públicas exhibiciones de la escritura poética. Frente a la escasez de análisis críticos de las obras individuales, no ha dejado de crecer, desde hace ya ni se sabe las décadas, el furor antológico en el ámbito español. Será porque ante la menguante capacidad de los productos poéticos de hacerse ver y sobresalir, y no digamos de alcanzar a vender un ejemplar más de un libro, se hace necesario, casi imprescindible, conseguir la visibilidad de una antología y llegar así a un público más amplio dentro del cada vez más escaso público de la poesía. No nos resistimos a transcribir las palabras precisas de Ruiz Casanova cuando en su libro Sombras escritas que perduran: Poesía (en lengua) española del siglo XX (Cátedra, 2016), y al aclarar conceptos sobre esa necesaria historia crítica de la poesía, pone meridianamente de manifiesto que

Si difícil resulta comprender los signos del presente, o ponernos de acuerdo en la lectura que debe hacerse del pasado, anticipar la historia de lo que tiene que llegar parece territorio exclusivo de la videncia. Aun así, la crítica literaria y los estudios filológicos tienen que asumir el riesgo del error y señalar -armados de razones estéticas- qué voces nuevas pueden llegar a integrarse en el canon literario. En el género poético, ante la proliferación de títulos y colecciones, la dificultad para leer a algunos poetas y los mínimos índices de lectura que el verso sufre en España, las antologías de «poesía última» son -sin dudarlo- no sólo credenciales de presentación para quienes deseen ubicarse en las producciones líricas recientes sino, también, el indicador por el que los poetas evalúan a veces, en su presente, su posteridad.
                
    La apreciación valorativa y la evaluación poética vienen dadas no por lectores, críticos o académicos futuros, más o menos lejanos en el tiempo y con cierta perspectiva, sino que llegan determinadas y aparecen establecidas por nosotros mismos, por los lectores, críticos o especialistas de este mismo momento, o como dice de nuevo Ruiz Casanova, a quienes les corresponde esa tarea y estimación calificativa es “a sus mismos contemporáneos, cuando no a los propios protagonistas, erigidos, coloquialmente dicho, en juez y parte”. De aquí viene también esa premura y “urgencia antológica” que ha caracterizado el desarrollo de la poesía en el siglo pasado y también, puesto que las cosas no parecen cambiar en este sentido, en los pocos años que han transcurrido de este en el que estamos. Es por eso que esa deseable historia crítica de la poesía española que Ruiz Casanova reivindica, y a la que nos sumamos convencidos, debe albergar en su seno una historia de las antologías poéticas que debería conjugar, en sus propias palabras, diversos aspectos:

En primer lugar se trata de un estudio descriptivo, bibliográfico, que, tratado desde una perspectiva historiográfica, da cuenta tanto del libro en sí (la selección de autores, de poemas) como de la poética del antólogo y los factores histórico-culturales en que se inscribe el libro (esto es, tanto el significado que tiene su aparición en el momento en que lo hace como la relación de la antología con su presente literario y, en concreto, con el presente de la poesía). Por otra parte, el estudio historiográfico (…) puede y debe tener elementos de la modalidad del estudio comparativo, aplicables al libro en sí mismo y a la relación de la antología con otros ejemplos de su tipología o con modelos arquetípicos, y, también, elementos de los estudios de recepción (…).

     Todas estas ideas del profesor y crítico barcelonés están expuestas, además de en el libro ya citado, en el titulado Anthologos: Poética de la antología poética (Cátedra, 2007), ambos esenciales para comprender en profundidad todas estas cuestiones relativas a la historia de la poesía propiamente dicha y a la de las antologías poéticas en concreto, tanto desde el punto de vista histórico como desde el teórico. Estos estudios dejan claro que al igual que un libro de poesía tiene, o debería tener, una unidad integral y completa de sentido, y no ser una mera suma de poemas, del mismo modo una antología, con sus rasgos formales y literarios, debe tener esa capacidad de unidad integral y propia, pues como dice explícitamente Ruiz Casanova, “el resultado final” de toda antología “debe ser un conjunto que pueda ser leído como libro, donde la representatividad se da en todas sus modalidades, escalas y grados”. También toda antología, especialmente en la modernidad, adquiere un carácter político-literario determinante, y es una de sus razones de ser, pues “desde  muchos puntos de vista, la antología es un modelo político: obra producto de una negociación, de un pacto entre el tiempo de escritura, el tiempo de lectura y el tiempo de relectura, y una posición estética e historiográfica que el antólogo pretende mostrar y defender en la unidad del libro”. Al fin y al cabo, son propuestas con voluntad canónica, en tanto en cuanto nacen con voluntad de, al menos, asediar y modificar el canon, y no de establecerlo declaradamente, o quizás sí. Por tanto toda antología tiene una poética que, fruto de un tejido y un trabajo creativo, acaba dando como resultado una escritura.

     Más allá de las presencias y ausencias, que es el origen de las quejas y los pleitos, trataremos de ver en las tres antologías aquí reseñadas, cómo cada una de ellas cumple o da cuenta de esas características esenciales que hacen posible establecer una poética del género antológico, a saber: la selección de autores y de poemas; la poética del antólogo; los factores histórico-culturales en que se inscribe el libro y la relación de cada antología con su presente literario y, en concreto, con el presente de la poesía. Saber si su resultado final hace posible considerar a cada una de estas tres antologías como una unidad integral y completa de sentido, y que por tanto, puedan ser leídas como libros.

     II. Los 22 autores incluidos por Jesús Aguado en Fugitivos. Antología de la poesía española contemporánea son: José Ángel Cilleruelo, Pilar González España, Juan Vicente Piqueras, Carlos Marzal, Aurora Luque, Vicente Valero, Eduardo Moga, Vicente Gallego, Isabel Bono, Juan Antonio González Iglesias, Ada Salas, Álvaro García, Francisco Alba, Agustín Fernández Mallo, Enrique Falcón, Vicente Luis Mora, Julieta Valero, Pablo García Casado, José Luis Rey, Miriam Reyes, Josep María Rodríguez y Elena Medel. El prólogo que la antecede es breve, de una página y media, un espacio escaso en comparación con la amplitud y pormenorización crítica e histórica de las otras antologías y muestras aquí reseñadas, y nada objetable por sí mismo, pero el lector hubiera preferido, al menos el que esto escribe, algo más de precisión a acerca de la(s) idea(s) y criterios poéticos que mueven al antólogo. No obstante hay más de lo que parece en esa escueta y previa introducción a la evidencia de los poemas, y a pesar de que proclame, literalmente, que “No hay teorías detrás de este libro. No hay presupuestos académicos de ninguna clase. No hay favores o animadversiones gratuitas”. Una de sus limitaciones es la fecha de nacimiento, entre 1960 y 1980, de los poetas incluidos, con la excepción de Elena Medel, nacida con posterioridad pero que empezó a publicar antes incluso que muchos de sus compañeros de antología. Otra limitación es la extensión máxima de la antología, por lo que otros posibles autores y poemas no están aquí, y por lo que el antólogo pide disculpas, pero donde no caben más es imposible, y difícil sería que el responsable de las inclusiones, y aunque no quiera, no lo sea también de las exclusiones.

     Por tanto esta selección “es una propuesta personal” de quien se responsabiliza de ella, después de lecturas y relecturas. Sin distinciones a priori, la considera “una invitación a leer” fuera de todas esas “instituciones carcelarias” contrarias a la poesía: “la Literatura, el Dinero, el Poder, la Historia, el Sentido, la Universidad”. Así en general, todos de acuerdo, pero qué Literatura (sin entrar en detalles) y qué Historia (inexistente en poesía si volvemos más arriba y/o dictada por esas mismas instancias que se quieren fuera), qué Poder (el de la poesía por sí misma se muestra irrisorio, otra cosa es el poder, digamos, adyacente), qué Universidad (aquí casi, tal y como está la educación, la secundaria y la universitaria, poco que objetar); y sobre todo, qué Sentido, pues el diccionario de la RAE ofrece hasta 12 acepciones posibles del término sin contar añadidos calificativos y nominales. Quizás esta ausencia de explicaciones detalladas sea consecuencia del deseo de esta antología de no embarcarse en batallas que sólo dejan víctimas en su camino, de no entrar en ese juego, si bien sabe que aunque no quiera le harán partícipe de la danza (para muestra lo dicho aquí). La razón dada, ya lo decíamos más arriba, tiene mucha miga, “porque hay quien ya no recuerda que la poesía es un camino hacia el conocimiento, una manera de hacer honda y necesaria la experiencia (la de uno y la del mundo que habita) y un instrumento para moldear el alma sin desgajarla de su cuerpo (…). La poesía es un arte de fugitivos, el arte por antonomasia de la fuga”. Esta es, pues, su poética: la poesía como conocimiento, como ahondamiento en la experiencia propia y colectiva, un modo de poner en relación lo espiritual (el alma) y la realidad material (el cuerpo), y en resumen, un punto de fuga, y ya sabemos que existen tantos puntos de fuga como direcciones en el espacio, tantos como poemas “que le pueden servir a uno para vivir en algunos de los afueras todavía posibles”.

     Fugitivos es una antología que, aun partiendo de una propuesta personal y por tanto subjetiva, no quiere proponer un orden poético concreto, sino mostrar esas (algunas) líneas de fuga de la poesía en español. Es entonces una recopilación múltiple, plural y ecléctica de autores y de poemas, en tanto en cuanto caben distintas y diferentes poéticas, algunas muy disímiles e incluso poco compatibles, y por tanto, esas líneas de fuga lo son en su origen, pero no en su punto convergencia, pues los puntos de partida y de llegadas de muchos de los poetas son divergentes en grados diferentes, y sólo intercambiables en muy contados casos. Una poética antológica similar a la poética de su compilador, esa que necesita que la poesía sirva para desactivar los sistemas represivos de la realidad. Siguiendo la original idea de Vicente Luis Mora para dar título a la suya, esta selección de Jesús Agudo sería el resultado de una cuarta persona del plural “inclusiva”, abierta al posible diálogo entre autores, poemas y lectores. El suyo es, como en un verso de Miriam Reyes, “un paisaje que cambia con el viento”, según del lado del que ese viento venga.

    III. Los autores incluidos por Vicente Luis Mora en La cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea (1978-1990) son: Rikardo Arregui, José Ángel Cilleruelo, Jesús Aguado, Esperanza López Parada, Eduardo Moga, Jorge Riechmann, Vicente Valero, Diego Doncel, Álvaro García, Eduardo García, Ada Salas, Jordi Doce, Agustín Fernández Mallo, Antonio Méndez Rubio, Melcion Mateu, Mariano Peyrou, Julieta Valero, Pablo García Casado, José Luis Rey, María Do Cebreiro, Sandra Santana y Juan Andrés García Román. Coincide con Fugitivos en las fechas de nacimiento de los seleccionados y en el número de los mismos, y en que también tiene una excepción, la del vasco Ricardo Arregui, nacido con anterioridad al resto de poetas.

      Mora reconoce que el “punto más débil” de su antología es la representación plurinacional. Más allá de que el término o el calificativo “español” tenga un sentido administrativo y burocrático, y de que esta quiera serlo de “poesía española” y no sólo en “lengua española”, es decir, se incluyen la escrita en catalán, gallego y euskera, cada una con un único representante, y aunque si están aquí es porque cuadran dentro de los criterios de “excelencia” esgrimidos para la selección, parece escasa esa única escritura por lengua, a no ser que estén para cubrir la cuota y abrir el foco, apertura  esta, con todo, de agradecer. La cuestión no está sólo en la pertenencia a un “entorno cultural próximo” o a una “cultura nacional”, por más que lo de nacional se entienda según cómo y según desde dónde, y de que haya un proceso de “endoculturación” en una realidad “pangeica”, pues las interconexiones son evidentes e innegables, la cuestión está, decíamos, en que es una poesía escrita en otra lengua, y a la que hay que traducir. Quizás sea porque mi mente alberga un razonamiento de bibliotecario, por lo que pido disculpas anticipadas, pero cada lengua tiene su literatura, por más que esa otra literatura sea la vecina de al lado y forme parte, de momento, de una misma organización territorial y/o política, entendiendo esto como se quiera entender. La literatura escrita en valenciano o mallorquín, dialectos del catalán, forma parte de la literatura catalana, como la poesía escrita en francés en Quebec lo es de la literatura francesa, con todas las particularidades que se estimen oportunas, y las novelas de Jorge Semprún escritas en francés forman parte de la literatura del país vecino y no de la española. El catalán Eduardo Moga, por ejemplo, escribe en castellano su poesía por decisión propia, asumiendo así su pertenencia al dominio lingüístico y literario (y administrativo) del español. Es un asunto de lengua y no de territorio. Dejemos para otro día la “cuestión palpitante” de que el relato poético español sea eso, español, y se olvide de la poesía escrita, precisamente en español, en el territorio hispanoamericano o africano, pongamos por caso, y que su poesía sea entendida sin razón, más bien desde la sinrazón, como si fuera un hecho diferencial, que también, pero no más allá de la evidente especificidad cultural que, en general, podría alejar un lado y otro del Atlántico, o a Marruecos, por ejemplo, de España. Pero no más. Esas lenguas y sus literaturas han contribuido y contribuyen, como no puede ser de otra manera, a determinar y configurar el espacio cultural de nuestro país, incluido el espacio poético, con mayor fuerza e influencia que otros ámbitos y lenguas, lo que no impide que otras literaturas nacionales o transnacionales a lo largo del mundo ejerzan también su influencia, que es evidente en la mayoría de los poetas incluidos por Mora en su selección.

       Queda claro que una antología no es sólo una lista, sino que como demuestra Mora, es una recopilación de muchos poemas de muchos autores, y aquí está una de los mayores aciertos de este libro, las guías de lectura y las pautas de acercamiento y de interpretación ofrecidas al lector para cada uno los poetas. Y también, su declarada y argumentada exploración de ideas sobre la historia y el entorno poético, esté uno en mayor o menor sintonía con sus razones, y sobre el propio hecho antologador y canónico, como pone de manifiesto en su extenso y preciso ensayo crítico y teórico, que más que una introducción es una investigación historiográfica de gran altura sobre la escritura poética de las últimas décadas, un reajuste valorativo de la poesía española de la democracia, y un relato alternativo y diferente al hegemónico y ortodoxo, a esa historia epigonal, parcial, partidaria y/o partidista tan repetida en los territorios de esas instituciones que Jesús Aguado rechaza en su libro. Casi más que una antología al uso, es un poemario múltiple y plural, fruto de un proyecto estético basado en una categoría de excelencia (necesidad de establecer una tabla de valores poéticos) que es una relectura y reinterpretación de la diferencia y la innovación estética, y del tradicional y desgastado concepto de sublime. Su apoyo está en la objetividad de las estructuras literarias complejas, de la “resistencia” producida por la “tensión superficial” de las escrituras mostradas, eso que le otorga densidad y ambición: lo excelente, la innovación y la originalidad, que no el fetichismo de lo nuevo.

     El resultado es fruto de una diversidad polifónica que, como plantea con lucidez Mariano Peyrou, en palabras sacadas de su novela De los otros y que el antólogo recoge con tino, permite recuperar y ampliar el campo de visión hacia otras “alternativas, en una cultura que no acepta la diferencia porque no sabe que existe”. La lectura de la introducción, imposible de resumir ni de narrar con la necesaria especificidad y detenimiento, es inexcusable, y será referencia necesaria en el futuro. Esa pluralidad hace bueno el título bajo el que se reúne a estos poetas, una cuarta persona del plural que es una persona distinta para voces diferentes que tienen en común la diversidad, esas voces que escuchas pero con las que no puedes hablar. Una persona del plural, a la vez, inclusiva y exclusiva: la primera por la identidad relevantemente común de los componentes de su diálogo, de su nosotros; la segunda por los criterios de selección, esa excelencia estética, y por la particularidad propia del tú de cada uno de ellos.

      IV. El prólogo y la edición de Limados. La ruptura textual en la última poesía española, son responsabilidad de Óscar de la Torre, del que además de una difusa imagen en negativo, se ofrece una creíble biografía, y que goza de una vida fructífera, en controversias y razonamientos críticos, gracias a su presencia tanto en las redes sociales como en los ámbitos críticos y literarios. Sin embargo, muy en consonancia con la naturaleza misma de esta muestra poética, este crítico y ensayista es uno de los heterónimos de Julio César Quesada Galán, lo que permite, acaso, su presencia en la nómina de seleccionados. Los 8 poetas incluidos son: Ángel Cerviño, Alejandro Céspedes, Yaiza Martínez, Enrique Cabezón, Julio César Galán, Juan Andrés García Román, Mario Martín Gijón y María Salgado. No existen límites cronológicos ni de extensión de los nombres incluidos, pues sólo están quienes, a juicio del antologador, cumplen con un modo concreto de poética textual, discursiva y creativa que busca romper el texto, la enunciación textual, y borrar el sujeto. Cierra el volumen un “epílogo bicéfalo”: en una mano el de César Nicolás y, en la otra mano, el de Marco Antonio Núñez. Tanto el prólogo como los dos epílogos son, como en el caso de Mora, imposibles de resumir y de inevitable lectura, sirviendo fehacientemente para calibrar la esencia teórica y práctica de un modo poético entendido como “fuga, variación y modulación constantes”, y para ver nuestra historia poética reciente desde un punto de vista “otro”, alejado de la estilística y del historicismo, y sobre todo del epigonismo. Su preciso y consistente estudio, poblado de referencias y antecedentes, habrá de ser tenido en cuenta como referente inexcusable de los estudios poéticos.

     Siguiendo a de la Torre plagiando a Galán, o a Galán reescribiendo a de la Torre, y el que esto escribe plagiando y reescribiendo a los dos, estas podrían ser, muy esquemáticamente, sus ideas sobre identidad y concepción del texto poético: el proceso es el fin; el poema es un aprendizaje por error, así que hay que mostrar también esos errores; y crear es interpretar y viceversa. Una poesía como transcurso y transformación incesante, en el que se da cuenta del antes, el durante y el después del poema, así como de las identidades que lleva dentro; una escritura que quiere reflejar todo un conjunto de transtextualidades, hipertextualidades, paratextualidades, y de recursos y estrategias textuales, lo que da como resultado una visión del texto a modo de metamorfosis, incluida la de la identidad del autor y la de sus otredades, una versión plural y proteica del poema. Una “logofagia” por la que la escritura se suspende, se nombra incompleta, se queda en blanco, se tacha, se multiplica, se disemina, se ilegibiliza o se encripta, y que se hace presente a través de varias de sus figuras más características: “Adnotatio”, “Ápside”, “Babel”, “Criptograma”, “Fenestratio”, “Hápax”, “Leucós”, “Lexicalización”, “Óstracon”, “Tachón”, diversos elementos retóricos que están presentes en una misma obra e intentar añadir las identidades que normalmente no se perciben en el poema. La lectura del texto es una operación que va recorriendo palabras e hiatos, huecos donde la palabra estuvo o pudo estar, pero ya no está. Este ir en contra de lo “logocéntrico” y de las jerarquías no implica perder el sentido, sino una recomposición del pensar entre-sobre-tras las partes de la lengua del poema, otra manera de pensar-ver-afectar nuestra racionalidad poética “lirista”. Se trata de mostrar las distintas vidas de un poema por medio de múltiples notas, de versos excluidos, de lectores integrados en el texto, heterónimos, versiones, reescrituras, tachados, lexicalizaciones, símbolos que hablan del inacabamiento de poema. Una escritura abierta y no lineal, una “archi-escritura” que opera como un tejedor, un movimiento en el que se agitan millares de hilos, en el que la lanzadera sube y baja sin cesar, en el que los hilos se deslizan invisibles, en el que se forman mil nudos de un solo golpe, y en la suma de esos golpes.

    Este concepto de escritura posibilita la formación de cadenas y de tejidos significantes. No sólo un elemento o un poema se suman a otros elementos o poemas para producir la cadena, sino que una cadena, un poema, se cruza con otras cadenas, con otros poemas, para tejer un texto. El texto emerge de la transformación y en el entrecruzamiento con otros textos. Se producen cadenas de cadenas, textos de textos, discursos de discursos, lecturas de lecturas y, en fin, huellas de huellas del texto y de los textos anteriores o precedentes. Corrección y reescritura: una traducción de lo inacabado. “Non finito (Un deseo llamado punto de fuga)”, tal y como se titula el denso y esclarecedor prólogo de Óscar de la Torre que abre este libro, también ejemplo de visión de la historia de la poesía española sin mimetismos biologistas ni epigonales, y que inicia un debate necesario.

      Limados no es una antología al uso, pues no es el resultado de un campo de poder, sino una muestra de autores que intentan ir más allá de los límites textuales, un texto en sí mismo multidireccional y constelado. Lo que sus autores buscan es un lector partícipe e implicado, un lector investigador, un lector creador, un lector que batalle en la lectura. Sólo así es posible concebir el acto de lectura como ejercicio de creación, pues el receptor se convierte en un actor crítico, en un partícipe real del poema. El poema como catálisis y el lector como catalizador, como reactivo, capaz de ampliar la superficie y la velocidad de la reacción. Descomponer la escritura en la lectura y en la propia crítica del texto, una lectura que se condensa y define en una escritura, en otra escritura, en la escritura de los otros, la de quienes saben que el lenguaje es un material cambiante y complejo insoslayable en la creación y estimulan y alientan otras formas de escritura, otras formas de decir. Una especie de me-rodeo de infinitas vueltas que habita en la frontera entre lo externo y lo interno.

     Ese tratamiento del texto y del poema, del libro poético, como un punto de fuga, es el que une las poéticas aquí reunidas, resultado del trabajo de una serie de poetas de edades diferentes. Siguiendo la idea de definir en lo posible las personas que conjugan estás antologías, Limados sería una cuarta persona del plural exclusiva por cuanto está integrada, únicamente, por quienes desarrollan en su escritura un discurso y una textualidad rompedora y transformadora, que se construye y se destruye al mismo tiempo. Pero también tiene algo de inclusiva, en tanto sus integrantes son plurales en sus planteamientos personales y en el desarrollo de las/sus estrategias textuales, cada uno de ellos los diversos estratos de una “subversión metatextual”, diferentes ángulos en un caleidoscopio poético que expone un espacio territorial/textual diferente en la poesía española contemporánea.

        V. Como reconoce Jesús Aguado, en afirmaciones que recoge Eduardo Moga en las “Corónicas de Españia” que integran su blog, hacer una antología es una “empresa pavorosa” y, a la vez, también pavorosamente ingrata, pero más allá de fallos y errores, de ausencias o presencias, estas tres antologías y/o muestras son un ejercicio de relectura y de lectura crítica, fruto de un criterio estético y literario definido, unas con mayor precisión y justificada enjundia crítica e histórica, y otra menos dada a las explicaciones puntuales, pero reconocibles con claridad. Todas además han sido redactas, digamos, en el tiempo real de un presente reconocible de la poesía española, contribuyendo a un mejor conocimiento del significado efectivo del género poético, y ofreciendo nuevas vías de construcción de una historia de la poesía desde puntos de vista de mayor amplitud teórica y textual. Todas corren los riegos inherentes a cualquier antología de poesía contemporánea, pero son sin duda una prueba de la extraordinaria calidad y variedad de los poetas del presente, e incluyen un análisis lúcido del momento actual de la poesía española: más que la repetición, la diferencia; frente a limitaciones cualesquiera, la apertura del compás lector y crítico; frente a una realidad cerrada e inmóvil, el replanteamiento del texto poético, lo real mostrado de otra manera y con otro sentido. Lo que manifiestamente muestran es que, cada cual desde sus preferencias, la escritura poética española es valiosa, intensa y fuerte, conscientemente capaz, sin ataduras ni restricciones de ningún tipo, de modificar nuestra visión de un mundo incierto y muchas veces difuso e inaceptable. Sólo es decididamente incomprensible la escasa presencia de mujeres (siete, cinco y dos respectivamente según el orden en que son aquí reseñadas), pues al margen de cuotas y paridades, cuestiones acaso sólo relativas en el establecimiento de una visión crítica, la escritura poética femenina es, sin la menor duda y con las debidas excepciones, decididamente comprometida, críticamente viva y textualmente innovadora y rupturistamente original, y de una calidad indiscutible.

      Las antologías tienen una obligación, ser útiles a la poesía en general y a lo que esa misma poesía hace y significa, por lo que ni deben eludir la justificación de sus criterios ni la contextualización de lo que en ellas aparece. Y sobre todo algo que se olvida con frecuencia: una antología no reemplaza la lectura de los libros que son el origen de su existencia. Toda antología tiene algo de retrato inamovible, pero el ambiente que rodea las aquí reseñadas se parece a esas imágenes de luces en movimiento que se extienden indefinidas en el espacio oscuro en el que se reflejan. Ninguna es inocente, ni objetiva, pues apelan a unos principios de selección, incluso aquella que no los hace presentes con claridad. Un ejemplo de poesía abierta a significados más amplios, a la imaginación y a la creatividad. Como ha dicho Antonio Méndez Rubio, la escritura poética debe ser “un discurso tan singular, como sabía Platón, que sea capaz de sacarnos de nosotros mismos, de en-ajenarnos, es decir, de desbordar los límites que tienden a imponer los principios de identidad (subjetiva) y de realidad (objetiva)”. La mejor poesía que podemos encontrar en estas antologías es aquella con vocación de convocar un mundo bajo la condición verbal y discursiva del poema. Al cabo, los acontecimientos socioeconómicos y culturales de los últimos años han rebatido y desmentido ciertos consensos y preceptos políticos de la llamada Transición, y lo que parece que se está empezando a reclamar son nuevos espacios frente a la apatía y la abulia de lo acostumbrado y lo normalizado que sostenían el sistema poético español. Estos tres libros, pues los tres se sostienen como tales, vienen a discutir, con mayor o menor decisión, los relatos y las versiones oficiales, académicas e institucionales, para abrir un presente textual diferente. A la poesía española, ya lo apuntábamos al inicio, le falta un relato verdadero de su historia, y estos libros quieren que ese proceso se haga patente y real.

    Un conjunto de obras, de escrituras y de propuestas textuales que  señalan espacios creadores, singularidades en el marco de una poesía plural y diversa. Una pluralidad que se ha constituido desde los nudos en la red tejidos por obras cuya radicalidad y peculiaridad las hacen parte sustancial de su misma naturaleza. Espacios de libertad frente a aquellos que los niegan e intentan silenciar las experiencias y actitudes individuales y personales en favor de una preceptiva cómoda adherida a las facilidades de lo inmediato. Siempre repito un verso de Juan Larrea que, de algún modo, viene a dibujar un claro territorio poético: “Yo mantengo el silencio como un mapa de Oceanía”. La imagen del archipiélago -ese conjunto numeroso de islas agrupadas en una superficie más o menos extensa de mar, eso que es difícil de enumerar por su abundancia- probablemente sea la adecuada para definir el conjunto de las poéticas aquí mostradas: su capacidad para elevarse formando promontorios, elevaciones entre las que se destacan puentes o líneas, pero siempre quedando reconocible la propiedad de sus territorios diferenciados. Se trata de una red discontinua, con nudos muy distintos, y para ir de una isla a otra es necesario establecer modos y caminos de acceso que implican un riesgo, una apuesta de presente y de futuro. Cada escritura es un acontecimiento dentro del tejido, un nuevo pliegue, o un desgarro, que vienen a transformar nuestros modos de percepción de la realidad y de un mundo incierto. Frente a la condicionalidad de ciertas interpretaciones pragmáticas y realistas, hay que reclamar la idea derridiana de una “ley incondicional de la hospitalidad ilimitada”, dibujar los trazos con los que Barthes hacía trenzas de voces diferentes.

Publicado en la revista "Nayagua", nº 24, Julio 2016, p. 173-183

http://www.cpoesiajosehierro.org/web/uploads/pdf/494284c599d80c5565f777ceeb7d3c59.pdf

http://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php/nayagua/item/nayagua-24

lunes, 14 de noviembre de 2016

EL POETA DE LA CIUDAD

Ciudad del hombre
José María Fonollosa
Prólogo y edición de José Ángel Cilleruelo
Edhasa. Barcelona, 2016
382 páginas. 24 euros



La peripecia biográfica y literaria de José María Fonollosa (Barcelona, 1922-1991) es hoy conocida, pero cuando en 1990 apareció Ciudad del hombre: Nueva York, con prólogo de Pere Gimferrer, muchos se preguntaron quién era ese poeta desconocido, y otros creyeron que se trataba de una farsa, del heterónimo de alguna figura poética famosa. Sin embargo, ese escritor ignorado y secreto, alejado de modas y círculos literarios, no sólo existía sino que fue, tras la publicación póstuma en 1996 de otra antología de su obra, Ciudad del hombre: Barcelona, el poeta que en los noventa tuvo más reediciones, proclamando su importancia y singularidad en la historia de la poesía, aunque su perseguida gloria literaria tuviera una escasa existencia: desde la presentación en mayo de 1990 de su primera recopilación poética, hasta su muerte, en octubre de 1991, habían pasado un año y pocos meses.

Hay ejemplos de poetas que, al margen de sus contemporáneos, publicaron a destiempo o no pudieron hacerlo. En esto Fonollosa y Juan Larrea corrieron suertes similares, pues el poeta más marginal del 27 tuvo parecido destino de secretas intenciones: olvidado hasta la famosa edición de Versión celeste de 1970 en Barral Editores, sólo entonces alcanzó merecido reconocimiento, incluso leyéndose como un libro primordial de la generación novísima en ciernes. Más extremo aún, Fonollosa se adelantó a los modos y maneras de la generación de la experiencia en ese momento en liza, de la que Ciudad del hombre sería una obra de referencia, aunque escrita en los cuarenta años anteriores y por quien debería formar parte de la poesía de posguerra. Una obra que apareció de pronto, in medias res, y cuyo manuscrito original, compuesto por 236 poemas escritos entre 1947 y 1985, seguía inédito hasta esta primera edición íntegra, con su orden y estructura definitivos, que José Ángel Cilleruelo lleva a cabo con magistral precisión, y con un erudito prólogo que pone en claro la historia y avatares de la vida y obra de este magistral poeta de las calles de Barcelona.

En Ciudad del hombre no hay engaños ni artificios, son poemas secos, ásperos y desabridos; despojados endecasílabos blancos con una estructura métrica paralelística y simétrica, compacta en la narratividad de un tono coloquial engañosamente prosaico; una poesía más allá de lo poético, fruto de su “maldita difícil sencillez”, de la severa literalidad de palabras elegidas para “expresar la obra / en su justa extensión, la exacta, la única”. Este recorrido por la vida urbana es un fresco, una ronda de voces y emociones, un trenzado de historias y personajes en los que se despliega el sujeto poético, hilos vitales que el poeta mezcla y transforma en una red discursiva donde aparecen “reunidos junto a mí mis yo dispersos”. Lo que se cuenta busca su modo de contarse, un itinerario diseñado en la mente del poeta al ritmo de las ambiciones, deseos, obsesiones y temores del caudal sanguíneo de unos habitantes que van y vienen por calles y avenidas, con sus cargas de desamor y angustia, con su desesperación y sus fracasos en busca de algo que no se sabes si será posible encontrar: “Resistir, rebelarse, es empeorar / aún más la situación desesperada”.

         Un potente y actual libro que, en su realismo vital y en su dramatismo, con ironía, reproducen cuadros detallados de una existencia urbana cincelada al detalle. Una mezcla de lo exterior y lo interior, donde la realidad viva de las calles de Barcelona sirve como expresión de las impresiones y pensamientos íntimos de quienes buscan la “esencia” de “esa materia / donde anida el dolor: el Universo”, y de quienes a ese dolor se enfrentan.



Esta reseña de "Ciudad del hombre" de José María Fonollosa, fue publicada en Babelia - El País, el sábado 3 de septiembre de 2016

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/08/31/babelia/1472651386_083304.html

miércoles, 29 de junio de 2016

LABRADA FE DE VIDA

En torno a Basho y otros asuntos
Rafael Cadenas
Pre-Textos. Valencia, 2016
74 páginas. 15 euros


Tras siete décadas de escritura, y teniendo en su haber casi todos los premios, entre ellos el Federico García Lorca de Poesía de 2015, recibido en Granada este mismo año, queda definitivamente claro que la de Rafael Cadenas (Barquisimeto, Venezuela, 1930) es una voz fundamental e incontestable de la poesía hispanoamericana, aunque al poeta, curado de vanidades, le cueste reconocerlo. Continuando la senda marcada por su anterior libro, Sobre abierto, con una escritura más reflexiva pero también más sencilla y breve, esta nueva entrega -otra vez pegada al misterio de la existencia y del pensamiento, y lejos de exuberancias retóricas y de énfasis literarios- es un paso más en la labrada construcción de esa radical fe de vida que es toda su obra: “lo real soleado, / en apertura, / dándose”.

De la mano de Basho y del haiku, y como en el taoísmo zen, sus poemas son revelaciones del tejido misterioso del universo y del mundo, la realidad mostrada en la limpidez del hallazgo. Son el fruto valioso del momento y del instante, cada una de las etapas de un camino de conducta que “se ahínca en el ahora perenne”. Un libro transparente y depurado, divido en tres partes: una primera dedicada a los maestros del haiku, y donde como un “haijin”, un vagabundo o juglar errante, “está a la mira de lo que ocurre”, a la espera de la llegada del “satori”, esa iluminación o razón de ser que, sin resistencia, nos hace perder el “ilusorio yo” para así descubrir la claridad de un presente que se crea y disuelve en el mismo instante; una segunda, acaso más ontológica o reflexiva, sobre el modo de captar el significado inexpresable de las cosas cuando “el instante / toma la escena”, ya que “Lo que salva de los escombros / es la mirada”, esa donde las palabras, apegadas al habla y a los gestos, buscan su hechura humana, pues “Si la piel se cierra / ¿a dónde van a dar las palabras?”; y una tercera, de poemas más largos, donde a través de homenajes y retratos, sin estridencias, “instándome a bajar la voz”, y casi como de soslayo pero verazmente, se denuncia la degradación del lenguaje de la política y del poder, que vacían las palabras de sentido.


El lector que busque los develamientos de ese saber del no saber los encontrará, pues estos poemas son repentinas fulguraciones, ventanas privilegiadas a las que asomarnos para penetrar en la vida, y desde las que mirar lo que nunca antes se había mirado, la notación de esos instantes intuidos que son el verdadero saber vivo, todo eso que, como dicen los último versos de este transparente y a la vez deslumbrante libro, “desmañado o aceptable / me pertenece. / Vale decir, es de muchos”.



Una versión abreviada de esta reseña de "En torno a Basho y otros asuntos" de Rafael Cadenas, fue publicada en Babelia - El País, el sábado 25 de junio de 2016

http://cultura.elpais.com/cultura/2016/06/27/babelia/1467033811_305882.html

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LA FE Y LA ESPERANZA DE LA POESÍA

Pleamargen. Poesía 1940-1948
André Breton
Edición bilingüe de Xoán Abeleira
Barcelona. Galaxia Gutenberg, 2016
472 páginas. 23,90 euros



¿Quién soy?, se preguntaba André Breton al inicio de Nadja, uno de sus libros más célebres y conocidos. La respuesta está en su obra, aunque para él nunca tuvo respuesta, pues era un hombre de exigente tenacidad en sus elecciones y, al mismo tiempo, de una incansable libertad interior, un adelantado en el descubrimiento de los verdaderos valores de la vida, sobre los que fundaba la búsqueda de sí mismo. Creador del surrealismo y el autor central de los textos esenciales de este modo de comprender el lenguaje del mundo, esta edición, que reúne lo mejor y más desconocido de su poesía, es una inmejorable manera de celebrar el 50 aniversario de su muerte.

En este libro hay, casi, dos libros dependientes entre sí: uno el formado por los cinco imprescindibles y apasionantes textos poéticos aquí reunidos (“Pleamargen”, “Fata Morgana”, “Oda a Charles Fourier”, “Los Estados generales” y “Por la ruta de San Romano”), más el resultado último de su más depurada creación, “Arcano 17”, seguido de “Calados”; y el otro el integrado por la suma, más de doscientas páginas, de la espléndida introducción de Xoán Abeleira y las imprescindibles y luminosas notas y comentarios finales que clarifican una edición y una traducción admirables. Por eso, también, podrá haber dos lecturas: la de los textos limpios de referencias y guiada por la fuerza de sus imágenes, luces y sonidos, y la que nos llevará al Breton profundo y culto. Dice Abeleira que su poesía es extraña, marginal, inquietante, radical y, sobre todo, única, y así lo confirman los textos capitales aquí editados y traducidos, pues además son la suma y la cima de su obra y de su poesía.

“Pleamargen” es un poema de ideas escrito justo ahí, en el margen, en un lugar fuera del centro donde está la plenitud de la vida y que, en contra “de los adeptos”, escoge la parte del vértigo, esa que mora en “las fallas de las rocas”; “Fata Morgana” es estremecedor, una sucesión de ilusiones y secuencias deslizantes, pleno de analogías que nacen del espectáculo matutino de las nubes y del ritmo progresivo del despertar, de “la gran álgebra” del amor; La “Oda a Charles Fourier” es un homenaje poético, es la voz delirante y provocativa de la utopía, el lirismo visionario del elogio; “Los Estados generales” se organiza ágilmente gracias a una dinámica creada por los segmentos de una constelación de ideas y ensueños con mensaje social: “Yo soy el que va”; en “Por la ruta de San Romano”, la movilidad de las imágenes se intercala en un discurso grave en defensa de la poesía, de la intimidad de la poesía, pues “la poesía se hace en la cama como el amor”, y no en “la sala de los prestigios”; y “Arcano 17”, “una espuma de nieve viva” que celebra el triunfo de la vida, desgarrada y rebelde, sobre el dolor y la muerte; su conmovedora intensidad es una mezcla de biografía, ensueños, reflexiones, política y naturaleza, una sinfonía que es “la imagen de una nave siempre imperiosamente gobernada”.

           La escritura y la palabra de Breton no son ficción y, por tanto, no son literatura, es “magia verbal”, es el fruto de la esperanza y de la fe, insólita hoy en día, en el amor y la libertad, en la poesía: “El abrazo poético como el abrazo carnal / Mientras dura / Nos impide escapar a la miseria del mundo”. Y esa es la fe que encarna su grandeza.


Una versión abreviada de esta reseña de "Pleamargen" de André Breton, fue publicada en Babelia - El País, el sábado 21 de mayo de 2016

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jueves, 7 de abril de 2016

EL DESVELO DE LA ESCRITURA

Serie
Vicente Luis Mora
Valencia. Pre-Textos, 2015
150 páginas.17 euros


Parafraseando las acertadas palabras de Javier Rodríguez Marcos dedicadas a John Berger en el suplemento Babelia del diario El País, a propósito de la publicación de la que hasta ese momento era prácticamente su poesía completa, editada en 2014 por el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y salvando cualquier tipo de distancias, podríamos decir que la obra Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), debería estar escrita siempre “en primera persona del plural”: narrador, ensayista, crítico literario, investigador en literatura, tecnologías y humanidades digitales, experto en Propiedad Intelectual y Derechos de Autor, entre muchas otras dedicaciones y ocupaciones, pareciera que “es, más que un solo escritor, toda una multitud”. Y en el origen, sin duda, de esa multitud, “también hay un poeta”.

Sería largo y extenso hablar de la siempre inevitable relación entre ciencia, tecnología y poesía, entre ciencia, poesía y filosofía, o entre los avances técnicos y los avances teóricos y formales de la literatura, cuya contigüidad es innegable y recíproca. La escritura de Mora es un ejemplo, claro y decisivo, de esa ineludible relación, de ese modo de enfrentarse al significado del mundo y a la naturaleza de la propia existencia. Su escritura estaría encuadrada en eso que Basarab Nicolescu, y otras destacadas figuras del pensamiento, han llamado “transdisciplinariedad”, una forma de organización de los conocimientos que transciende las disciplinas de forma radical, haciendo énfasis en lo que está entre las disciplinas, en lo que las atraviesa a todas ellas y en lo que está más allá de todas ellas, pues todas son flechas de un mismo arco, el formado por el conocimiento y el pensamiento complejos. Si algo caracteriza el discurso de Mora es esa transdisciplinariedad, su capacidad para incorporar a su escritura, entre otros, el lenguaje de la ciencia, la tecnología, la filosofía y el moderno pensamiento creativo y especulativo.

Su escritura poética se construye dentro de la modernidad de esa experimentada perspectiva e inteligente transformación de un discurso capaz de dar cuenta de lo nuevo, y a la vez, de las grandes cuestiones y temas que han dado razón de ser siempre a la escritura, un discurso híbrido diseñado para conectar diversos y variados elementos emisores. Es por eso que, y como ya se ha hecho, bien podríamos aplicar para explicar el título de este nuevo libro de Mora, que afianza más si cabe su voz y la permanencia de su estilo, la definición que el “socorrido” Diccionario de la RAE otorga al término Serie: “conjunto de cosas que se suceden unas a otras y que están en relación entre sí”. Pero también puede definirse, en acepciones no recogidas por la RAE, como “conjunto de personas o cosas aunque no guarden relación entre sí y no se sucedan ordenadamente”, o incluso, como cosas o elementos que “forman parte de una misma emisión”. Y esto es así porque, más allá de una posible estructura sucesiva, esta es una serie de series, y cada una de ellas tiene su propio tema, y todas son muy diferentes entre sí, como bien ha expresado el propio autor a propósito de este nuevo poemario. No prima pues la dispersión, sino la heterogeneidad declarada de su diversidad formal y temática, de su pluralidad métrica y de su variedad de perspectivas. La unidad vendría dada entonces por su similar estética y por su análogo tono, por la capacidad de su discurso para intensificar la realidad o incluso alcanzar a sustituirla o subvertirla gracias al punto de vista ofrecido al lector para acceder a los poemas, o incluso para modificar su percepción, adquiriendo así, si cabe, la cuadratura de un conjunto poético mural: “Ése es el salto / de la modernidad a Pangea: / lo admirable no es la calle / sino el ojo”.

Siguiendo a Daniel Escandell Montiel, y sus estudios sobre la “blogoficción” y la construcción avatárica en las narraciones digitales, hay en Serie “una hipertextualidad que aporta profundidad a la composición” poética y a la vez narrativa del libro, con esa mezcla de verso y prosa, de información y de expresión, de datos, noticias, testimonios y referencias intercaladas en el poema, y gracias a la cual es posible encontrar vinculaciones con y entre sus diversas series, “pues es el propio devenir del tiempo el que tiene un peso definitorio sobre la recepción y la creación textual”. El suyo “es un espacio compositivo libre”, una especie de unión dada por “una edición expandida”, por una “estructura de relaciones rizomáticas”, un género de estructura en red no jerarquizada de manera que cualquier elemento puede afectar o incidir en otro. Y así lo expresa en el undécimo poema de la inmejorable serie, y uno de los núcleos de sentido del libro, “Ecdótica de la imagen”, y de la mano esta vez de Leibniz, donde atisba a ver una conexión entre realidades e imágenes ligadas a las fotografías de la amada, y declarando así la naturaleza de su/”mi percepción: / la mirada que enlaza / las dispersas imágenes en red / y los vídeos del ciberespacio / con el secreto archivo / de lo nuestro, / con nuestras carpetas / de pasión confidencial”. Una posible conexión, que en uno de los poemas de la serie “Visión del vaso, y a pesar de que el estado vítreo, frío y duro, sea entendido como característico de lo humano, sin embargo, “al calor del otro / se inmola en un proceso de fusión / y de desorden”.

Tomando como referente ese esclarecedor poema titulado “Almendra”, y ante la necesidad de sostenerse en el vacío y de dotarse de sistema, podríamos llegar a decir que cada una de sus series, e incluso cada uno de sus poemas, son como “estuches”, “cajas” guardadas “para llenar las horas y los días y los años”. Un modo y un tono que, ante el asedio de la nada, interpelan al autor, y al lector por tanto, ya desde el poema que oficia de prefacio, titulado “Épica de los gases constructores”, cuyo final expresa una intención: “Arrójate al vacío, crea mundos / convierte en ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía, / así debiera ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco”. Pero quizás sea la ya citada serie titulada “Visión del vaso”, la que mejor exprese esta idea, en el recuerdo de José Gorostiza, y de la mano maestra de Wallace Stevens y José Ángel Valente: ese ámbito o espacio del vacío, de la nada, es donde las palabras buscan su raíz material, la fuerza de su imagen, desde una diversidad que, sin embargo, es unidad, una “perfecta cohesión, mundo cerrado / en su soberbia y densa / transparencia”. Como dijera el propio Valente, se escribe en el interior de un discurso suspendido, o como dice el último poema de esta serie, “incapaz / de hallar nuestro lugar / en medio de este mundo / retorcido / te bebo y nos escondo, / opacos, / entre sombras”. O como el propio Mora ha dejado dicho en su ensayo La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo (Universidad de Valladolid, 2013), estaríamos ante eso que ha llamado una “grieta subjetiva estructural”, y de acuerdo con la cita de Slavoj Zizek que afirma que “los sujetos son literalmente agujeros, huecos en el orden positivo del ser, sólo moran en los intersticios del ser, en esos lugares donde la labor de creación no ha concluido”. Una labor de creación que, siguiendo de nuevo la cita de Zizek incluida en el ensayo citado, solo puede “enfrentarse a la realidad (…), como algo no totalmente constituido, ver la nada allí donde no hay nada que ver, sustraer de la realidad su engañosa riqueza”. Y a eso se enfrenta, con decisión, este brillante libro que, ante una nueva realidad, busca un modo nuevo de comprensión y un modo nuevo de discurso, un lenguaje capaz de revelar lo que la mente alcanza y llega a ver, o como ha dicho José Ángel Cilleruelo, que sea capaz, frente a los cambios operados en la realidad y en la “sensibilidad ante las pulsiones de un mundo a ritmo de píxel”, de crear un lenguaje atento, como dice en uno de sus versos, al “grano de la voz del píxel”.

Hay un texto de Robert Smithson, un artista relacionado con el llamado Land Art, en el que reflexiona sobre la imagen, la fotografía y el arte, titulado “A Sedimentation of the Mind: Earth Projects”, incluido en Robert Smithson: The Collected Writing (University of California Press, 1996), y en el que viene a decir que el acto de mirar va más allá de una simple formulación “conceptual”, pues pone el acento no sobre una positividad, una certidumbre, sino sobre el hecho de que algo siempre está desapareciendo, muriéndose: “Los nombres de los minerales y los minerales mismos no son diferentes, ya que tanto detrás del material como detrás de la palabra escrita vemos brotar una cantidad astronómica de fisuras. Las palabras y las rocas contienen un lenguaje que sigue una sintaxis de roturas y rupturas. Mirad cualquier palabra durante un tiempo suficientemente largo, y veréis cómo se abre en una serie de fisuras, en una extensión de partículas que contienen cada una su propio vacío. Este incómodo lenguaje de la fragmentación no ofrece ninguna resolución fácil dentro de una ‘forma correcta’. Las certidumbres del discurso didáctico se precipitan en la erosión del principio poético. La poesía, perdida como siempre, debe someterse a su propia vacuidad, en cierto modo es un producto del agotamiento más que de la creación. Siempre es un lenguaje que muere, pero nunca un lenguaje muerto”. La imagen, o cualquier página llena de palabras, como se afirma en uno de los poemas, lo es sólo si es mirada, pues “privada de los ojos / la imagen es sólo / pintura sobre lienzo, / pigmentos arrojados / contra la superficie congelada / de la inexistencia”.

Las diferentes series de Serie dan cuenta de variados y concretos asuntos, muchos ya presentes y reiterados en la obra de Mora, algunos casi obligados y obsesivos, si cabe decir esto, en su escritura: los espejos, los espejismos y la recreación de perspectivas; el simulacro, la falsedad, las apropiaciones y los palimpsestos; la imagen en todas sus posibles variantes, y entre ellas la del amor; la tecnología y la ciencia en general y en sus diferentes expresiones, y más en concreto las matemáticas en “Serie (Neuropoemas)”, integrada por once poemas decrecientes en número de versos y de sílabas que a la vez es una preclara reflexión sobre la identidad; el juego fabuloso y fabulado que conforma “Visión del grillo”; la realidad cotidiana en proceso de deconstrucción que se muestra en “Dialogías”, una serie construida casi en directo y a la que va asistiendo el lector, de tal manera, que se involucran en su generación; las ciudades, su memoria y sus escenografías en “Historia de tres ciudades”, con su impresionante “Réquiem por Venecia”, un retrato certero y una suma integradora de formas, temas y emociones; y la ciencia ficción en ese periplo planetario y en ese espacio alternativo de “Los viajes de Saasbeim”, donde la realidad y la fantasía juegan sin prejuicios en la mente del lector creando casi un guión narrado, casi una invitación a llevarlo a cabo.

Pero si algo ronda a través de todos los poemas de Serie, es una decidida investigación sobre la identidad, una reflexión tan actual como viva y sorprendente sobre el yo. Este libro viene a mostrar la pluralidad de un yo que, más allá de las menciones a un sujeto visto como hueco, como cáscara, como agujero o remolino, alcanza su formulación en un “Yo en el / tiempo”, pero en un tiempo que tiene lugar en la propia escritura, pues al cabo, esta es el auténtico sujeto. Es en la escritura donde proclama su lugar ese yo entendido como bosque, como viene demostrando en sus últimos trabajos sobre el análisis del sujeto el propio Mora, como unidad reconocible pero a la vez conformada por diferentes voces, pues “su tiempo es el tiempo de escritura, casi armándose en tiempo real”. En el que quizás sea el mejor poema de todo el libro, “Gottfried Wilhelm Leibniz tiene la intuición del ADN celular…”, se muestra que esto es posible porque “el creador tiene que haber dispuesto una escritura”, y sólo así, cuando “se aquietan las turbulentas aguas”, entonces “el Danubio desvela la escritura de la sombra / que empieza a dirigirlo hacia la noche”. Sólo entonces, tiene lugar el de(s)velo de la escritura.


Publicado, y firmado por mi heterónimo crítico Antonio Monge, en la revista "Nayagua", nº 23, Febrero 2016, p. 245-249



La referencia de Javier Rodríguez Marcos sobre John Berger se puede consulta en: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/07/23/babelia/1406138904_479788.html

miércoles, 6 de abril de 2016

LA MÁQUINA DE VIVIR

El sentimiento de la vista
Miguel Casado
Barcelona. Tusquets, 2015
139 páginas. 13 euros



Once años han pasado desde que Miguel Casado (Valladolid, 1954) publicara Tienda de fieltro, pero parecen pocos cuando descubrimos que la espera ha sido bien recompensada, pues su último libro de poemas, El sentimiento de la vista, es sin la menor duda el mejor de los suyos, y el fruto de una madura excepcionalidad. El lector atento e interesado casi debería estar obligado a su lectura, a reconocerse y a sentirse parte de esta sucesión de poemas enhebrados en el hilo de la vida, casi como si fueran cuentas que pasar una tras otra. Tras “La aridez / de la primera escritura”, al lector, como al poeta, sólo le queda “abrir / el texto, que el hilo de las notas / dispersas también nombre / la vida”. Pocos poetas son capaces de hacer eso, nombrar la vida, con una voluntad tan soberana.

En ese arco cuya tensión apunta a lo que en el lenguaje se calla, y en cuya cuerda el lector escucha claramente la vibración de su propia existencia, ahí, es donde se sitúa, como en este libro, lo poético. Mirar, por tanto, se ha convertido en uno de los ejercicios principales de nuestro mundo. Y la mirada siempre es individual, es parte de un sujeto, por lo que es siempre subjetiva, hasta en el más objetivo de los casos. Mirar el mundo y registrarlo no debe ser solo buscar ese instante decisivo, ese momento virtuoso, y a veces artificial, sino buscar su autenticidad a través del sujeto poético. Interpretar el mundo a través de la mirada es lo que Miguel Casado hace con decidida maestría, aun y cuando el dueño de esa mirada no se reconozca: “No acabo de entender / esta escritura: fluye / como una conversación solitaria / que no consigue explicar apenas / lo que sé”. Es el ojo que se afila en el propio ingenio. La mirada expresada en las palabras de un poema no es otra cosa que la materialización de una intención subjetiva. Así, los diversos elementos de estos poemas actúan y cumplen su función expresiva en su capacidad para recrear y hacer visible lo mirado. El poeta configura su visión, recrea una escenografía, vive y sueña creando: “la vida / se va en los ojos, hilvana / capas llenas de tiempo”, que alcanzan a ser “al menos una forma / de las que elige el pensamiento / para hacerse a sí mismo”.

¿Cómo resolver la ecuación de exponer desde un ojo, cómo mostrar la mirada? La respuesta es difícil, pero podríamos decir que es el ojo el que mira, pero que el poema es el que ve. El poema se produce a ambos lados de la cámara de nuestros ojos. Los objetos, las cosas, las caras, los lugares pueden desaparecer, pero el poema los hace existir de una forma más clara, y todo esto depende del que mira, de la mirada que establece otros niveles de lo real y de la experiencia. Hay que dar materia a las imágenes, no sólo relatar incidentes de superficie. Si hay algo verdaderamente real es la imagen misma. Lo real no es, por consiguiente, lo que está significado, sino lo que significa: “Mirar es compartir el mundo, / las identidades cambiantes, / el aura en que reposan / las cosas o se afilan”. Es el dominio de la soberanía de lo visible, de la realidad percibida.
Eulàlia Bosch, en “El presente está solo”, texto escrito como prólogo a la cuarta edición del lúcido e imprescindible libro Modos de ver de John Berger (Gustavo Gili, 2004), se pregunta, como cabe también preguntarse ante esta nueva entrega de Miguel Casado, por el secreto del libro, y afirma que está “posiblemente en el tiempo presente en el que está anclada su redacción”, pues sus páginas nos remiten “a ese tiempo presente que se manifiesta cuando la mirada del espectador (del lector) se detiene ante una pintura (un poema) y nota su atracción. Y lo hace provocando al lector hasta hacerle percibir qué le ocurre cuando mira”. Es ese presente de los poemas que dan cuenta de lo visto y de lo vivido, y que constituyen su (nuestro) modo de ver, de ser y de vivir. Es la presencia del tiempo, de los restos del pasado incorporados al presente, y el poder del poema para hacer visible su presencia. El presente del lector y el presente del poema se hacen un continuo temporal gracias al modo verbal que nos devuelve la mirada de los versos. Como dice, ahora sí, el propio John Berger, “la vista es la que establece nuestro lugar en el mundo circundante; explicamos ese mundo con palabras”. La realidad no depende tanto de los ojos que la miran como de la intención al enfocar, pues sin la conciencia, es decir, sin una mente dotada de subjetividad, no tendríamos manera de saber que existimos, menos aún de saber quiénes somos y qué pensamos. Ciertamente existe un yo, aunque no se trata de una cosa sino de un proceso que, al ser sentido, nos ofrece un sentimiento de pertenencia. Al fin y al cabo, como ha dicho Agustín Fernández Mallo, “el pasado, el tiempo, el paso del tiempo, no viene al presente para dar cuenta del pasado, sino para configurar el presente”.

Nombrar la vida es entonces el “núcleo sólido / o humus donde fermenten” unas palabras que “van y vienen” y que “no pesan”. Un nombrar que a la vez da cuerpo y unidad a un libro que, aparentemente, carece de estructura: sus poemas van y vienen como hebras que se ovillan, como “hilos destejidos que allí se anudan”, como estratos que se suman unos a otros en una especie de corriente alterna poblada de magnitudes y de sentidos que se abren en el flujo de los poemas. Un flujo que además aparece pautado por una dimensión social y política, arropado por espacios, lugares y territorios en los que la existencia busca su significado, en países como Palestina, Túnez o Siria, y en plazas como Tahrir, Syntagma o  Tiān’anmén. Es la constante renovación de “los sueños no vencidos”, como de nuevo ha dicho John Berger a propósito de lugares como los  arriba citados, y que dan cuerpo una reflexión y un pensamiento insobornables, saber y sentir cómo “vivir empieza a parecerse / a sobrevivir, las medidas / y contrapesos, esto por lo otro”. La vida reflejada en lo que acontece, en el pasar del tiempo, en los lugares y sus gentes, en la ciudad y en la naturaleza, en una reflexión o en un pensamiento, en los sueños y en los recuerdos, en una película que se ve, en un libro que se lee o en un cuadro que se mira, en el amor vivido. Y con todo sorprende la unidad de una voz sostenida por el pensamiento, por la forma y el poder de su mirada. Una unidad que tiene que ver con esa extraña continuidad con la cual funciona el corazón y las emociones: “Sin la revolución, voy solo registrando / lo que pasa por los ojos del mal / espectador, el que integra en el objeto / sus emociones”. La penetrante habilidad de percibir orden dentro de lo aparentemente sin orden, es uno de sus mayores y más elegantes esfuerzos, el de no imponer un orden sino percibirlo, el del impulso que permite ganar sentido según avanza la lectura y cada pieza, cada poema, alcanza su encaje.

El título de este extraordinario y admirable libro surge de un poema que, como ha reconocido el propio Miguel Casado, está inspirado en un autorretrato de Pierre Bonnard en su vejez, y que da cuenta de esa mirada miope que el pintor y el poeta comparten: “Pudo pintar / la miopía mirándose con esos ojos / hundidos y velados, con esos / ojos de no ver, toda la vida / mirando y sintiendo / el sentimiento de la vista”. Es esa mirada contraída que, sin embargo, padece de un exceso de potencia y que hace de la distancia su punto de convergencia: “Es la distancia / lo que hace la relación, no de lo sabido / a lo sabido, sino de lo levemente / desplazado que no anula lo familiar”. Pareciera, acaso, que el poema sea el punto de enfoque que su miopía impide. Centrados en el mundo cotidiano, los poemas van ganando poco a poco terreno a la realidad, poemas que nombran y muestran, y donde la palabra y la cualidad precisa del nombrar, toman un protagonismo cada vez más relevante, pues bajo una apariencia de tranquila sencillez y precisa armonía, se revelan complejos y llenos de matices.

Son poemas y miradas que se levantan, a veces, desde planos muy cercanos, casi mostrados bruscamente para así centrar la atención en un lugar, en una persona, en un objeto, desde encuadres poco convencionales o imprevistos, con intención de representar una realidad más cercana, o centrados en actividades cotidianas, sin artificio ni posados, presentadas despojadas de todo complemento ante el lector, ofreciendo una mezcla de observación y de subjetividad: “Lo que llena la vida / y es con ella nada, año, lo que / es todo, intensa rutina, juego / de sombras”. Así es como mantienen el asombro intacto, en la franqueza de unos poemas perdidos en la proximidad, sometidos a la concreción y a la intensidad que implican el poetizar, el entregar en la brevedad concisa del poema microcosmos que son mundos reveladores. Aquí reside una de las características primordiales de esta poesía: en su preciosa síntesis, en su logrado afán de atrapar, en pocas palabras, espacios de contemplación reveladores, pues “Lo que está por venir / -vario, misceláneo, ajeno / a jerarquía- mantiene la vida / tensa: en movimiento y casi / a punto de romperse”. El suyo es un territorio que, más allá de ser real o no, termina siendo crucialmente verdadero, convertido en poesía.

Algunos así dirán que este libro tiene y crece desde una significación fenomenológica, y tendrán razón, pero siempre teniendo en cuenta que, como ha dejado claro Antonio Carreño (“Hacia una poética de la ‘mirada’: Poesía y percepción”, Insula (460), 1985), la fenomenología, hasta hoy en día, “no sólo se ha constituido en una compleja ciencia de la observación, sino también en un riguroso método de análisis: en un modo de ver la realidad (lírica en este caso) y de analizarla”. Y esto es así porque, como dijera Hokusai en su famoso prólogo a las Cien vistas del monte Fuji, su intención era la de alcanzar en sus pinturas y dibujos, como en los poemas de este libro, el poder de poseer el soplo de la vida. Una escritura en “el hilo de la vida y la muerte”, y que acaso aquejada por “la enfermedad del tiempo”, sabe dar cuenta de una existencia poblada de correlatos directos, mostrados con la hondura de un lenguaje acerado y exacto.

Son poemas determinados por el espacio y el tiempo desde el que son contados, poemas donde late el poder desplazado de una mirada que provoca un cierto efecto de suspensión objetiva y de (des)arraigo identitario, y donde el lector apreciará el calado de una voz única y soberana, la fuerza de unos poemas que son un instrumento de indagación en la búsqueda de la revelación del poema. Y así, quien lee, crecerá con un libro que “tiene su ritmo, / su particular fiebre”, y aprenderá a ver la vida igual que “El pájaro / repite el silbido como una evidencia / mecánica, la máquina de vivir”. Palabras que nos acompañarán e irán con nosotros, como en ese grande y soberano poema que acaba justamente así, diciendo lo que es: “Tus ojos fluyen en tu voz, la piel / suave de tus manos. Voy contigo, / te escribo este poema de amor”.


Publicado en la revista "Nayagua", nº 23, Febrero 2016, p. 202-205



Una versión abreviada, se publicó como reseña en Babelia - El País, el sábado 23 de enero de 2016.