miércoles, 23 de julio de 2014

EN LA LUZ DEL MIEDO

     La voz de Al Berto (Coimbra, 1948-Lisboa, 1997), seudónimo de Alberto Raposo Pidwell Tavares, es una de las más personales de la poesía portuguesa desde 1975. Sus inicios le valieron la denominación de marginal y ejemplo de una especie de “beat generation” portuguesa, pero el lector modificará esa imagen al descubrir la carga lírica de este trágico moderno: junto al poeta de imágenes crudas y provocadoras que no huyen del realismo sórdido, convive un cultivador de la continuidad rítmica y la fluidez melódica. De una escritura en el límite de la autobiografía, de un imaginario de ciudades subterráneas, de ambientes nocturnos y embriaguez, nacen textos con una insatisfacción esencial que aleja al sujeto de su búsqueda. De ahí la omnipresencia del cuerpo en su obra, materia y lugar de un deseo bajo el signo de la imposibilidad. Su centro es un “yo” vacío, solitario e insomne que se busca a sí mismo, como si sólo pudiera ser visto desde el exterior, en la “atracción de los espejos”. Signo de ese desdoblamiento es la articulación de su seudónimo: el nombre verdadero partido en dos entidades que marcan esa escisión: “y de tu nombre/ no queda más que una mitad del mío”.

     El sentimiento dominante es un miedo angustioso que la escritura enmascara: “El miedo, el gran miedo/ que se confunde con la serenidad, te devora”. El sujeto empírico y el poético, desdoblado y múltiple, se miden en el poema llegando a conjugarse en segunda persona, una voz que es la muestra o el ejemplo del doble alucinado del poeta: “Lejos, muy lejos de aquí/ se ve flotar al luminoso ahogado”. Frente a la figura errante de sus inicios, progresivamente crece un sujeto inmóvil y reflexivo, repleto de mundo y de imágenes que toman el lugar del ser ausente: “Es más allá de tus ojos cerrados/ donde el mundo se despierta./ Mundo que todavía no sabes describir”. Su música es solemne en la elevación tonal y la amplitud rítmicas del versículo, en un balanceo majestuoso y ceremonial nacido de la escenificación dramática del poema. Un furor heroico que se expresa en su tono de ritual mortuorio. Como parte de esa metáfora marítima que recorre su obra, su voz se hace líquida, a la vez familiar y violenta, melodiosa y desatada.

     El mar tiene su opuesto en el cadáver blanquecino del ahogado en la arena: “Huesos. Sal./ Escorbuto del deseo postergado”. Su función es introducir la muerte en la vida, la languidez rítmica de un entorpecimiento angustiante pero bienaventurado que mece y calma: “Estás muerto, luminoso ahogado./ Y yo tiemblo y tengo miedo,/ un miedo mayor que tu muerte./ (...) Pensé en llorar, pero en vez de eso/ fui a buscar palabras/ que me entorpecieron y consolaron”. Sus poemas muestran un espacio que no tiene fondo ni superficie, ni ahora ni nunca, ni aquí ni otro sitio, un lugar intermedio entre vida y muerte, un ámbito de sombras extrañamente luminoso: “ese inmenso limbo semi-oscuro/ donde fluctuarán rostros y gestos,/ cuerpos y palabras –y nada tendrá sentido”. Vida y muerte son permeables, las dos caras de una realidad que imagina la una en la otra: “¿Y si la muerte te olvidase?/ Permanecerías ahí echado,/ la mirada fija en otras miradas./ Silencioso, o contando historias de barcos,/ de océanos y de mares,/ de peces y de turbulentos ríos/ -hasta que la luz/ polvorienta del mundo se extinguiese,/ para siempre”. Su esperanza es irracional, estética, como si el lenguaje pudiera sustituir las creencias mezclando sutilmente una melancolía enfermiza y una alegría paradójica en una seguridad dislocada: “Quién sabe lo que nos espera/ al final de este viaje...”.

     Es el aliento amplio y redentor de unos versos que muestran así un corte íntimo que busca la imagen propia en su encuentro con el otro. Al Berto es un poeta lírico y moderno, contemporáneo y barroco, y en su poesía la más marcada modernidad asume el placer de la musicalidad y de la búsqueda de la belleza. No en vano el objeto del poema es dibujar el lugar de toda una existencia, “Aunque sepamos que en ese lugar/ no existió nunca ningún tiempo”.


Doce señales; traducción de Adolfo Montejo Navas, Cuadernos de poesía portuguesa, 1989

Una existencia de papel; traducción de Ángel Campos Pámpano, Pre-Textos, 1992

- La secreta vida de las imágenes; traducción de José Luis Puerto, Amarú Ediciones, 1997

- Canto del amigo muertoprólogo, traducción y versión poética de Jesús Losada, Celya, 2004

- O último coração do sonho; edición y traducción de Jesús Losada, Celya, 2008

El miedo : poemas escogidos, 1976-1977; selección, traducción y prólogo de Cidália Alves dos Santos y Javier García Rodríguez, Pre-Textos, 2007

- Jesús Losada, Al Berto, itinerario lírico del miedo : obra poética, 1974-1997; Celya, 2013 

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