I. De acuerdo con los estudios llevados a cabo por José
Francisco Ruiz Casanova sobre la poesía en lengua española del siglo XX,
aplicables sin demasiados esfuerzos ni desviaciones a la del siglo XXI, en
España no hay apenas estudios críticos ni comparativos, y sólo algunos
acercamientos a un verdadero relato histórico de lo que sería el género
poético, y en consecuencia, no se estudian apenas las antologías, ni las
traducciones poéticas, ni se analizan sus variantes formales, textuales o
conceptuales, ni por supuesto, aunque sólo sea de pasada, sus implicaciones o
relaciones sociológicas. Esa falta viene marcada, además, por la impresión
creciente y la sensación perceptible de que la poesía, desde hace tiempo, es un
modo de expresión cada vez más en los márgenes, muy a pesar de su pródiga
abundancia, diversidad y multiplicidad, de una variedad ante la que el lector y
el crítico se ven a sí mismos casi como zahoríes en busca del fruto preciso
entre tanta frutería, incapaz de dar abasto, desde un punto de vista
mínimamente crítico y no digamos ya histórico, cuando se pretende mostrar y dar
cuenta de todas las manifestaciones y públicas exhibiciones de la escritura
poética. Frente a la escasez de análisis críticos de las obras individuales, no
ha dejado de crecer, desde hace ya ni se sabe las décadas, el furor antológico
en el ámbito español. Será porque ante la menguante capacidad de los productos
poéticos de hacerse ver y sobresalir, y no digamos de alcanzar a vender un
ejemplar más de un libro, se hace necesario, casi imprescindible, conseguir la
visibilidad de una antología y llegar así a un público más amplio dentro del
cada vez más escaso público de la poesía. No nos resistimos a transcribir las
palabras precisas de Ruiz Casanova cuando en su libro Sombras escritas que
perduran: Poesía (en lengua) española del siglo XX (Cátedra, 2016), y al
aclarar conceptos sobre esa necesaria historia crítica de la poesía, pone
meridianamente de manifiesto que
Si difícil resulta comprender los signos del presente, o
ponernos de acuerdo en la lectura que debe hacerse del pasado, anticipar la
historia de lo que tiene que llegar parece territorio exclusivo de la videncia.
Aun así, la crítica literaria y los estudios filológicos tienen que asumir el
riesgo del error y señalar -armados de razones estéticas- qué voces nuevas
pueden llegar a integrarse en el canon literario. En el género poético, ante la
proliferación de títulos y colecciones, la dificultad para leer a algunos
poetas y los mínimos índices de lectura que el verso sufre en España, las
antologías de «poesía última» son -sin dudarlo- no sólo credenciales de
presentación para quienes deseen ubicarse en las producciones líricas recientes
sino, también, el indicador por el que los poetas evalúan a veces, en su
presente, su posteridad.
La
apreciación valorativa y la evaluación poética vienen dadas no por lectores,
críticos o académicos futuros, más o menos lejanos en el tiempo y con cierta
perspectiva, sino que llegan determinadas y aparecen establecidas por nosotros
mismos, por los lectores, críticos o especialistas de este mismo momento, o
como dice de nuevo Ruiz Casanova, a quienes les corresponde esa tarea y
estimación calificativa es “a sus mismos contemporáneos, cuando no a los
propios protagonistas, erigidos, coloquialmente dicho, en juez y parte”. De
aquí viene también esa premura y “urgencia antológica” que ha caracterizado el
desarrollo de la poesía en el siglo pasado y también, puesto que las cosas no
parecen cambiar en este sentido, en los pocos años que han transcurrido de este
en el que estamos. Es por eso que esa deseable historia crítica de la poesía
española que Ruiz Casanova reivindica, y a la que nos sumamos convencidos, debe
albergar en su seno una historia de las antologías poéticas que debería
conjugar, en sus propias palabras, diversos aspectos:
En primer lugar se trata de un estudio descriptivo,
bibliográfico, que, tratado desde una perspectiva historiográfica, da cuenta
tanto del libro en sí (la selección de autores, de poemas) como de la poética
del antólogo y los factores histórico-culturales en que se inscribe el libro
(esto es, tanto el significado que tiene su aparición en el momento en que lo
hace como la relación de la antología con su presente literario y, en concreto,
con el presente de la poesía). Por otra parte, el estudio historiográfico (…)
puede y debe tener elementos de la modalidad del estudio comparativo,
aplicables al libro en sí mismo y a la relación de la antología con otros
ejemplos de su tipología o con modelos arquetípicos, y, también, elementos de
los estudios de recepción (…).
Todas
estas ideas del profesor y crítico barcelonés están expuestas, además de en el
libro ya citado, en el titulado Anthologos: Poética de la antología poética
(Cátedra, 2007), ambos esenciales para comprender en profundidad todas estas
cuestiones relativas a la historia de la poesía propiamente dicha y a la de las
antologías poéticas en concreto, tanto desde el punto de vista histórico como
desde el teórico. Estos estudios dejan claro que al igual que un libro de
poesía tiene, o debería tener, una unidad integral y completa de sentido, y no
ser una mera suma de poemas, del mismo modo una antología, con sus rasgos
formales y literarios, debe tener esa capacidad de unidad integral y propia,
pues como dice explícitamente Ruiz Casanova, “el resultado final” de toda
antología “debe ser un conjunto que pueda ser leído como libro, donde la
representatividad se da en todas sus modalidades, escalas y grados”. También
toda antología, especialmente en la modernidad, adquiere un carácter
político-literario determinante, y es una de sus razones de ser, pues
“desde muchos puntos de vista, la
antología es un modelo político: obra producto de una negociación, de un pacto
entre el tiempo de escritura, el tiempo de lectura y el tiempo de relectura, y
una posición estética e historiográfica que el antólogo pretende mostrar y
defender en la unidad del libro”. Al fin y al cabo, son propuestas con voluntad
canónica, en tanto en cuanto nacen con voluntad de, al menos, asediar y
modificar el canon, y no de establecerlo declaradamente, o quizás sí. Por tanto
toda antología tiene una poética que, fruto de un tejido y un trabajo creativo,
acaba dando como resultado una escritura.
Más
allá de las presencias y ausencias, que es el origen de las quejas y los
pleitos, trataremos de ver en las tres antologías aquí reseñadas, cómo cada una
de ellas cumple o da cuenta de esas características esenciales que hacen posible
establecer una poética del género antológico, a saber: la selección de autores
y de poemas; la poética del antólogo; los factores histórico-culturales en que
se inscribe el libro y la relación de cada antología con su presente literario
y, en concreto, con el presente de la poesía. Saber si su resultado final hace
posible considerar a cada una de estas tres antologías como una unidad integral
y completa de sentido, y que por tanto, puedan ser leídas como libros.
II. Los 22 autores incluidos por Jesús Aguado en Fugitivos.
Antología de la poesía española contemporánea son: José Ángel Cilleruelo, Pilar
González España, Juan Vicente Piqueras, Carlos Marzal, Aurora Luque, Vicente
Valero, Eduardo Moga, Vicente Gallego, Isabel Bono, Juan Antonio González
Iglesias, Ada Salas, Álvaro García, Francisco Alba, Agustín Fernández Mallo,
Enrique Falcón, Vicente Luis Mora, Julieta Valero, Pablo García Casado, José
Luis Rey, Miriam Reyes, Josep María Rodríguez y Elena Medel. El prólogo que la
antecede es breve, de una página y media, un espacio escaso en comparación con
la amplitud y pormenorización crítica e histórica de las otras antologías y
muestras aquí reseñadas, y nada objetable por sí mismo, pero el lector hubiera
preferido, al menos el que esto escribe, algo más de precisión a acerca de
la(s) idea(s) y criterios poéticos que mueven al antólogo. No obstante hay más
de lo que parece en esa escueta y previa introducción a la evidencia de los
poemas, y a pesar de que proclame, literalmente, que “No hay teorías detrás de
este libro. No hay presupuestos académicos de ninguna clase. No hay favores o
animadversiones gratuitas”. Una de sus limitaciones es la fecha de nacimiento,
entre 1960 y 1980, de los poetas incluidos, con la excepción de Elena Medel,
nacida con posterioridad pero que empezó a publicar antes incluso que muchos de
sus compañeros de antología. Otra limitación es la extensión máxima de la
antología, por lo que otros posibles autores y poemas no están aquí, y por lo
que el antólogo pide disculpas, pero donde no caben más es imposible, y difícil
sería que el responsable de las inclusiones, y aunque no quiera, no lo sea
también de las exclusiones.
Por tanto esta selección “es una propuesta personal” de
quien se responsabiliza de ella, después de lecturas y relecturas. Sin
distinciones a priori, la considera “una invitación a leer” fuera de todas esas
“instituciones carcelarias” contrarias a la poesía: “la Literatura, el Dinero,
el Poder, la Historia, el Sentido, la Universidad”. Así en general, todos de
acuerdo, pero qué Literatura (sin entrar en detalles) y qué Historia
(inexistente en poesía si volvemos más arriba y/o dictada por esas mismas
instancias que se quieren fuera), qué Poder (el de la poesía por sí misma se
muestra irrisorio, otra cosa es el poder, digamos, adyacente), qué Universidad
(aquí casi, tal y como está la educación, la secundaria y la universitaria,
poco que objetar); y sobre todo, qué Sentido, pues el diccionario de la RAE
ofrece hasta 12 acepciones posibles del término sin contar añadidos
calificativos y nominales. Quizás esta ausencia de explicaciones detalladas sea
consecuencia del deseo de esta antología de no embarcarse en batallas que sólo
dejan víctimas en su camino, de no entrar en ese juego, si bien sabe que aunque
no quiera le harán partícipe de la danza (para muestra lo dicho aquí). La razón
dada, ya lo decíamos más arriba, tiene mucha miga, “porque hay quien ya no
recuerda que la poesía es un camino hacia el conocimiento, una manera de hacer
honda y necesaria la experiencia (la de uno y la del mundo que habita) y un
instrumento para moldear el alma sin desgajarla de su cuerpo (…). La poesía es
un arte de fugitivos, el arte por antonomasia de la fuga”. Esta es, pues, su
poética: la poesía como conocimiento, como ahondamiento en la experiencia
propia y colectiva, un modo de poner en relación lo espiritual (el alma) y la
realidad material (el cuerpo), y en resumen, un punto de fuga, y ya sabemos que
existen tantos puntos de fuga como direcciones en el espacio, tantos como
poemas “que le pueden servir a uno para vivir en algunos de los afueras todavía
posibles”.
Fugitivos es una antología que, aun partiendo de una
propuesta personal y por tanto subjetiva, no quiere proponer un orden poético
concreto, sino mostrar esas (algunas) líneas de fuga de la poesía en español.
Es entonces una recopilación múltiple, plural y ecléctica de autores y de
poemas, en tanto en cuanto caben distintas y diferentes poéticas, algunas muy
disímiles e incluso poco compatibles, y por tanto, esas líneas de fuga lo son
en su origen, pero no en su punto convergencia, pues los puntos de partida y de
llegadas de muchos de los poetas son divergentes en grados diferentes, y sólo
intercambiables en muy contados casos. Una poética antológica similar a la
poética de su compilador, esa que necesita que la poesía sirva para desactivar
los sistemas represivos de la realidad. Siguiendo la original idea de Vicente
Luis Mora para dar título a la suya, esta selección de Jesús Agudo sería el
resultado de una cuarta persona del plural “inclusiva”, abierta al posible
diálogo entre autores, poemas y lectores. El suyo es, como en un verso de
Miriam Reyes, “un paisaje que cambia con el viento”, según del lado del que ese
viento venga.
III. Los autores incluidos por Vicente Luis Mora en La
cuarta persona del plural. Antología de poesía española contemporánea
(1978-1990) son: Rikardo Arregui, José Ángel Cilleruelo, Jesús Aguado,
Esperanza López Parada, Eduardo Moga, Jorge Riechmann, Vicente Valero, Diego
Doncel, Álvaro García, Eduardo García, Ada Salas, Jordi Doce, Agustín Fernández
Mallo, Antonio Méndez Rubio, Melcion Mateu, Mariano Peyrou, Julieta Valero,
Pablo García Casado, José Luis Rey, María Do Cebreiro, Sandra Santana y Juan Andrés
García Román. Coincide con Fugitivos en las fechas de nacimiento de los
seleccionados y en el número de los mismos, y en que también tiene una
excepción, la del vasco Ricardo Arregui, nacido con anterioridad al resto de
poetas.
Mora reconoce que el “punto más débil” de su antología es la
representación plurinacional. Más allá de que el término o el calificativo “español”
tenga un sentido administrativo y burocrático, y de que esta quiera serlo de
“poesía española” y no sólo en “lengua española”, es decir, se incluyen la
escrita en catalán, gallego y euskera, cada una con un único representante, y
aunque si están aquí es porque cuadran dentro de los criterios de “excelencia”
esgrimidos para la selección, parece escasa esa única escritura por lengua, a no
ser que estén para cubrir la cuota y abrir el foco, apertura esta, con todo, de agradecer. La cuestión no
está sólo en la pertenencia a un “entorno cultural próximo” o a una “cultura
nacional”, por más que lo de nacional se entienda según cómo y según desde
dónde, y de que haya un proceso de “endoculturación” en una realidad
“pangeica”, pues las interconexiones son evidentes e innegables, la cuestión
está, decíamos, en que es una poesía escrita en otra lengua, y a la que hay que
traducir. Quizás sea porque mi mente alberga un razonamiento de bibliotecario,
por lo que pido disculpas anticipadas, pero cada lengua tiene su literatura,
por más que esa otra literatura sea la vecina de al lado y forme parte, de
momento, de una misma organización territorial y/o política, entendiendo esto
como se quiera entender. La literatura escrita en valenciano o mallorquín,
dialectos del catalán, forma parte de la literatura catalana, como la poesía
escrita en francés en Quebec lo es de la literatura francesa, con todas las
particularidades que se estimen oportunas, y las novelas de Jorge Semprún
escritas en francés forman parte de la literatura del país vecino y no de la
española. El catalán Eduardo Moga, por ejemplo, escribe en castellano su poesía
por decisión propia, asumiendo así su pertenencia al dominio lingüístico y
literario (y administrativo) del español. Es un asunto de lengua y no de
territorio. Dejemos para otro día la “cuestión palpitante” de que el relato
poético español sea eso, español, y se olvide de la poesía escrita,
precisamente en español, en el territorio hispanoamericano o africano, pongamos
por caso, y que su poesía sea entendida sin razón, más bien desde la sinrazón,
como si fuera un hecho diferencial, que también, pero no más allá de la
evidente especificidad cultural que, en general, podría alejar un lado y otro
del Atlántico, o a Marruecos, por ejemplo, de España. Pero no más. Esas lenguas
y sus literaturas han contribuido y contribuyen, como no puede ser de otra
manera, a determinar y configurar el espacio cultural de nuestro país, incluido
el espacio poético, con mayor fuerza e influencia que otros ámbitos y lenguas,
lo que no impide que otras literaturas nacionales o transnacionales a lo largo
del mundo ejerzan también su influencia, que es evidente en la mayoría de los
poetas incluidos por Mora en su selección.
Queda claro que una antología no es sólo una lista, sino que
como demuestra Mora, es una recopilación de muchos poemas de muchos autores, y
aquí está una de los mayores aciertos de este libro, las guías de lectura y las
pautas de acercamiento y de interpretación ofrecidas al lector para cada uno
los poetas. Y también, su declarada y argumentada exploración de ideas sobre la
historia y el entorno poético, esté uno en mayor o menor sintonía con sus
razones, y sobre el propio hecho antologador y canónico, como pone de
manifiesto en su extenso y preciso ensayo crítico y teórico, que más que una
introducción es una investigación historiográfica de gran altura sobre la
escritura poética de las últimas décadas, un reajuste valorativo de la poesía
española de la democracia, y un relato alternativo y diferente al hegemónico y
ortodoxo, a esa historia epigonal, parcial, partidaria y/o partidista tan
repetida en los territorios de esas instituciones que Jesús Aguado rechaza en
su libro. Casi más que una antología al uso, es un poemario múltiple y plural, fruto
de un proyecto estético basado en una categoría de excelencia (necesidad de
establecer una tabla de valores poéticos) que es una relectura y
reinterpretación de la diferencia y la innovación estética, y del tradicional y
desgastado concepto de sublime. Su apoyo está en la objetividad de las
estructuras literarias complejas, de la “resistencia” producida por la “tensión
superficial” de las escrituras mostradas, eso que le otorga densidad y
ambición: lo excelente, la innovación y la originalidad, que no el fetichismo
de lo nuevo.
El resultado es fruto de una diversidad polifónica que, como
plantea con lucidez Mariano Peyrou, en palabras sacadas de su novela De los
otros y que el antólogo recoge con tino, permite recuperar y ampliar el campo
de visión hacia otras “alternativas, en una cultura que no acepta la
diferencia porque no sabe que existe”. La lectura de la introducción, imposible
de resumir ni de narrar con la necesaria especificidad y detenimiento, es
inexcusable, y será referencia necesaria en el futuro. Esa pluralidad hace
bueno el título bajo el que se reúne a estos poetas, una cuarta persona del
plural que es una persona distinta para voces diferentes que tienen en común la
diversidad, esas voces que escuchas pero con las que no puedes hablar. Una
persona del plural, a la vez, inclusiva y exclusiva: la primera por la
identidad relevantemente común de los componentes de su diálogo, de su
nosotros; la segunda por los criterios de selección, esa excelencia estética, y
por la particularidad propia del tú de cada uno de ellos.
IV. El
prólogo y la edición de Limados. La ruptura textual en la última poesía
española, son responsabilidad de Óscar de la Torre, del que además de una
difusa imagen en negativo, se ofrece una creíble biografía, y que goza de una
vida fructífera, en controversias y razonamientos críticos, gracias a su
presencia tanto en las redes sociales como en los ámbitos críticos y
literarios. Sin embargo, muy en consonancia con la naturaleza misma de esta
muestra poética, este crítico y ensayista es uno de los heterónimos de Julio
César Quesada Galán, lo que permite, acaso, su presencia en la nómina de
seleccionados. Los 8 poetas incluidos son: Ángel Cerviño, Alejandro Céspedes,
Yaiza Martínez, Enrique Cabezón, Julio César Galán, Juan Andrés García Román,
Mario Martín Gijón y María Salgado. No existen límites cronológicos ni de
extensión de los nombres incluidos, pues sólo están quienes, a juicio del
antologador, cumplen con un modo concreto de poética textual, discursiva y
creativa que busca romper el texto, la enunciación textual, y borrar el sujeto.
Cierra el volumen un “epílogo bicéfalo”: en una mano el de César Nicolás y, en
la otra mano, el de Marco Antonio Núñez. Tanto el prólogo como los dos epílogos
son, como en el caso de Mora, imposibles de resumir y de inevitable lectura,
sirviendo fehacientemente para calibrar la esencia teórica y práctica de un
modo poético entendido como “fuga, variación y modulación constantes”, y para
ver nuestra historia poética reciente desde un punto de vista “otro”, alejado
de la estilística y del historicismo, y sobre todo del epigonismo. Su preciso y
consistente estudio, poblado de referencias y antecedentes, habrá de ser tenido
en cuenta como referente inexcusable de los estudios poéticos.
Siguiendo
a de la Torre plagiando a Galán, o a Galán reescribiendo a de la Torre, y el
que esto escribe plagiando y reescribiendo a los dos, estas podrían ser, muy
esquemáticamente, sus ideas sobre identidad y concepción del texto poético: el
proceso es el fin; el poema es un aprendizaje por error, así que hay que
mostrar también esos errores; y crear es interpretar y viceversa. Una poesía
como transcurso y transformación incesante, en el que se da cuenta del antes,
el durante y el después del poema, así como de las identidades que lleva dentro;
una escritura que quiere reflejar todo un conjunto de transtextualidades,
hipertextualidades, paratextualidades, y de recursos y estrategias textuales, lo
que da como resultado una visión del texto a modo de metamorfosis, incluida la de
la identidad del autor y la de sus otredades, una versión plural y proteica del
poema. Una “logofagia” por la que la escritura se suspende, se nombra
incompleta, se queda en blanco, se tacha, se multiplica, se disemina, se
ilegibiliza o se encripta, y que se hace presente a través de varias de sus
figuras más características: “Adnotatio”, “Ápside”, “Babel”, “Criptograma”,
“Fenestratio”, “Hápax”, “Leucós”, “Lexicalización”, “Óstracon”, “Tachón”, diversos
elementos retóricos que están presentes en una misma obra e intentar añadir las
identidades que normalmente no se perciben en el poema. La lectura del texto es
una operación que va recorriendo palabras e hiatos, huecos donde la palabra
estuvo o pudo estar, pero ya no está. Este ir en contra de lo “logocéntrico” y
de las jerarquías no implica perder el sentido, sino una recomposición del
pensar entre-sobre-tras las partes de la lengua del poema, otra manera de
pensar-ver-afectar nuestra racionalidad poética “lirista”. Se trata de mostrar las
distintas vidas de un poema por medio de múltiples notas, de versos excluidos,
de lectores integrados en el texto, heterónimos, versiones, reescrituras,
tachados, lexicalizaciones, símbolos que hablan del inacabamiento de poema. Una
escritura abierta y no lineal, una “archi-escritura” que opera como un tejedor,
un movimiento en el que se agitan millares de hilos, en el que la lanzadera
sube y baja sin cesar, en el que los hilos se deslizan invisibles, en el que se
forman mil nudos de un solo golpe, y en la suma de esos golpes.
Este concepto de escritura posibilita la formación de
cadenas y de tejidos significantes. No sólo un elemento o un poema se suman a
otros elementos o poemas para producir la cadena, sino que una cadena, un
poema, se cruza con otras cadenas, con otros poemas, para tejer un texto. El
texto emerge de la transformación y en el entrecruzamiento con otros textos. Se
producen cadenas de cadenas, textos de textos, discursos de discursos, lecturas
de lecturas y, en fin, huellas de huellas del texto y de los textos anteriores
o precedentes. Corrección y reescritura: una traducción de lo inacabado. “Non
finito (Un deseo llamado punto de fuga)”, tal y como se titula el denso y
esclarecedor prólogo de Óscar de la Torre que abre este libro, también ejemplo
de visión de la historia de la poesía española sin mimetismos biologistas ni
epigonales, y que inicia un debate necesario.
Limados no es una antología al uso, pues no es el resultado
de un campo de poder, sino una muestra de autores que intentan ir más allá de
los límites textuales, un texto en sí mismo multidireccional y constelado. Lo
que sus autores buscan es un lector partícipe e implicado, un lector
investigador, un lector creador, un lector que batalle en la lectura. Sólo así
es posible concebir el acto de lectura como ejercicio de creación, pues el
receptor se convierte en un actor crítico, en un partícipe real del poema. El
poema como catálisis y el lector como catalizador, como reactivo, capaz de
ampliar la superficie y la velocidad de la reacción. Descomponer la escritura
en la lectura y en la propia crítica del texto, una lectura que se condensa y
define en una escritura, en otra escritura, en la escritura de los otros, la de
quienes saben que el lenguaje es un material cambiante y complejo insoslayable
en la creación y estimulan y alientan otras formas de escritura, otras formas
de decir. Una especie de me-rodeo de infinitas vueltas que habita en la
frontera entre lo externo y lo interno.
Ese tratamiento del texto y del poema, del libro poético,
como un punto de fuga, es el que une las poéticas aquí reunidas, resultado del
trabajo de una serie de poetas de edades diferentes. Siguiendo la idea de
definir en lo posible las personas que conjugan estás antologías, Limados sería
una cuarta persona del plural exclusiva por cuanto está integrada, únicamente,
por quienes desarrollan en su escritura un discurso y una textualidad rompedora
y transformadora, que se construye y se destruye al mismo tiempo. Pero también
tiene algo de inclusiva, en tanto sus integrantes son plurales en sus
planteamientos personales y en el desarrollo de las/sus estrategias textuales,
cada uno de ellos los diversos estratos de una “subversión metatextual”,
diferentes ángulos en un caleidoscopio poético que expone un espacio
territorial/textual diferente en la poesía española contemporánea.
V. Como reconoce Jesús Aguado, en afirmaciones que recoge
Eduardo Moga en las “Corónicas de Españia” que integran su blog, hacer una
antología es una “empresa pavorosa” y, a la vez, también pavorosamente ingrata,
pero más allá de fallos y errores, de ausencias o presencias, estas tres
antologías y/o muestras son un ejercicio de relectura y de lectura crítica,
fruto de un criterio estético y literario definido, unas con mayor precisión y
justificada enjundia crítica e histórica, y otra menos dada a las explicaciones
puntuales, pero reconocibles con claridad. Todas además han sido redactas,
digamos, en el tiempo real de un presente reconocible de la poesía española,
contribuyendo a un mejor conocimiento del significado efectivo del género
poético, y ofreciendo nuevas vías de construcción de una historia de la poesía
desde puntos de vista de mayor amplitud teórica y textual. Todas corren los
riegos inherentes a cualquier antología de poesía contemporánea, pero son sin
duda una prueba de la extraordinaria calidad y variedad de los poetas del
presente, e incluyen un análisis lúcido del momento actual de la poesía
española: más que la repetición, la diferencia; frente a limitaciones
cualesquiera, la apertura del compás lector y crítico; frente a una realidad
cerrada e inmóvil, el replanteamiento del texto poético, lo real mostrado de
otra manera y con otro sentido. Lo que manifiestamente muestran es que, cada
cual desde sus preferencias, la escritura poética española es valiosa, intensa
y fuerte, conscientemente capaz, sin ataduras ni restricciones de ningún tipo,
de modificar nuestra visión de un mundo incierto y muchas veces difuso e
inaceptable. Sólo es decididamente incomprensible la escasa presencia de
mujeres (siete, cinco y dos respectivamente según el orden en que son aquí
reseñadas), pues al margen de cuotas y paridades, cuestiones acaso sólo relativas
en el establecimiento de una visión crítica, la escritura poética femenina es,
sin la menor duda y con las debidas excepciones, decididamente comprometida,
críticamente viva y textualmente innovadora y rupturistamente original, y de
una calidad indiscutible.
Las antologías tienen
una obligación, ser útiles a la poesía en general y a lo que esa misma poesía
hace y significa, por lo que ni deben eludir la justificación de sus criterios
ni la contextualización de lo que en ellas aparece. Y sobre todo algo que se
olvida con frecuencia: una antología no reemplaza la lectura de los libros que
son el origen de su existencia. Toda antología tiene algo de retrato
inamovible, pero el ambiente que rodea las aquí reseñadas se parece a esas
imágenes de luces en movimiento que se extienden indefinidas en el espacio
oscuro en el que se reflejan. Ninguna es inocente, ni objetiva, pues apelan a
unos principios de selección, incluso aquella que no los hace presentes con
claridad. Un ejemplo de poesía abierta a significados más amplios, a la
imaginación y a la creatividad. Como ha dicho Antonio Méndez Rubio, la
escritura poética debe ser “un discurso tan singular, como sabía Platón, que
sea capaz de sacarnos de nosotros mismos, de en-ajenarnos, es decir, de
desbordar los límites que tienden a imponer los principios de identidad
(subjetiva) y de realidad (objetiva)”. La mejor poesía que podemos encontrar en
estas antologías es aquella con vocación de convocar un mundo bajo la condición
verbal y discursiva del poema. Al cabo, los acontecimientos socioeconómicos y
culturales de los últimos años han rebatido y desmentido ciertos consensos y
preceptos políticos de la llamada Transición, y lo que parece que se está
empezando a reclamar son nuevos espacios frente a la apatía y la abulia de lo
acostumbrado y lo normalizado que sostenían el sistema poético español. Estos
tres libros, pues los tres se sostienen como tales, vienen a discutir, con
mayor o menor decisión, los relatos y las versiones oficiales, académicas e institucionales,
para abrir un presente textual diferente. A la poesía española, ya lo
apuntábamos al inicio, le falta un relato verdadero de su historia, y estos
libros quieren que ese proceso se haga patente y real.
Un conjunto de obras, de
escrituras y de propuestas textuales que señalan espacios creadores, singularidades en
el marco de una poesía plural y diversa. Una pluralidad que se ha constituido
desde los nudos en la red tejidos por obras cuya radicalidad y peculiaridad las
hacen parte sustancial de su misma naturaleza. Espacios de libertad frente a
aquellos que los niegan e intentan silenciar las experiencias y actitudes
individuales y personales en favor de una preceptiva cómoda adherida a las
facilidades de lo inmediato. Siempre repito un verso de Juan Larrea que, de
algún modo, viene a dibujar un claro territorio poético: “Yo mantengo el
silencio como un mapa de Oceanía”. La imagen del archipiélago -ese conjunto
numeroso de islas agrupadas en una superficie más o menos extensa de mar, eso
que es difícil de enumerar por su abundancia- probablemente sea la adecuada
para definir el conjunto de las poéticas aquí mostradas: su capacidad para
elevarse formando promontorios, elevaciones entre las que se destacan puentes o
líneas, pero siempre quedando reconocible la propiedad de sus territorios
diferenciados. Se trata de una red discontinua, con nudos muy distintos, y para
ir de una isla a otra es necesario establecer modos y caminos de acceso que
implican un riesgo, una apuesta de presente y de futuro. Cada escritura es un
acontecimiento dentro del tejido, un nuevo pliegue, o un desgarro, que vienen a
transformar nuestros modos de percepción de la realidad y de un mundo incierto.
Frente a la condicionalidad de ciertas interpretaciones pragmáticas y realistas,
hay que reclamar la idea derridiana de una “ley incondicional de la
hospitalidad ilimitada”, dibujar los trazos con los que Barthes hacía trenzas
de voces diferentes.
Publicado en la revista "Nayagua", nº 24, Julio 2016, p. 173-183
http://www.cpoesiajosehierro.org/web/uploads/pdf/494284c599d80c5565f777ceeb7d3c59.pdf
http://www.cpoesiajosehierro.org/web/index.php/nayagua/item/nayagua-24