Vicente Luis Mora
Valencia. Pre-Textos, 2015
150 páginas.17 euros
Parafraseando
las acertadas palabras de Javier Rodríguez Marcos dedicadas a John Berger en el suplemento Babelia del diario El País, a
propósito de la publicación de la que hasta ese momento era prácticamente su
poesía completa,
editada en 2014 por el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y salvando cualquier
tipo de distancias, podríamos decir que la obra Vicente Luis Mora (Córdoba,
1970), debería estar escrita siempre “en primera persona del plural”: narrador,
ensayista, crítico literario, investigador en literatura, tecnologías y
humanidades digitales, experto en Propiedad Intelectual y Derechos de Autor,
entre muchas otras dedicaciones y ocupaciones, pareciera que “es, más que un
solo escritor, toda una multitud”. Y en el origen, sin duda, de esa multitud,
“también hay un poeta”.
Sería
largo y extenso hablar de la siempre inevitable relación entre ciencia,
tecnología y poesía, entre ciencia, poesía y filosofía, o entre los avances
técnicos y los avances teóricos y formales de la literatura, cuya contigüidad
es innegable y recíproca. La escritura de Mora es un ejemplo, claro y decisivo,
de esa ineludible relación, de ese modo de enfrentarse al significado del mundo
y a la naturaleza de la propia existencia. Su escritura estaría encuadrada en
eso que Basarab Nicolescu, y otras destacadas figuras del pensamiento, han
llamado “transdisciplinariedad”, una forma de organización de los conocimientos
que transciende las disciplinas de forma radical, haciendo énfasis en lo que
está entre las disciplinas, en lo que las atraviesa a todas ellas y en lo que
está más allá de todas ellas, pues todas son flechas de un mismo arco, el
formado por el conocimiento y el pensamiento complejos. Si algo caracteriza el
discurso de Mora es esa transdisciplinariedad, su capacidad para incorporar a
su escritura, entre otros, el lenguaje de la ciencia, la tecnología, la
filosofía y el moderno pensamiento creativo y especulativo.
Su
escritura poética se construye dentro de la modernidad de esa experimentada
perspectiva e inteligente transformación de un discurso capaz de dar cuenta de
lo nuevo, y a la vez, de las grandes cuestiones y temas que han dado razón de
ser siempre a la escritura, un discurso híbrido diseñado para conectar diversos
y variados elementos emisores. Es por eso que, y como ya se ha hecho, bien
podríamos aplicar para explicar el título de este nuevo libro de Mora, que
afianza más si cabe su voz y la permanencia de su estilo, la definición que el
“socorrido” Diccionario de la RAE otorga al término Serie:
“conjunto de cosas que se suceden unas a otras y que están en relación entre
sí”. Pero también puede definirse, en acepciones no recogidas por la RAE, como
“conjunto de personas o cosas aunque no guarden relación entre sí y no se sucedan
ordenadamente”, o incluso, como cosas o elementos que “forman parte de una
misma emisión”. Y esto es así porque, más allá de una posible estructura
sucesiva, esta es una serie de series, y cada una de ellas tiene su propio
tema, y todas son muy diferentes entre sí, como bien ha expresado el propio
autor a propósito de este nuevo poemario. No prima pues la dispersión, sino la
heterogeneidad declarada de su diversidad formal y temática, de su pluralidad
métrica y de su variedad de perspectivas. La unidad vendría dada entonces por
su similar estética y por su análogo tono, por la capacidad de su discurso para
intensificar la realidad o incluso alcanzar a sustituirla o subvertirla gracias
al punto de vista ofrecido al lector para acceder a los poemas, o incluso para
modificar su percepción, adquiriendo así, si cabe, la cuadratura de un conjunto
poético mural: “Ése es el salto / de la modernidad a Pangea: / lo admirable no
es la calle / sino el ojo”.
Siguiendo
a Daniel Escandell Montiel, y sus estudios sobre la “blogoficción” y la
construcción avatárica en las narraciones digitales, hay en Serie “una
hipertextualidad que aporta profundidad a la composición” poética y a la vez
narrativa del libro, con esa mezcla de verso y prosa, de información y de
expresión, de datos, noticias, testimonios y referencias intercaladas en el
poema, y gracias a la cual es posible encontrar vinculaciones con y entre sus
diversas series, “pues es el propio devenir del tiempo el que tiene un peso
definitorio sobre la recepción y la creación textual”. El suyo “es un espacio
compositivo libre”, una especie de unión dada por “una edición expandida”, por
una “estructura de relaciones rizomáticas”, un género de estructura en red no
jerarquizada de manera que cualquier elemento puede afectar o incidir en otro.
Y así lo expresa en el undécimo poema de la inmejorable serie, y uno de los
núcleos de sentido del libro, “Ecdótica de la imagen”, y de la mano esta vez de
Leibniz, donde atisba a ver una conexión entre realidades e imágenes ligadas a
las fotografías de la amada, y declarando así la naturaleza de su/”mi
percepción: / la mirada que enlaza / las dispersas imágenes en red / y los
vídeos del ciberespacio / con el secreto archivo / de lo nuestro, / con
nuestras carpetas / de pasión confidencial”. Una posible conexión, que en uno
de los poemas de la serie “Visión del vaso, y a pesar de que el estado vítreo,
frío y duro, sea entendido como característico de lo humano, sin embargo, “al
calor del otro / se inmola en un proceso de fusión / y de desorden”.
Tomando
como referente ese esclarecedor poema titulado “Almendra”, y ante la necesidad
de sostenerse en el vacío y de dotarse de sistema, podríamos llegar a decir que
cada una de sus series, e incluso cada uno de sus poemas, son como “estuches”,
“cajas” guardadas “para llenar las horas y los días y los años”. Un modo y un
tono que, ante el asedio de la nada, interpelan al autor, y al lector por
tanto, ya desde el poema que oficia de prefacio, titulado “Épica de los gases
constructores”, cuyo final expresa una intención: “Arrójate al vacío, crea
mundos / convierte en ser la nada que te aguarda. / Así debiera ser la poesía,
/ así debiera ser / el último poema: / hacia delante, nada: todo en blanco”.
Pero quizás sea la ya citada serie titulada “Visión del vaso”, la que mejor
exprese esta idea, en el recuerdo de José Gorostiza, y de la mano maestra de
Wallace Stevens y José Ángel Valente: ese ámbito o espacio del vacío, de la
nada, es donde las palabras buscan su raíz material, la fuerza de su imagen, desde
una diversidad que, sin embargo, es unidad, una “perfecta cohesión, mundo
cerrado / en su soberbia y densa / transparencia”. Como dijera el propio
Valente, se escribe en el interior de un discurso suspendido, o como dice el
último poema de esta serie, “incapaz / de hallar nuestro lugar / en medio de
este mundo / retorcido / te bebo y nos escondo, / opacos, / entre sombras”. O
como el propio Mora ha dejado dicho en su ensayo La literatura egódica. El
sujeto narrativo a través del espejo (Universidad de Valladolid, 2013),
estaríamos ante eso que ha llamado una “grieta subjetiva estructural”, y de
acuerdo con la cita de Slavoj Zizek que afirma que “los sujetos son
literalmente agujeros, huecos en el orden positivo del ser, sólo moran en los
intersticios del ser, en esos lugares donde la labor de creación no ha
concluido”. Una labor de creación que, siguiendo de nuevo la cita de Zizek
incluida en el ensayo citado, solo puede “enfrentarse a la realidad (…), como
algo no totalmente constituido, ver la nada allí donde no hay nada que ver,
sustraer de la realidad su engañosa riqueza”. Y a eso se enfrenta, con
decisión, este brillante libro que, ante una nueva realidad, busca un modo
nuevo de comprensión y un modo nuevo de discurso, un lenguaje capaz de revelar
lo que la mente alcanza y llega a ver, o como ha dicho José Ángel Cilleruelo, que
sea capaz, frente a los cambios operados en la realidad y en la “sensibilidad
ante las pulsiones de un mundo a ritmo de píxel”, de crear un lenguaje atento,
como dice en uno de sus versos, al “grano de la voz del píxel”.
Hay
un texto de Robert Smithson, un artista relacionado con el llamado Land Art,
en el que reflexiona sobre la imagen, la fotografía y el arte, titulado “A
Sedimentation of the Mind: Earth Projects”, incluido en Robert Smithson: The
Collected Writing (University of California Press, 1996), y en el que viene
a decir que el acto de mirar va más allá de una simple formulación
“conceptual”, pues pone el acento no sobre una positividad, una certidumbre,
sino sobre el hecho de que algo siempre está desapareciendo, muriéndose: “Los
nombres de los minerales y los minerales mismos no son diferentes, ya que tanto
detrás del material como detrás de la palabra escrita vemos brotar una cantidad
astronómica de fisuras. Las palabras y las rocas contienen un lenguaje que
sigue una sintaxis de roturas y rupturas. Mirad cualquier palabra durante un
tiempo suficientemente largo, y veréis cómo se abre en una serie de fisuras, en
una extensión de partículas que contienen cada una su propio vacío. Este
incómodo lenguaje de la fragmentación no ofrece ninguna resolución fácil dentro
de una ‘forma correcta’. Las certidumbres del discurso didáctico se precipitan
en la erosión del principio poético. La poesía, perdida como siempre, debe someterse
a su propia vacuidad, en cierto modo es un producto del agotamiento más que de
la creación. Siempre es un lenguaje que muere, pero nunca un lenguaje muerto”.
La imagen, o cualquier página llena de palabras, como se afirma en uno de los
poemas, lo es sólo si es mirada, pues “privada de los ojos / la imagen es sólo
/ pintura sobre lienzo, / pigmentos arrojados / contra la superficie congelada
/ de la inexistencia”.
Las
diferentes series de Serie dan cuenta de variados y concretos asuntos,
muchos ya presentes y reiterados en la obra de Mora, algunos casi obligados y
obsesivos, si cabe decir esto, en su escritura: los espejos, los espejismos y
la recreación de perspectivas; el simulacro, la falsedad, las apropiaciones y
los palimpsestos; la imagen en todas sus posibles variantes, y entre ellas la
del amor; la tecnología y la ciencia en general y en sus diferentes
expresiones, y más en concreto las matemáticas en “Serie (Neuropoemas)”,
integrada por once poemas decrecientes en número de versos y de sílabas que a
la vez es una preclara reflexión sobre la identidad; el juego fabuloso y
fabulado que conforma “Visión del grillo”; la realidad cotidiana en proceso de
deconstrucción que se muestra en “Dialogías”, una serie construida casi en
directo y a la que va asistiendo el lector, de tal manera, que se involucran en
su generación; las ciudades, su memoria y sus escenografías en “Historia de
tres ciudades”, con su impresionante “Réquiem por Venecia”, un retrato certero
y una suma integradora de formas, temas y emociones; y la ciencia ficción en
ese periplo planetario y en ese espacio alternativo de “Los viajes de
Saasbeim”, donde la realidad y la fantasía juegan sin prejuicios en la mente
del lector creando casi un guión narrado, casi una invitación a llevarlo a cabo.
Pero
si algo ronda a través de todos los poemas de Serie, es una decidida
investigación sobre la identidad, una reflexión tan actual como viva y
sorprendente sobre el yo. Este libro viene a mostrar la pluralidad de un yo
que, más allá de las menciones a un sujeto visto como hueco, como cáscara, como
agujero o remolino, alcanza su formulación en un “Yo en el / tiempo”, pero en
un tiempo que tiene lugar en la propia escritura, pues al cabo, esta es el
auténtico sujeto. Es en la escritura donde proclama su lugar ese yo entendido
como bosque, como viene demostrando en sus últimos trabajos sobre el análisis
del sujeto el propio Mora, como
unidad reconocible pero a la vez conformada por diferentes voces, pues “su
tiempo es el tiempo de escritura, casi armándose en tiempo real”. En el que
quizás sea el mejor poema de todo el libro, “Gottfried Wilhelm Leibniz tiene la
intuición del ADN celular…”, se muestra que esto es posible porque “el creador
tiene que haber dispuesto una escritura”, y sólo así, cuando “se aquietan
las turbulentas aguas”, entonces “el Danubio desvela la escritura de la sombra
/ que empieza a dirigirlo hacia la noche”. Sólo entonces, tiene lugar el
de(s)velo de la escritura.
Publicado, y firmado por mi heterónimo crítico Antonio Monge, en la revista "Nayagua", nº 23, Febrero 2016, p. 245-249
La referencia de Javier Rodríguez Marcos sobre John Berger se puede consulta en: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/07/23/babelia/1406138904_479788.html