
A principios de este mes de diciembre ha salido el nº 5 de la revista "Cuaderno Ático". Son 131 páginas con colaboraciones y textos inéditos de Aurora Luque, Antonio Ortega, Carles Mercader, Antonia Huerta Sánchez, José Luis Gómez Toré, Vicente Fernández González, Antonio Cabrera, Hilario Barrero, Rafael Fombellida, María López Villalba, Abel Murcia, Teresa Domingo Catalá, Sandro Luna, Teresa Garbí, Olivia Martínez Giménez de León, Antonio Moreno, Aitor Francos, Mar Benegas, Carlos Iglesias, Ibon Zubiaur. En la sección "La biblioteca" publicamos una reseña firmada por José De María Romero Barea y poemas de Javier Sánchez Menéndez y de Trinidad Gan, pertenecientes a sus últimos poemarios publicados. Podéis leerla en el siguiente enlace: http://cuadernoatico.es/index
Gracias a la generosidad de Juan Manuel Macías, que con tanto cuidado, profesionalidad y dedicación edita y dirige esta espléndida revista que es "Cuaderno Ático", en este nuevo número aparecen estos textos míos:
Es el temor sujetando el asombro, el vapor del
aliento que, en la tenue bruma, desaparece a través de largos tubos de hierro,
la luz que cae del cielo en las voces nocturnas.
Es el tiempo que se acumula como si fuera de agua,
como un gran estrépito de metales sobre el lomo metódico de una bestia distante
en las copas de un bosque, fragmentos desprendidos al azar, el zumbido de un
corazón recluido al borde del invierno.
Lavada por el viento la tierra existe al margen de
nosotros, cuando se esconde limpia en su espejo solar.
***
Tras la calcinación viene la larga agitación del
miedo, una vigilia que intercala meses. Tras las manos cortadas un guerrero sin
armas nos azuza como la sangre que nunca se seca.
Tras ríos desviados, montañas y bosques sobre las
mesas, océanos allí, bajo los dientes. Tras los cofres abiertos de un perdido
enemigo, el aliento extraviado en los pulmones.
Tras el álbum del mundo, las heridas buscando unos
labios que nunca están allí. Tras de un sucio cordel, una ceniza ligera en la
arena persiguiendo una estación que no existe.
César dijo que no se añade noche a lo que os hace
sombra.
Cruel e inútil juego cuando la muerte abriga con
placeres fantasmas.
***
El humo es silencioso, el estruendo llega después,
es como un pájaro desorientado entrando en una habitación, volando entre las
estrellas doradas de las cúpulas azules del Kremlin.
Por encima de la línea del cielo un mar repleto de
caballos, la blancura insensata de las sombras.
Como de fría cal en el aire más débil, la aparición
de un rostro bajo la luz del día, la placidez del agua antes de congelarse.
Los perfiles de un muerto son como un suelo seco que
no teme las huellas, como una mariposa envejecida.
***
Son una plaga del azar las sombras cuando, en el
alba, nos enseñan un paraje imposible, la belleza de la cera imperfecta: luz
para no perderse, para no estar en silencio atónitos como infelices locos.
Es el tiempo sin voz de una estación asombrada
después del abolido paso de los trenes, la hora crecida sólo en la ceniza del
invencible olvido, pábilos de aceite entre las plantas dejando adivinar en sus
corolas el rumor de criaturas oblicuas.
Somos sólo fantasmas expropiados, piedras
desbordadas del lecho de la sed, húmedas acuarelas: juegos de agua y de azar.
***
Siempre goteando en alguna parte, el agua nos
deslumbra, fría como un corazón que sólo escuchara los azules sonidos del
comercio, el silencio y el canto de un cuchillo en las quejas de madres
llorando aún por sus olvidados hijos.
No somos sino una copia resuelta, la belleza es
solamente armadura, copos secos los rostros, somos casi el fermento de sábanas
grasientas, imágenes duras y obtusos cráneos desbordados en cálculos, somos la
pintura que se desprende de un cuadro santo en un rincón oscuro.
Apartados del mundo, igual que una pepita seca
dentro de un hueso frío, somos sólo moscas en un trozo de sombra.
***
Buscan la prisa líquida de una luz brillando en el
blanco vello sobre las uvas negras, sólo así sus cuerpos salen del limo. Sólo cuando
revienta la uva hinchada al sol se quema el vino, y agrietado en la luz,
nuestro cuerpo se aquieta y se mecen sus sombras.
***
El recuerdo del agua aún perdura después del largo
tiempo de la muerte. Los días se alargan, como la luz menguante de un rescoldo
que, ya frío entre la lumbre de un incendio, ha empezado a extenderse.
Es entonces cuando el aliento forma hielo sobre los
cuerpos, la lengua se retiene hasta que el cabello se vuelve blanco y, en la
caída cierta de los acantilados, nos descubre su cara. En la fuerza de un
glaciar la dulzura de la llama que se alarga buscando el aire más allá de todo
alcance.
Es entonces cuando creemos ver la exactitud perdida,
oculta entre las salas de un hospicio, entre grandes bandadas de libélulas.
***
Trozos de metal extraviados en una tormenta que dura
siglos y nunca toca el suelo, un barco entre las olas que se cruzan, un puerto
construido con espinas de arenque en la cara vacía de un planeta.
Una mirada capaz de romper los arcos secos de todos
los puentes desvelándonos el tiempo que nos devora, para que así seamos gatos
lamiendo, en su tazón de estaño, la reluciente esencia de todo lo que es
inasequible, de todo lo que esconden las abreviaturas simples del mundo.
***
Una tumba cercada de laureles nos señala una falta,
la incertidumbre de un pasado oscuro entre la ropa cierta que nos envuelve el
cuerpo.
El ser caprichoso de los ríos, el mar huidizo en el
que su alma inmensa toma el color del lecho de un desierto.
Sólo dejamos que el telar repose cuando suenan las
vértebras y, en el punto de fuga de los muelles, el calcinado pecio de los
barcos nos revela que, tras la bruma sorda, los extremos del mundo se
despliegan como una cabellera sobre el agua.
Que tengamos los huesos tan pesados es simple
sedimento del azar.
(siste
viator)
***
Los pájaros no hablan, tienen los huesos huecos,
acumulan el aire debajo de unas alas que la presión levanta en prueba de su
vuelo, y al aire de su canto.
Hacen su casa en las últimas cosas y a la hora justa
en que el sueño fija la tentación del alma.
Un vaho la caída, la claridad un punto sobre el
aire, nuestro cuerpo de pronto por encima de todas las cabezas en las alas de
los ventiladores.
***
Cuando
soñamos con olores acres, en la boca entreabierta crece el rumor del llanto de
cientos de perros extraviados, cuando oímos el silbido de un tren entre las
copas oscuras de un bosque lleno de hayas cobrizas, surge la enfermedad como
una tela escasa, sin pliegues que la oculten, y el sabor del terror hace de la
lengua una piedra densa.
Sólo
entonces, de noche, sentimos la reserva de los gatos pegados al silencio en los
muros de sus casas oscuras.
El
dinero, la muerte y el pan de los mastines firmes en su poder, alzados
frente al mundo como la lluvia helada sobre el polvo.
(Philippe
Sollers)
(Fray
Iñigo de Mendoza, Coplas de Mingo Revulgo)