domingo, 28 de diciembre de 2014

EL FERVOR DE LA MEMORIA

Más allá, Tanger
Álvaro Valverde
Tusquets. Barcelona, 2014
112 páginas. 12 euros



      Para Domingo Badía, conocido como Alí Bey, Tánger sólo es comparable al efecto de un sueño; para Tahar Ben Jelloun, una mujer que no se atreve a mirarse al espejo, acaso porque en sus calles sólo persiste la memoria. Álvaro Valverde busca ese espejo para recobrar el sueño de la memoria, el espacio vivo de la pérdida en una ciudad, “la vieja conocida que no es”, a la que alguien regresa y a la que alguien llega por primera vez. Para ambos, ese viaje es “el único trayecto que conduce / a las fuentes sagradas del origen”, a un territorio que, “entre la oscuridad / que enturbia tu pasado / y la luz que ilumina / este presente”, alcanza la salvación del olvido. Sus cincuenta poemas -desnudos y luminosos, concisamente narrativos- son “las piezas sueltas de un puzle”, ecos de una memoria que este largo e indisputable poema reúne “para hacer verosímil / lo que sólo es ficticio”. Una voz doble, la del narrador y la de su mujer, que son el contrapunto y la razón de una historia compartida. Un poema que encuentra su espejo y en él su identidad, pues “en esta encrucijada, lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso”. Una suma de “aguafuertes” y “vislumbres” que confieren una intensidad especial a un relato tan íntimo que sólo es posible en el poema, como avispas “volando / alrededor del vaso de té”, y “cada avispa un recuerdo / de los años vividos”. Es el excepcional mosaico de una vida, “una suma de símbolos / de lo que fue y no ha sido, / de la vida pasada / y del mundo futuro”. Una impugnada realidad, sin límites ni nostalgias, “acaso porque es / (el) reflejo de un fervor”.

"Más allá, Tánger" de Álvaro Valverde, reseña publicada en Babelia - El País, el sábado 27 de diciembre.

viernes, 19 de diciembre de 2014

CUADERNO ÁTICO. TEXTOS.

       A principios de este mes de diciembre ha salido el nº 5 de la revista "Cuaderno Ático". Son 131 páginas con colaboraciones y textos inéditos de Aurora Luque, Antonio Ortega, Carles Mercader, Antonia Huerta Sánchez, José Luis Gómez Toré, Vicente Fernández González, Antonio Cabrera, Hilario Barrero, Rafael Fombellida, María López Villalba, Abel Murcia, Teresa Domingo Catalá, Sandro Luna, Teresa Garbí, Olivia Martínez Giménez de León, Antonio Moreno, Aitor Francos, Mar Benegas, Carlos Iglesias, Ibon Zubiaur. En la sección "La biblioteca" publicamos una reseña firmada por José De María Romero Barea y poemas de Javier Sánchez Menéndez y de Trinidad Gan, pertenecientes a sus últimos poemarios publicados. Podéis leerla en el siguiente enlace: http://cuadernoatico.es/index

      Gracias a la generosidad de Juan Manuel Macías, que con tanto cuidado, profesionalidad y dedicación edita y dirige esta espléndida revista que es "Cuaderno Ático", en este nuevo número aparecen estos textos míos:



Es el temor sujetando el asombro, el vapor del aliento que, en la tenue bruma, desaparece a través de largos tubos de hierro, la luz que cae del cielo en las voces nocturnas.

Es el tiempo que se acumula como si fuera de agua, como un gran estrépito de metales sobre el lomo metódico de una bestia distante en las copas de un bosque, fragmentos desprendidos al azar, el zumbido de un corazón recluido al borde del invierno.

Lavada por el viento la tierra existe al margen de nosotros, cuando se esconde limpia en su espejo solar.


***


Tras la calcinación viene la larga agitación del miedo, una vigilia que intercala meses. Tras las manos cortadas un guerrero sin armas nos azuza como la sangre que nunca se seca.

Tras ríos desviados, montañas y bosques sobre las mesas, océanos allí, bajo los dientes. Tras los cofres abiertos de un perdido enemigo, el aliento extraviado en los pulmones.

Tras el álbum del mundo, las heridas buscando unos labios que nunca están allí. Tras de un sucio cordel, una ceniza ligera en la arena persiguiendo una estación que no existe.

César dijo que no se añade noche a lo que os hace sombra.

Cruel e inútil juego cuando la muerte abriga con placeres fantasmas.


***


El humo es silencioso, el estruendo llega después, es como un pájaro desorientado entrando en una habitación, volando entre las estrellas doradas de las cúpulas azules del Kremlin.

Por encima de la línea del cielo un mar repleto de caballos, la blancura insensata de las sombras.

Como de fría cal en el aire más débil, la aparición de un rostro bajo la luz del día, la placidez del agua antes de congelarse.

Los perfiles de un muerto son como un suelo seco que no teme las huellas, como una mariposa envejecida.


***


Son una plaga del azar las sombras cuando, en el alba, nos enseñan un paraje imposible, la belleza de la cera imperfecta: luz para no perderse, para no estar en silencio atónitos como infelices locos.

Es el tiempo sin voz de una estación asombrada después del abolido paso de los trenes, la hora crecida sólo en la ceniza del invencible olvido, pábilos de aceite entre las plantas dejando adivinar en sus corolas el rumor de criaturas oblicuas.

Somos sólo fantasmas expropiados, piedras desbordadas del lecho de la sed, húmedas acuarelas: juegos de agua y de azar.


***


Siempre goteando en alguna parte, el agua nos deslumbra, fría como un corazón que sólo escuchara los azules sonidos del comercio, el silencio y el canto de un cuchillo en las quejas de madres llorando aún por sus olvidados hijos.

No somos sino una copia resuelta, la belleza es solamente armadura, copos secos los rostros, somos casi el fermento de sábanas grasientas, imágenes duras y obtusos cráneos desbordados en cálculos, somos la pintura que se desprende de un cuadro santo en un rincón oscuro.

Apartados del mundo, igual que una pepita seca dentro de un hueso frío, somos sólo moscas en un trozo de sombra.


***


Buscan la prisa líquida de una luz brillando en el blanco vello sobre las uvas negras, sólo así sus cuerpos salen del limo. Sólo cuando revienta la uva hinchada al sol se quema el vino, y agrietado en la luz, nuestro cuerpo se aquieta y se mecen sus sombras.


***


El recuerdo del agua aún perdura después del largo tiempo de la muerte. Los días se alargan, como la luz menguante de un rescoldo que, ya frío entre la lumbre de un incendio, ha empezado a extenderse.

Es entonces cuando el aliento forma hielo sobre los cuerpos, la lengua se retiene hasta que el cabello se vuelve blanco y, en la caída cierta de los acantilados, nos descubre su cara. En la fuerza de un glaciar la dulzura de la llama que se alarga buscando el aire más allá de todo alcance.

Es entonces cuando creemos ver la exactitud perdida, oculta entre las salas de un hospicio, entre grandes bandadas de libélulas.


***


Trozos de metal extraviados en una tormenta que dura siglos y nunca toca el suelo, un barco entre las olas que se cruzan, un puerto construido con espinas de arenque en la cara vacía de un planeta.

Una mirada capaz de romper los arcos secos de todos los puentes desvelándonos el tiempo que nos devora, para que así seamos gatos lamiendo, en su tazón de estaño, la reluciente esencia de todo lo que es inasequible, de todo lo que esconden las abreviaturas simples del mundo.


***

Una tumba cercada de laureles nos señala una falta, la incertidumbre de un pasado oscuro entre la ropa cierta que nos envuelve el cuerpo.

El ser caprichoso de los ríos, el mar huidizo en el que su alma inmensa toma el color del lecho de un desierto.

Sólo dejamos que el telar repose cuando suenan las vértebras y, en el punto de fuga de los muelles, el calcinado pecio de los barcos nos revela que, tras la bruma sorda, los extremos del mundo se despliegan como una cabellera sobre el agua.

Que tengamos los huesos tan pesados es simple sedimento del azar.

(siste viator)


***


Los pájaros no hablan, tienen los huesos huecos, acumulan el aire debajo de unas alas que la presión levanta en prueba de su vuelo, y al aire de su canto.

Hacen su casa en las últimas cosas y a la hora justa en que el sueño fija la tentación del alma.

Un vaho la caída, la claridad un punto sobre el aire, nuestro cuerpo de pronto por encima de todas las cabezas en las alas de los ventiladores.


***


Cuando soñamos con olores acres, en la boca entreabierta crece el rumor del llanto de cientos de perros extraviados, cuando oímos el silbido de un tren entre las copas oscuras de un bosque lleno de hayas cobrizas, surge la enfermedad como una tela escasa, sin pliegues que la oculten, y el sabor del terror hace de la lengua una piedra densa.

Sólo entonces, de noche, sentimos la reserva de los gatos pegados al silencio en los muros de sus casas oscuras.

El dinero, la muerte y el pan de los mastines firmes en su poder, alzados frente al mundo como la lluvia helada sobre el polvo.

(Philippe Sollers)

(Fray Iñigo de Mendoza, Coplas de Mingo Revulgo)