Decreación.
Poesía, ensayos, ópera
Anne Carson
Edición bilingüe
Traducción de Jeannette L. Clariond
Vaso Roto. Madrid-México, 2014
359 páginas. 25 euros

Ya desde Wallace Stevens (de quien habría que recordar
algunos versos de Notas para una ficción suprema, los que hablan de “un
ver y no ver en el ojo” y que proponen “no haber en absoluto razonado, / haber
dado con el tiempo principal a partir de la nada”), la influencia en la poesía
norteamericana de la idea de “decreación”, elaborada y analizada por Simone
Weil, ha sido y sigue siendo más que notablemente sustancial, sólo basta citar
a Jorie Graham y Anne Carson, dos de las poetas más influyentes y decisivas de
la escritura poética contemporánea, para validar esta afirmación. Ambas, cada
una a su manera, buscan explicitar y dar cabida en su escritura a ese mundo
“decreado” explorando la dimensión formal de la escritura, incluso acercándose
al modo en que la poesía quiere reemplazar a la oración justo en ese momento en
el que Dios no está o parece ausente. La poesía entonces como la mejor
expresión de la nada y del inminente vacío, la manera más eficaz y eficiente de
acercarse plenamente a la naturaleza del mundo material.
Por tanto, esa idea de Simone Weil que da título al libro de
Anne Carson, Decreación, es la que gobierna de principio a fin toda la
obra, un proyecto de escritura que, de la mano también, entre otros, de Safo y
Marguerite Porete, tiene el “valor de entrar en una zona de absoluto
atrevimiento espiritual”, pues “decreación es un deshacerse de la criatura en
nosotros -esa criatura encerrada en sí y definida por el yo-. Pero para
deshacer el yo uno debe moverse a través del yo hasta el interior mismo de su
definición. No tenemos otro lugar donde comenzar”. Ante la pregunta de “cómo
vamos a cuadrar estas oscuras ideas con la brillante asertividad del proyecto
de escritura (…), el proyecto de decir al mundo la verdad sobre Dios, el amor y
la realidad”, y frente a la potencial imposibilidad de esa actitud, Carson
lleva a cabo en este libro (como bien dice Richard Farell a propósito de Red
Doc (2013), una novela en verso consecuencia directa de otra anterior, Autobiography
of Red) una especie de “heterotopía recombinante” (esa medida heterogénea
por excelencia, según Foucault, del mundo contemporáneo), buscando un espacio
donde tenga cabida cualquier forma ideal de género, de fragmentos, de ecos y de
referencias, desplegando la escritura como una suerte de tapiz, fruto de un
esfuerzo imaginativo casi inigualable. Un tapiz tejido con lo revelado, con lo
que, a pesar del mundo, acaso permanece o quiere permanecer, y que alcanza su
reflejo en todo: “Cicatriz tras cicatriz/ los eslabones / cascabelean una vez.
/ Navegamos madre en un océano sin barcos. / Piedad por nosotros, piedad por el
océano, navegamos”.
Decreación podría ser definido como un manual de
estilo de los procesos imaginativos. Su propia estructura viene a subvertir
cualquier expectativa formal, y más allá del desconcierto o de la intriga, sus
páginas nos arrastran, y somos impelidos por la necesidad de saber qué es lo
que va a venir y a dónde vamos a llegar. Anne Carson ha manifestado, en una
entrevista, que el poema, cuando funciona, lo hace porque es una acción de la
mente capturada en la página, y el lector, para que se involucre en ella, tiene
que entrar en esa acción, repetir esa acción y desplazarse a través de ella en
su propia mente, pues esa acción de pensar es la que marca la diferencia.
Quizás por eso su escritura se mueva a saltos (de ahí la cita inicial, tomada
de la traducción al inglés de los Ensayos de Montaigne realizada por
Florio en 1603: “Amo esa suerte de andar poético, a saltos y a brincos”),
aparentemente al azar, pero sólo aparentemente, moviéndose en el tiempo y en el
espacio, a veces sin causa ni efecto. Quien espere un relato lineal acabará
decepcionado, pero un lector seguro y atento, dispuesto a leer y a releer,
alcanzará una segura recompensa. Herética casi, inventiva, tan atrevida como
deslumbrante, Carson desafía con su obra, y en Decreación
definitivamente, los principios y límites establecidos que pretenden definir la
literatura y la poesía, y al hacerlo así -manteniendo siempre un agudo sentido
del humor- se empuja y nos empuja a mirar hacia adelante, hacia mundos
desconocidos. Lo que logra es trastornar nuestras expectativas, lo que hace es
buscar y extraer los significados con su definiciones, con las connotaciones y
denotaciones de las palabras en la estructura misma del lenguaje, tejiendo y a
la vez desentrañando ese tapiz que se ha dispuesto de-crear. Nuestra mente,
viene a decir, es nuestra herramienta de escucha tanto como nuestros oídos, que
la verdad no es dicha hasta que nuestras voces son oídas. Sólo así podremos
llegar “al borde de lo pensable, que se filtra”.
Aunque la comparación pueda parecer extraña, no deja sin
embargo de ser ilustrativa, porque este noveno libro de Anne Carson se asemeja
mucho al modo en que operan los “transformer” -esos juguetes japoneses que han
alcanzado protagonismo cinematográfico, robots extraterrestres con la habilidad
de pensar y transformarse por sí mismos en máquinas inteligentes-, que son
capaces de adoptar la forma precisa en cada momento en esa especie de
multiuniverso de alta definición en el que habitan. Decreación lleva a
cabo un proceso similar, busca igualmente en cada momento la forma precisa de
expresión, la manera de perfilar y dar entrada en la escritura a la realidad
del mundo. Carson se mueve de una forma a otra, de un género a otro, de un
cuerpo a otro. Se inspira en el cine, el arte, la música, el ensayo, el
documental, el libro y el guión, en textos literarios, reflexivos y
filosóficos, de Píndaro a Elisabeth Bishop, de Homero a Virginia Wolf, que son
sólo unos pocos de los muchos componentes de un coro de referencias que, juntos
y por separado, son casi capaces de cantar un aria. El lector de esta reseña
sabrá entonces comprender la dificultad del crítico para extrapolar citas e
incluirlas en el texto, pues en este libro, citando las palabras de Miguel
Casado a propósito de otro libro, El inconsciente óptico de Rosalind
Krauss, la escritura de Carson es fruto de un incesante “trabajo de montaje” en
el que se suceden “géneros, hablas, hilos narrativos y argumentativos, voces.
Una forma que tan pronto se esquematiza, cuaja, se redondea, como se disuelve
en rupturas súbitas, en saltos. Escritura que busca su lógica cada vez, que
nada promete ni garantiza, que se resiste a la fijeza, que pule y teme su
brillo”.
Sentirse muy dentro de uno mismo saliendo fuera de sí mismo,
esta podría ser una de la máximas de Decreación, y esto es posible a
través de unos poemas que, en “Paradas”, son una “cadena de sueños”; de un
elogio del enigma y de los mecanismos de ese sueño que se titula “Toda salida
es una entrada”; de ensayos sobre lo sublime en Longino y Antonioni y de poemas
“Sublimes”; los seis poemas de “Gnosticismos”, sobre los fracasos y encuentros
de la vida y sobre el sueño mismo de esa vida (“en alguna parte de la máquina”
encontrar “venas latiendo”); la escritura que surge de la imagen de un cuadro,
como esa “Figura sentada con ángulo rojo (1988) de Betty Goodwin”; “Muchas
armas (Un oratorio para cinco voces)” justo sobre el poder de la palabra en
contra de las armas; el beckettiano “Quad”; un diálogo entre Abelardo y Eloísa
en “El guión de E y A”, sobre cómo romper las normas, sobre cómo “Una persona
tiene que aprender a caminar hacia atrás todo el tiempo” y avanzar como si uno
nunca hubiera sido; y tras “Totalidad: el color del eclipse”, una reflexión
sobre el color, el error y el éxtasis, nuestro camino nos lleva hasta
“Decreación”, un ensayo titulado “De cómo dicen Dios mujeres como Safo,
Marguerite Porete y Simone Weil” y una “Ópera en tres actos”; el libro se cierra
con el “listado de tomas” de “Anhelo, un documental”. Y todo (“Lo quiero todo.
/ Todo es un pensamiento desnudo que impacta”), en contra de lo que pueda
parecer, se muestra tan compacto como un gran bloque de piedra labrada.
Los lectores que conozcan el trabajo de Carson no tendrán
mayores sorpresas, pues sabrán que son parte del libro, parte del proceso de
pensamiento, parte de las preguntas y de las contradicciones que suscita. Los
poemas quieren responder a los ensayos, y a la inversa, las canciones pueden
ser cantadas, el propio lenguaje pone en cuestión el modo en el que, a través
de él, llegamos a saber y a conocer. Este magmático libro nos recuerda que la
poesía puede no tener respuestas, que las palabras pueden no dar consuelo ni
alejarnos del miedo, pero sí pueden ayudarnos a plantear(nos) preguntas. El
verdadero placer de leer a Anne Carson es que siempre nos compromete y enfrenta
a esas grandes preguntas y, aunque finalmente no haya respuestas definitivas,
nos ofrece un espacio de contemplación y de reflexión en el camino hacía el
vacío, hacia la nada última de la existencia. Lo que nos ofrece es una pista
para poder bailar, teniendo como pareja a la incertidumbre y al lenguaje.
Apropiándonos de nuevo de las palabras de Miguel Casado, la fuerza del texto
“le viene a la vez del grado de interioridad, e incluso de intimidad, al que
puede acceder (…), tanto como de la intensidad de los encadenamientos, de los
desplazamientos, de los cortocircuitos que operan, en el registro por parte del
inconsciente, entre las imágenes que moviliza el análisis”. Como dice por boca
de Simone Weil, “el mundo como es cuando no estoy ahí”.
Traducir
a Carson es más que complicado, es un auténtico desafío, pero Jeannette L.
Clariond ha encontrado el modo de hacer que este libro memorable pueda leerse
en castellano con absoluta y precisa seguridad, manteniendo el sentido y la
desconcertante limpieza de su escritura, el orden especial de su percepción, el
de un espacio en el que “todo podría derramarse”. Aquí está toda la hondura de
su rigor y toda la altura de su riesgo. Toda la hermosa belleza de perderse,
deshacerse del yo para volver, acaso, a ser, para alcanzar “una prueba de la
verdad”.
Publicado en la revista "Nayagua", nº 21, Febrero 2015, p. 276-279