Mano
invisible
Adam
Zagajewski
Traducción
del polaco de Xavier Farré
Acantilado.
Barcelona, 2012
95
páginas. 15 euros
De nuevo Adam Zagajewski (Lvov, 1945) consigue en Mano invisible
conferir presencia a lo que a la presencia escapa, hacer cercano lo lejano
dando configuración y ritmo a una lengua de lo inalcanzable, observado en el
tiempo y el espacio en que se instala. Este movimiento tiene lugar en el poema,
que convierte en figura y en gesto lo perdido, otorgándole un aquí y un ahora
ofrecidos a la mirada y al oído del lector: “un poema es como una sala donde
las caras se difuminan / en la niebla dorada de los focos, donde el salvaje /
murmullo de la multitud airada apaga / las voces individuales, indefensas./ Así
pues ¿qué? Las palabras elegantes se apagan pronto, / y las normales seguro que
no convencen a muchos”. Estos poemas, como siempre admirablemente traducidos
por Xavier Farré, se adentran en lo que huye y se esconde en el interior de lo
cotidiano, en lo invisible e indivisible de los días: “Qué bello es lo extraño,
qué fría la felicidad. / Se encienden luces amarillas en las ventanas sobre el
Sena / (he aquí algo realmente misterioso: la vida de otras personas)”. Y se
mueven a través de esos tiempos y lugares que dan refugio a la vida: el
recuerdo y la infancia; las ciudades y países donde Zagajewski ha pasado su
existencia, espacios entre reales y eternamente ideales, moldeados por la
imaginación del viajero fascinado ante los paisajes, las cosas y los rostros de
la gente, sus costumbres y quehaceres: “Pensé que las ciudades no las
construyen las casas, / ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas
calles, / solo las caras que se iluminan como lámparas, / igual que los
sopletes de los soldadores que por la noche / reparan el hierro entre nubes de
chispas”; la evocación de los seres queridos, presentes y desaparecidos, donde
la figura del padre, ya sin memoria, es apoyo necesario en la búsqueda de lo
olvidado tras el paso de los años; los
cafés, los parques y jardines, las calles y los ríos (excelentes los dedicados
al Ródano y al Garona); la poesía y los poetas, seres “invisibles como los
mineros, / escondidos en las excavaciones, / construyen una casa para
nosotros”, y capaces de “hacerse cargo de todo el peso del mundo / y hacerlo
ligero, soportable”. Un libro que tiende un puente entre la existencia diaria y
la memoria, entre lo mundano y lo misterioso, lo cotidiano y lo trascendente en
un lenguaje depurado y sencillo, conversacional pero eficaz en su naturalidad,
gracias a la sorprendente y acechante cercanía material y terrena de sus
imágenes y comparaciones. Es el brillo instantáneo de una nueva realidad que
encaja mágicamente en la discursividad del poema: “ante el indiscutible encanto
de una línea lograda / o de una metáfora o una imagen inesperadas, / todo
quedaba -por un instante- perdonado”. Un ritmo pausado y cadencioso, el
necesario para dar cuenta de esos acontecimientos extraordinarios y misteriosos
en un mundo abierto que, con su mano invisible, deviene en “un paciente,
silencioso himno a la vida”.
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