jueves, 8 de junio de 2017

TODO EL PESO DEL MUNDO

Mano invisible
Adam Zagajewski
Traducción del polaco de Xavier Farré
Acantilado. Barcelona, 2012
95 páginas. 15 euros

               
           De nuevo Adam Zagajewski (Lvov, 1945) consigue en Mano invisible conferir presencia a lo que a la presencia escapa, hacer cercano lo lejano dando configuración y ritmo a una lengua de lo inalcanzable, observado en el tiempo y el espacio en que se instala. Este movimiento tiene lugar en el poema, que convierte en figura y en gesto lo perdido, otorgándole un aquí y un ahora ofrecidos a la mirada y al oído del lector: “un poema es como una sala donde las caras se difuminan / en la niebla dorada de los focos, donde el salvaje / murmullo de la multitud airada apaga / las voces individuales, indefensas./ Así pues ¿qué? Las palabras elegantes se apagan pronto, / y las normales seguro que no convencen a muchos”. Estos poemas, como siempre admirablemente traducidos por Xavier Farré, se adentran en lo que huye y se esconde en el interior de lo cotidiano, en lo invisible e indivisible de los días: “Qué bello es lo extraño, qué fría la felicidad. / Se encienden luces amarillas en las ventanas sobre el Sena / (he aquí algo realmente misterioso: la vida de otras personas)”. Y se mueven a través de esos tiempos y lugares que dan refugio a la vida: el recuerdo y la infancia; las ciudades y países donde Zagajewski ha pasado su existencia, espacios entre reales y eternamente ideales, moldeados por la imaginación del viajero fascinado ante los paisajes, las cosas y los rostros de la gente, sus costumbres y quehaceres: “Pensé que las ciudades no las construyen las casas, / ni las plazas o las avenidas, los parques, las anchas calles, / solo las caras que se iluminan como lámparas, / igual que los sopletes de los soldadores que por la noche / reparan el hierro entre nubes de chispas”; la evocación de los seres queridos, presentes y desaparecidos, donde la figura del padre, ya sin memoria, es apoyo necesario en la búsqueda de lo olvidado tras el paso de los años;  los cafés, los parques y jardines, las calles y los ríos (excelentes los dedicados al Ródano y al Garona); la poesía y los poetas, seres “invisibles como los mineros, / escondidos en las excavaciones, / construyen una casa para nosotros”, y capaces de “hacerse cargo de todo el peso del mundo / y hacerlo ligero, soportable”. Un libro que tiende un puente entre la existencia diaria y la memoria, entre lo mundano y lo misterioso, lo cotidiano y lo trascendente en un lenguaje depurado y sencillo, conversacional pero eficaz en su naturalidad, gracias a la sorprendente y acechante cercanía material y terrena de sus imágenes y comparaciones. Es el brillo instantáneo de una nueva realidad que encaja mágicamente en la discursividad del poema: “ante el indiscutible encanto de una línea lograda / o de una metáfora o una imagen inesperadas, / todo quedaba -por un instante- perdonado”. Un ritmo pausado y cadencioso, el necesario para dar cuenta de esos acontecimientos extraordinarios y misteriosos en un mundo abierto que, con su mano invisible, deviene en “un paciente, silencioso himno a la vida”.

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